Esquerra Republicana, que celebrará en noviembre un congreso que ya veremos si es a vida o muerte o acabará en pasteleo entre los partidarios de Junqueras y los de Rovira, sigue con su teatrillo para intentar vender que es el actor decisivo de la vida política catalana, cuando se ha quedado en su papel de siempre, el de mera bisagra entre socialistas y neoconvegentes.
Marta Rovira se ha puesto farruca y ha lanzado un ultimátum a los socialistas: o alcanzan un preacuerdo satisfactorio que puedan someter a la votación entres sus militantes, o Salvador Illa puede olvidarse de su investidura. Lástima que ERC se haya tirado toda la semana mandando a varios de sus cuadros a difundir en voz baja por todas partes que el acuerdo con los socialistas va bien y está casi cerrado.
La sensación de Rovira de ser una vedette en decadencia, tipo la Estela Reynolds de la serie ‘La que se avecina’, que busca acaparar focos a cualquier precio para vender que son el partido que decide realmente el devenir en Cataluña, es patética. Esquerra tiene a centenares de cargos públicos, con sueldos elevadísimos, que dependen de cerrar lo antes posible un acuerdo. Y los socialistas son los que pagan más, porque tienen más bazas, dado que además de la Generalitat controlan el Gobierno central, tres de la cuatro diputaciones y los ayuntamientos más poderosos, con Barcelona a la cabeza.
La sensación de pacto asegurado con los socialistas, y que la disputa en ERC no es por si se pacta o no con Illa, sino quién pacta con el líder del PSC – si junqueristas o roviristas -, es cada día más grande. El gran tema es quién decide el reparto de cargos institucionales para los dirigentes de Esquerra, y son muchos los que quieren jubilar a Junqueras para ser ellos quienes se queden con la mejor parte del pastel.
Veremos si hay sorpresas, pero al final parece que el plante de Marta Rovira impidiendo el pacto de la agrupación de Barcelona de Esquerra con Jaume Collboni en el Ayuntamiento de Barcelona no fue una cuestión ideológica del tipo «los acuerdos con los socialistas desnaturalizan el espíritu independentista de ERC», sino «ese acuerdo lo cerraré yo, y no los de Junqueras».
Hasta que llegue el congreso puede pasar cualquier cosa, dado el carácter lunático de Esquerra como partido y su tendencia autodestructiva que se manifiesta cada cierto tiempo. Pero la capa de enchufados a 80.000 euros – mínimo – de sueldo es tan grande que es posible que en vez de apuñalarse, acaben comiendo todos de la misma mesa mientras Marta Rovira presume de reverdecer sus laureles reivindicando su «importancia» en el devenir de la política catalana. Cuando ERC se ha convertido, gracias a su desastrosa gestión al frente de la Generalitat y a su condición de chambelán de Pedro Sánchez, en un partido de tercera división.
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