Este miércoles se presentó en Barcelona el libro “Por qué dejé de ser nacionalista”, un iniciativa de la editorial Libros Libres, que reúne a varios activistas contra el nacionalismo, que en el pasado reciente fueron separatistas. Nueve ciudadanos libres ejerciendo de ello: Salvador Sostres, Albert Soler, Anna Grau, Eva María Trias Terron, Júlia Calvet, Eva Parera, Miquel Porta Perales, Xavier Horcajo y Jesús Royo. El desgarro lo cuenta con exquisita delicadeza Miquel Giménez en el artículo de igual nombre, “¿Por qué dejé de ser nacionalista?”. ¡Para qué insistir si aquí está tan bien explicado! Abran el link. Se les arrugará el corazón.
Yo aprovecharé para contarles una anécdota menor de la presentación. Había quedado en verme en el acto con Sergio Fidalgo. Aprovecharía para pasarme el libro recién salido del horno “Los catalanes sí tenemos Rey” (lo pueden comprar aquí) que hemos adobado juntos, en espera de su presentación. Me senté al fondo de una sala a rebosar. A lo lejos, la mesa con buena parte de los conversos por convicción, por dignidad, perdiendo hacienda y arriesgando honor. Viejos amigos algunos, otros, perfume de primavera recién estrenada.
Parlamentos cortos y sentidos. Un público entregado. Hasta el turno de preguntas del público, todo estuvo adornado por la complicidad. Hasta que llegó la primera pregunta de la socialista del PSC, Anna Balletbò, que se había caído por allí: “De veritat us ho vau creure?” (¿De verdad os lo creísteis?). Se refería a la independencia. Con aire de suficiencias y mirando por encima del hombro. Toda su intervención estuvo presidida por un tonillo sospechoso, con algún que otro pellizco de monja y un clasismo supremacista de quien está acostumbrada a disponer como dueña de la masía.
Era de agradecer que una socialista, con lo que está cayendo, asistiera a un acto de la disidencia y pidiera la palabra para sumarse a la autocrítica por lo pasado y excedido, pero no con la autosuficiencia de quien sigue a lomos de la hegemonía moral, y mucho menos dejando sibilinamente flotando en el aire que esos conversos lo pudieran ser por conveniencia. ¿Cómo no darse cuenta de lo que se estaba adobando? ¿Cómo si eran personas adultas y responsables? Dejaba caer sibilinamente la cadencia de sus palabras. En ningún momento dejó su aire de madre superiora, tampoco cuando salí a contradecirla. Incluso con un acto de victimismo bochornoso al sentirse atacada.
Yo había llegado al acto sin intención alguna de intervenir. Me senté al final de la sala, pero cuando la escuché, me indigné. ¿También, en un entorno de ciudadanos de segunda, que lo son por mor de la colaboración del PSC con el nacionalismo?, ¿también aquí hemos de aguantar la regañina de la madre superiora. Y pedí la palabra. Se lo intenté recordar.
Le intenté recordar que la independencia no es el problema, sino el negocio de la independencia donde los amos de la masía viven a cuerpo de rey hace cuarenta años a costa de los derechos de más de la mitad de los ciudadanos no nacionalistas y del resto de españoles. Y ellos, los socialistas son los colaboradores necesarios para llegar a donde hemos llegado. No es la independencia en sí, sino el monopolio que provoca su amenaza lo que hace, que desde los años ochenta los derechos lingüísticos de nuestros hijos sean pisoteados por los derechos de los suyos, que la corrupción del 3% y la malversación se hayan hecho endémicas, que los medios de comunicación de todos, sean su ejército posmoderno de propaganda para machacarnos, para excluirnos y hacernos creer que somos culpables de su falta de libertad, que se pueda ser catalán de la ceba sin ser necesariamente un traidor… Sin ellos, sin el PSC, nunca hubiera sido posible el abuso. Sin el PSC y la izquierda en general. Aunque sea ocioso remarcarlo.
Se lo dije con palabras más directas que podéis escuchar si os apetece aquí. Aunque lo importante era remarcar esa arrogancia que los lleva a creer que pueden entrar en tu casa, y avergonzarte. Eso fue lo que me llevaron los demonios y decidí intervenir. De hecho, ni siquiera, cuando al final del acto vino a hablar conmigo, era incapaz de entender el sentido de mi crítica. Incluso explicándosela. Viendo que no lograba imponerme su autoridad de madre superiora, me rodea con sus brazos de forma maternal y me susurra una y otra vez: “Oye, si te quieres desahogar, nos vemos en cualquier momento y te desahogas”. No era cínica, ni pretendía ofenderme, lo decía de buena fe. Eso era lo insoportable.
Jesús Royo estaba al lado y me dice entre divertido y hastiado: “Joder, tenemos un problema, y nos lo está diciendo a la cara”. Efectivamente, no tenemos formas diferentes de ver la realidad, sino un problema personal. El colmo. Fue imposible transmitirle que no era cuestión de desahogarse, sino de intercambiar razonamientos entre adultos por aquello que disentimos. No hubo manera, se creen que son los dueños de la masía porque toda su vida lo han sido. Se comportan como el pez que es incapaz de percibir su humedad, porque su medio es el agua.
PD: Sra. Anna Balletbò, si lee este refrito y aún quiere redimir al mundo que aún no controla, sea consecuente, acuerde cita y quedamos a hablar entre iguales. Seguro que si nos escuchamos con interés, enriqueceremos nuestras percepciones, pero no espere actuar como madre superiora con un español laico al que nunca le fueron los conventos de clausura. No arreglaremos nada, pero nos iremos a casa convencidos de que nos toleramos.
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