En las últimas semanas, el Gobierno de Pedro Sánchez ha elevado de forma notable su tono contra el Ejecutivo israelí de Benjamín Netanyahu. Declaraciones oficiales, gestos diplomáticos y posicionamientos públicos han situado a España entre los países europeos más críticos con la actuación de Israel en Gaza. Sin embargo, detrás de esta aparente firmeza moral, varias voces apuntan a que la estrategia responde menos a convicciones humanitarias y más a una calculada maniobra política para proteger la imagen internacional del propio Sánchez.
Diversos medios de prestigio internacional, como The Economist, Financial Times o The Times, han publicado en los últimos meses informaciones que señalan presuntos casos de corrupción que afectarían al Gobierno de Sánchez, a personas de su entorno más cercano e incluso a su propio núcleo familiar. Estos reportajes han dañado la reputación exterior del Ejecutivo español y han provocado dudas sobre la transparencia y la ética en la gestión del poder. En ese contexto, el enfrentamiento con Israel aparece como una oportunidad para proyectar una imagen de liderazgo global, desmarcando a Sánchez de los escándalos internos.
El relato que difunde Moncloa busca presentar a Sánchez como un estadista con valores firmes, capaz de desafiar a potencias internacionales en defensa de los derechos humanos. Esta narrativa es un intento de desviar la atención de los problemas domésticos. Sacar el foco de los casos de presunta corrupción y trasladarlo a un terreno internacional moralmente sensible permite al Gobierno ocupar la agenda mediática con titulares favorables, diluyendo así el impacto de las investigaciones periodísticas en curso.
Además, esta estrategia tiene una clara vertiente de política interior. En un momento en que la oposición intensifica sus críticas por la falta de transparencia y exige explicaciones sobre contratos públicos, adjudicaciones y presuntos conflictos de interés, el Ejecutivo intenta reagrupar a su electorado en torno a un enemigo externo. Sánchez se presenta como líder valiente que se atreve a desafiar a Netanyahu, esperando que ese perfil le refuerce ante su base y desactive parte del desgaste causado por las sospechas de corrupción.
El Gobierno también calcula que esta confrontación le permite marcar distancias con otros países europeos que mantienen una postura más cautelosa respecto a Israel. Al hacerlo, Sánchez pretende recuperar protagonismo en la escena internacional y volver a ser visto como referente progresista en la Unión Europea, un papel que se ha visto erosionado por los escándalos que le rodean. Mostrar firmeza contra Israel funciona como una cortina de humo que desvía la atención de las críticas internas y externas sobre su gestión.
La política exterior usada como herramienta de distracción puede deteriorar relaciones clave y aislar a España de socios tradicionales. Además, si las investigaciones sobre corrupción avanzan y se confirman indicios, el desgaste para Sánchez sería aún mayor, ya que se evidenciaría que la ofensiva diplomática tenía motivaciones interesadas y no humanitarias.
La oposición, por su parte, ya ha acusado al presidente de utilizar la política internacional como cortina de humo. Denuncian que mientras la atención pública se centra en los choques con Israel, el Ejecutivo elude dar explicaciones sobre los contratos bajo sospecha y los vínculos empresariales del entorno familiar de Sánchez. Esta crítica cala en una parte del electorado que percibe una desconexión entre el discurso ético del presidente y las acusaciones que pesan sobre su Gobierno.
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