—Bueno, primero explícame, ¿qué es Atenea?
Atenea es una entidad de la sociedad civil que pretende fomentar el pensamiento disruptivo y creativo, además de atraer a personas inteligentes y competentes de distintos sectores para analizar la situación de ámbitos como la sanidad, la educación o la justicia. A partir de ese análisis, queremos elaborar propuestas de reforma que permitan que España mejore sustancialmente en los próximos 10 o 15 años.
—Pero, ¿tú crees que los partidos —en este caso el Partido Popular y Vox, porque Atenea se sitúa en un espacio que busca que la derecha se una y proponga soluciones para mejorar el país— están dispuestos a escuchar a entidades como la vuestra?
Depende. Depende del impacto que tengamos, de si somos capaces de abrir debates en los medios de comunicación y de si nuestras ideas tienen seguimiento en redes sociales. Por ahora lo están teniendo. Si no nos equivocamos y seguimos trabajando con rigor, creo que el impacto será tal que los partidos se verán obligados a considerar nuestras propuestas, y luego decidirán si incluirlas o no. En cualquier caso, eso también influirá en su capacidad de atraer voto, porque los programas electorales cuentan.
—De hecho, habéis presentado un paper en Barcelona.
Sí, hemos presentado un informe titulado La recuperación del Estado de Derecho. En él proponemos medidas que cualquier demócrata —sea del espectro político que sea, de izquierdas o de derechas— debería defender. Hablamos de recuperar los contrapesos institucionales, la independencia judicial, que el poder ejecutivo funcione conforme a la ley, y que el legislativo cumpla con lo previsto en la Constitución y en su normativa de desarrollo. En fin, son medidas de sentido común, que iremos desvelando esta tarde y que publicaremos esta noche en el informe.
—Muchas de las medidas que vais a promover buscan revertir lo que ha hecho Sánchez en los últimos años. ¿Es posible? ¿Cómo?
Sí, son medidas para revertir lo que ha hecho Sánchez en estos últimos años, aunque no solo Sánchez. Hay cuestiones que vienen de mucho antes, incluso desde los años 80. Por ejemplo, la reforma del sistema de elección de los jueces: originalmente estaba prevista de una manera, pero en 1983, con la llegada del PSOE al poder, se modificó, y desde entonces ni los gobiernos del PSOE ni los del PP han querido cambiarlo. Así que no se trata solo de Sánchez, aunque es cierto que en los últimos años se ha perdido mucha calidad democrática, independencia de poderes y prestigio institucional. Todo eso es recuperable. ¿Cómo? Con un decreto, el primer día de un nuevo gobierno, a las nueve de la mañana: un decreto ómnibus que revierta las principales decisiones que han deteriorado nuestras instituciones en los últimos años.
—Eso lo hizo Trump en Estados Unidos, pero en España se ha hecho poco. ¿Crees que es viable aquí?
Depende de la voluntad política. Sin voluntad política es imposible; con ella, ya es difícil, pero al menos posible. Necesitamos políticos que crean en la reforma y tengan espíritu transformador. Y para eso, de aquí a las elecciones, debemos estimular —no solo desde Atenea, sino desde otras plataformas, asociaciones, votantes y ciudadanos preocupados por España— que los partidos se presenten con propuestas reformistas ambiciosas y con verdadera voluntad política.
—Vuestro ideario defiende la unidad de España. Pero ahora mismo, con la formación de un Frente Popular que agrupa a partidos que buscan debilitar o incluso destruir esa unidad —desde Compromís hasta Esquerra, Podemos, el PSOE o el BNG—, ¿no es titánico intentar luchar contra eso?
Sí, es titánico, pero al mismo tiempo absolutamente necesario. Una de las medidas que propondremos es que cualquier partido que quiera tener representación en el Congreso de los Diputados deba obtener al menos un 5% de los votos a nivel nacional. Es una medida sensata, alineada con directrices europeas, y ya se aplica, por ejemplo, en el Parlament de Cataluña (donde el umbral es del 3%) o en la Asamblea de Madrid (del 5%). No habría razón jurídica para que no pudiera aplicarse a nivel nacional.
Además, proponemos reformar el reglamento del Congreso para que los grupos parlamentarios deban tener al menos un 5% de los escaños, es decir, unos 18 diputados. ¿Por qué? Porque hoy se da una relevancia desproporcionada a grupos muy minoritarios que representan a pocos ciudadanos, pero tienen una presencia e influencia política excesiva.
—¿De verdad crees que Junts ha roto con el Gobierno?
No lo creo. Ni ellos mismos se lo creen. Esas “rupturas” que no tienen consecuencias reales no son rupturas. Hace tiempo que se sabe que no iban a aprobar los Presupuestos ni algunas de las mayores locuras de Sánchez —han aprobado muchas, pero las peores de los últimos meses no—. Por tanto, esta ruptura no tiene ninguna consecuencia, no marca ningún punto de inflexión. No significa absolutamente nada. Es un brindis al sol que Pedro Sánchez y su Gobierno apenas van a notar.
—En Cataluña, muchos catalanes no separatistas se sienten abandonados porque los discursos del nacionalismo, ahora independentismo, han sido asumidos por Madrid —el político y el económico— en los últimos 40 años. ¿Qué puede hacer Atenea para cambiar esto?
Totalmente de acuerdo, y soy muy consciente de ello. Llevo muchos años viniendo a Barcelona y al conjunto de Cataluña por distintos motivos. Primero, con la Fundación para la Defensa de la Nación Española, donde organizamos actos patrióticos en la Plaza Urquinaona y en toda Cataluña. Después, con Vox, también estuve muy presente, y ahora, a título personal, sigo viniendo.
Efectivamente, hay una sensación de abandono entre quienes creen en la ley, en la Constitución, en la unidad de España y en la nación en su conjunto. Personas que no han encontrado respaldo en casi ningún partido político.
Creo que eso empieza a cambiar. Hoy sí hay algunos puntos de apoyo: Vox en Cataluña es un ejemplo, y el PP de Alejandro Fernández, otro. Ya empieza a haber algo más de esperanza en los partidos o en sus versiones locales, aunque no siempre encuentren la misma comprensión en las direcciones nacionales. Aun así, hay otros problemas que hoy amenazan a Cataluña —la inmigración, la inseguridad, la vivienda, la falta de infraestructuras— que están desplazando en importancia al tema del separatismo.
—Por ejemplo, el tema de la lengua. Se está extendiendo el discurso de que el catalán está en peligro, cuando lleva 40 años protegido por la Administración y es prácticamente la lengua única en instituciones como el Ayuntamiento de Barcelona o la Generalitat. ¿Cómo se entiende que ese discurso victimista siga calando, incluso cuando en muchos lugares el castellano está siendo arrinconado?
Es cierto, y pasa en más sitios de los que creemos. No solo en Cataluña o el País Vasco, también en Galicia o en Valencia, donde ni siquiera han gobernado partidos nacionalistas últimamente. Todo esto tiene que ver con la falta de respuesta. Hay una sensación de abandono entre quienes creen en algo muy sencillo: que todos estos idiomas regionales son también lenguas españolas que deben ser respetadas, pero que el español es la lengua común, la que nos une y nos permite entendernos.
El español no solo es la lengua franca de nuestro país —que ya sería suficiente—, sino también de 400 o 500 millones de personas en el mundo. Es idioma oficial en más países que ningún otro, es el que más crece y el segundo más hablado del planeta, después del chino. Es una enorme riqueza cultural, una fuente de conocimiento, de conexión y de identidad compartida.
Por eso debería usarse con total naturalidad, igual que se usan las lenguas regionales en sus respectivos territorios. Pero este principio tan simple —que el lenguaje existe para entendernos, no para dividirnos— parece haberse olvidado. Por eso vemos absurdos como diputados del mismo país que necesitan auriculares para entenderse entre sí, perdiendo además los matices en la traducción. Son locuras que debemos revertir en esta España nuestra.
—¿Cataluña está pacificada, como dice Illa?
No lo creo. Ni Cataluña está pacificada, ni en el País Vasco ha triunfado la paz, ni ninguna de esas historias que intentan vendernos. Cataluña atraviesa un momento muy delicado, con problemas muy graves. El surgimiento de nuevas fuerzas como Aliança Catalana refleja precisamente eso. Y algo parecido podría acabar ocurriendo en el País Vasco, donde lejos de haber derrotado al terrorismo, se le ha concedido su victoria final: la del relato. Hoy no hay consecuencias para los terroristas y Bildu, que hace 25 años habría estado ilegalizado —como lo estuvieron sus predecesores—, es el partido más votado en el País Vasco en las elecciones generales. Son dramas que no se resuelven de un día para otro, porque llevan décadas gestándose.
—¿Te preocupa el fenómeno Orriols?
Me preocupa aquello a lo que responde. El fenómeno Orriols no surge de la nada: responde a una necesidad real, la de que alguien reconozca los problemas derivados de una inmigración masiva y descontrolada, procedente de países con culturas muchas veces incompatibles con la nuestra. El problema no será que no se hable suficiente catalán, sino que puede llegar un momento en que nadie lo hable, porque la población provenga de lugares con otras lenguas y civilizaciones distintas.
—Ahora que Atenea está en Barcelona y presenta este paper, ¿vais a tener presencia permanente en Cataluña?
Sí, claro. Vamos a tener responsables provinciales y pronto los anunciaremos en distintas zonas de España. En las cuatro provincias catalanas esperamos contar con representantes, lo que llamamos “embajadores”, que son colaboradores y simpatizantes que nos apoyan. Realizaremos actividades de forma constante en todo el país y, por supuesto, también en Cataluña.
—¿Y quién quiera apoyaros o unirse a vosotros, qué debe hacer?
Puede acceder a nuestra página web, atenea.org, o seguirnos en redes sociales. Allí encontrará todas las opciones: enviarnos papers, ideas, propuestas, inscribirse, colaborar económicamente… Hay distintas formas de apoyar. Todo con el objetivo de que estas ideas prosperen y cuenten con un soporte sólido de cara a los partidos políticos.
—Perfecto, muchísimas gracias.
Gracias a vosotros por escuchar.
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