El autodenominado “procés” por los políticos independentistas tiene su origen en el siglo pasado a partir de de un preciso plan del entonces President Jordi Pujol, el Plan 2000, publicado en el Periódico de Cataluña en 1990. Se trataba del control de la sociedad, especialmente educación y medios de comunicación, por los nacionalistas.
El desarrollo histórico de ese plan que nos lleva a la situación actual ha sido muy bien descrita por intelectuales de diversas ramas del saber como Francesc de Carreras, Gabriel Tortella, Jordi Canal o Teresa Freixes por citar algunos de los más importantes. El objetivo de este artículo no es, pues, relatar el proceso ya descrito por ellos sino fijar la atención en tres cuestiones que creo son fundamentales para entender cómo se ha llegado tan rápidamente a la situación actual.
La Transición democrática fue posible gracias al sentido de Estado y el sentido de pacto de todas las fuerzas políticas que participaron en ella para dar lugar a la Constitución del 78. Los nacionalistas vascos y catalanes formaron parte de esas fuerzas bien acogidas por todos pero de forma implícita por la izquierda, no en vano esta los había tenido como aliados ante el enemigo común, el Franquismo.
Pasada la etapa de Josep Tarradellas como President de la Generalitat y de Adolfo Suárez como su homónimo en el Estado, la condescendencia de esa izquierda con el nacionalismo catalán fue total, se asumió la inmersión lingüística en una sola lengua, aunque su decreto se hiciera en tiempos de Aznar, se ordenó al Fiscal General de Estado no investigar el caso Banca Catalana y cuando llega al poder con Pascual Maragall (2003) se alía con Esquerra Republicana cediéndoles la educación y la política de los medios de comunicación.
En 2004 accede al gobierno de España el PSOE con Zapatero que dijo que aceptaría, para conseguir el apoyo de los republicanos, cualquier Estatuto que viniera de Cataluña. Y así fue. Un Estatuto (2006) inconstitucional incluso después de la criba de las Cortes y que el Tribunal Constitucional hubo de corregir en 2010. Hoy, esta izquierda sigue en los postulados nacionalistas traicionando sus orígenes, su ideología y a sus bases.
La derecha del Partido Popular no actuó nunca contra el nacionalismo si exceptuamos la lamentable recogida de firmas contra el mencionado Estatuto, oponiéndose a artículos que luego aceptaban en el de otras comunidades. Al contrario, apoyó a gobiernos de Jordi Pujol al mismo tiempo que éste lo hacía con el PP a nivel nacional. Ya hemos mencionado como el decreto definitivo de la inmersión lingüística únicamente en catalán se realiza en el primer mandato de José María Aznar, sin que éste moviera un solo dedo contra tal tropelía. Mientras se desarrollaba esa ocupación de la sociedad por el nacionalismo los gobiernos de la derecha tampoco reaccionaron lo más mínimo, más bien podemos decir que fueron cómplices del Plan 2000.
2012, podría ser el origen cercano del “procés”, anteriormente ya hemos hablado del primer origen. En esos momentos, ante una crisis económica grave que se intenta solucionar por parte del gobierno de Artur Mas con recortes importantes en educación, sanidad y servicios sociales en general y con el inminente estallido de casos de corrupción que afectaban a CiU, se produce el giro definitivo del dirigente nacionalista, un paso sin retorno, al independentismo con el objetivo de crear en pocos años una república catalana. Era una revuelta de los privilegiados, en términos de la Revolución Francesa.
Efectivamente, la burguesía acomodada de las ciudades, capas de población rural y de pequeñas ciudades, recordando la geografía del Carlismo del siglo XIX, y gran parte del funcionariado de la Generalitat, Consejos comarcales y Diputaciones forman un bloque que protagoniza las masivas manifestaciones de los 11 de Septiembre. Y todo ello en una de las comunidades más ricas y mejor tratadas en inversiones por el Estado de toda España.
Comparemos en este sentido la red de ferrocarriles de Cataluña con la de Extremadura, la diferencia es aplastante a favor de la primera, y es sólo un ejemplo. Estábamos, estamos, ante una revuelta de privilegiados movidos por sentimientos de pertenencia a una nación excluyente, una educación y unos medios de comunicación controlados por sus políticos, una sociedad, en fin, mediatizada por las premisas del Nacionalismo.
Llegados a este punto hemos de preguntarnos cuándo comenzó la oposición democrática a este proceso. Ya sabemos en qué acabó el Manifiesto de los 2.300 en 1981: el atentado de Terra Lliure contra Jiménez Losantos y la salida de un gran número de profesores de Cataluña. Fue necesaria la aparición en 2006 de por entonces un pequeño partido, Ciudatans, que entró en el Parlament con tres diputados al frente de una de las mentes más privilegiadas para la política, Albert Rivera.
Ya entonces, se anunciaba desde sus filas que podía pasar todo aquello que ahora estamos viviendo, sin embargo fueron necesarios varios años de lucha abnegada, sin recursos, para que gran parte del constitucionalismo catalán diera su plena confianza a la nueva formación. En 2015, Ciutadans con Inés Arrimadas como candidata a la Presidencia de la Generalitat, consigue 25 diputados convirtiéndose en el principal partido de la Oposición.
En esas fechas ya se había dado el salto a la política nacional. En 2017, el partido sube a los 36 diputados siendo la fuerza más votada en Cataluña. Su firme oposición democrática al discurso excluyente del nacionalismo pero también con un programa de gobierno liberal, progresista, europeísta y reformista están detrás de su enorme impulso.
Junto a Ciudadanos diversas plataformas y asociaciones actúan dentro del constitucionalismo: Sociedad Civil Catalana, Grupo de Periodistas Pi i Margall, Concordia Cívica, Asociación de Historiadores de Cataluña Antoni de Capmany por citar algunas de ellas.
El trabajo por un futuro libre de exclusiones nacionalistas, por un futuro de una Cataluña en España y por lo tanto en Europa, se antoja largo y difícil, pero ya ha comenzado y no debemos caer en el pesimismo y ser, al mismo tiempo, inasequibles al desaliento. Está en juego, como hemos dicho, no sólo la España democrática, sino la Unión Europea.
Daniel Rubio Ruiz
Historiador
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