Hablar de la verdadera policía democrática en pleno siglo XXI implica hablar del pasado, de aquello que tenía que ver con lo “autoritario” y “represivo” en los regímenes no democráticos y que, de alguna manera, transmitieron de forma negativa a sus respectivos cuerpos de seguridad.
Esa verdadera policía democrática implica garantizar la prestación de un servicio que debe ser completo y que satisfaga a su vez las demandas de los ciudadanos y los Gobiernos en materia de criminalidad y desordenes públicos. Ello se consigue llevando a cabo una implementación del trabajo policial preventivo y de proximidad que trascienda al tradicional rol de control político que desde hace unos años se observa en la Generalitat de Catalunya. Ahora con más ímpetu.
Está claro que una policía democrática debe operar bajo esquemas de respeto a los derechos humanos, pero también, y como no puede ser de otra manera, al orden constitucional y al Estado de Derecho. En su día a día, un cuerpo policial tiene que dejar de lado la represión gratuita, el abuso de autoridad supremacista y xenófobo, la injusticia y, por supuesto, la arbitrariedad tan característica de la impunidad conferida en regímenes totalitarios y bananeros.
En las dictaduras fascistas del tipo “Repúblicas populistas”, el ciudadano existe en tanto y cuanto vive para una población étnica y nacional que comparte un mismo pasado y cultura. Lo más importante son los intereses no precisamente de la razón de una mayoría, sino de la “voluntad” de una etnia pura, elitista y minoritaria. Es decir, o eres de ellos o no eres puro. Algo muy parecido a lo que vivimos aquí los catalanes que no tenemos 8 apellidos de origen y que hemos sido calificados de “ñordos”, “charnegos”, “espanyols”, etc…
El pensamiento y la doctrina fascista reconoce su carácter totalitario y adopta de forma deliberada el culto a la personalidad que asegura mediante la presión social y de las masas la subordinación de todas las jerarquías sociales y económicas al líder supremo (ejemplos sobrados tenemos en nuestra Comunidad Autónoma y de ese tipo de líderes a lo largo de los últimos años). Además, esa doctrina intenta controlar toda forma de pluralismo político o social. Catalogando de “fachas” o de “extrema dreta” todo aquello que “no les gusta” o que no sigue su ideal ideológico.
Asimismo, para no permitir ese control social, la no politización de la policía resulta clave. Todo esto favorecerá su grado de legitimidad ante la sociedad, un factor elemental de una policía democrática de verdad. Es este tipo de policía y no otra la que tiene el papel en la protección del Estado de Derecho y en la Democracia.
Hace unos días la CUP planteó la prohibición de los proyectiles de foam, la dimisión del Conseller de Interior, la disolución de la BRIMO y el cambio de modelo de seguridad, entre otras lindezas. Aprovechan su rédito electoral y las protestas contra el encarcelamiento de Pablo Hasél para hablar de una nueva policía, la policía del “Poble”, esa que tienen en países como Venezuela o Corea del Norte.
Para finalizar, los futuros gobernantes de la Comunidad Autónoma de Cataluña quieren una policía sumisa y purgada, con una cúpula que decida cómo actuar y cuándo según las instrucciones de esos representantes de la “Voluntad Popular”, de la autoridad del “Poble”, que no sea una “Força d’Ocupació” y “bàrbara”, reeducada y sometida a un control político ideológico y autoritario: “aplicar la disciplina sense excuses, expulsant els transgressors i els seus encobridors en benefici de tothom, principalment de la policia mateix.” En definitiva, una falsa policía del “Poble”.
Benjamín Naranjo Luna, Vicepresidente de Relaciones Institucionales de POLITEIA.
NOTA: En estos momentos de crisis y de hundimiento de publicidad, elCatalán.es necesita ayuda para poder seguir con nuestra labor de apoyo al constitucionalismo y de denuncia de los abusos secesionistas. Si pueden, sea 2, 5, 10, 20 euros o lo que deseen hagan un donativo aquí).
no recibe subvenciones de la Generalitat de Catalunya.
Si quieres leer nuestras noticias necesitamos tu apoyo.