La movilización separatista de la Diada, que huele a nuevo fracaso, se ha vuelto a descentralizar y se ha planteado un triple eje de actuación con actos en Barcelona, Girona y Tortosa. Bajo el lema “Més motius que mai. Independència”, los organizadores apelan a la base emocional del movimiento, insistiendo en los «agravios históricos, el expolio fiscal y la defensa de la lengua catalana».
Sin embargo, el eslogan no ha generado el impacto esperado y apenas ha logrado instalarse en la agenda pública, ni siquiera dentro del propio espacio independentista, a pesar de los intentos de ANC y Òmnium Cultural de reverdecer laureles recordando las grandes movilizaciones del 11-S de la época anterior al 1 de octubre de 2017.
El recorrido de la manifestación en Barcelona ha sido acortado y reducido a un trayecto claramente simbólico. Comenzará en el Pla de Palau, continuará por el Passeig d’Isabel II y el Passeig de Colom, y finalizará en el número 1 de La Rambla. A diferencia de años anteriores, el itinerario no cruzará transversalmente la ciudad ni conectará con instituciones clave como el Parlament o la Plaça Catalunya. Esta elección de recorrido está orientada más a generar una buena imagen televisiva que a ocupar masivamente el espacio público.
El ocaso de la ANC y Òmnium
Las dos entidades que durante años fungieron como locomotoras de la movilización social apenas consiguen hoy reunir a una fracción de sus antiguos seguidores. La ANC, en permanente disputa interna, ha perdido buena parte de la capacidad de influencia que tuvo en los años álgidos del “procés”. Por su parte, Òmnium Cultural, más volcada en la defensa de un discurso cultural y menos combativa en el terreno político, ha optado por un perfil bajo que evidencia el desgaste del movimiento.
A diferencia de las marchas de hace una década, que se contaban en centenares de miles, las actuales concentraciones apenas logran cifras mucho más modestas. La épica ha sido sustituida por un ritual rutinario que ya no consigue ilusionar a la mayoría de la sociedad catalana, que observa con cansancio un proyecto independentista incapaz de ofrecer horizontes realistas.
De la ilusión al desencanto
La caída de la movilización refleja un estado de ánimo colectivo: el separatismo ya no es aquel torrente social imparable, sino un conglomerado dividido y desorientado. El fracaso de la declaración unilateral de 2017, la falta de avances tangibles y la creciente división entre ERC, Junts y la CUP han erosionado la credibilidad de un proyecto que prometía independencia “en cuestión de meses” y ha acabado en un largo estancamiento.
Cada año, la Diada se convierte en un recordatorio incómodo de esa promesa incumplida. Para muchos catalanes que participaron en las marchas más multitudinarias, lo que queda ahora es decepción y una cierta sensación de haber sido utilizados como masa de presión sin resultados concretos. Además, los Comunes y el PSC han cogido el relevo con su separatismo a baja velocidad y les han robado buena parte del discurso.
Un ritual cada vez más irrelevante
La Diada independentista de 2025 evidencia que el movimiento se ha convertido en una fuerza menguante. Ya no condiciona la agenda política como antes, ni intimida al Gobierno central, ni moviliza a Europa con imágenes espectaculares. Lo que en 2013 y 2014 parecía el inicio de una ola imparable se percibe ahora como un fenómeno en claro retroceso.
Las calles ya no son suyas, y el tiempo ha demostrado que la movilización permanente no basta sin un proyecto viable. La ANC y Òmnium, otrora sinónimo de músculo social, hoy apenas consiguen sostener un ritual que pierde relevancia año tras año. El separatismo, en definitiva, ha pasado de ser un movimiento capaz de movilizar a masas y condicionar la política española a una causa en decadencia, atrapada en la nostalgia de unas manifestaciones que ya nunca volverán. Su única fuerza radica en el apoyo que reciben desde el PSOE y el PSC.
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