El debate por investidura en el Parlament no augura nada bueno para los ciudadanos con la promesa de Aragonès de seguir trabajando por una República catalana. Con unos radicales al frente del gobierno autonómico, más preocupados en la agitación política que en trabajar por el bienestar social, solo cabe una conclusión: en una hipotética República Catalana habría habido más muertos, porque han demostrado durante la actual crisis sanitaria su inutilidad y su capacidad para no dar soluciones en una situación de emergencia. Basta con recordar la masacre vivida en las residencias de ancianos, sin apenas medidas de protección.
También habría más miseria y más paro, porque el despilfarro secesionista del dinero público para promover su visión ‘patriótica’ de Cataluña no se acabará si algún día consiguen la “independencia”. Los regímenes totalitarios han de mantener siempre su maquinaria de propaganda y agitación bien engrasada. Y eso cuesta mucho dinero que no se podrá gastar en educación o sanidad.
Una República catalana, parafraseando a Joan Canadell, uno de los líderes de Junts, y más que posible ‘conseller’, sí que sería “paro y muerte”, porque los partidos separatistas no están por favorecer la economía productiva para que los ciudadanos vivan mejor.
Al contrario, solo entienden de gastar en sus chiringuitos y en comprar voluntades para tapar sus mentiras. Y no les importa hundir la economía catalana si le es útil para conseguir sus fines políticos. Se ha visto en el plante del Govern a la plana mayor de Volkswagen, en su incapacidad de gestionar la crisis de Nissan, de evitar la fuga de empresas…
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