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La campaña para intentar expulsar a la Policía Nacional de su sede histórica en la Jefatura Superior de Vía Layetana vuelve a asomar, como si fuera un mantra eterno del separatismo catalán y de la izquierda más radical. No es una demanda nueva, sino un viejo capricho ideológico que busca reescribir el pasado y diluir la presencia del Estado en Cataluña, a cualquier precio. Para ellos, el edificio no es más que un símbolo a demoler, aunque para la inmensa mayoría sea una pieza esencial del engranaje de seguridad.
El pasado sábado volvieron a convocar una manifestación con el enésimo objetivo de exigir el traslado de la Policía Nacional. ¿Resultado? Un fracaso absoluto. La afluencia fue tan escasa – unas doscientas personas – que dejó en evidencia algo que lleva tiempo siendo evidente: esta obsesión solo interesa a una minoría muy ruidosa, pero muy desconectada de las preocupaciones reales de los catalanes.
A pesar del desinterés social, los promotores continúan adelante con su cruzada. Pretenden convertir la Jefatura en un museo o centro de memoria, bajo el pretexto de recordar abusos del franquismo. Pero el propósito real es otro: utilizar el pasado como arma arrojadiza para desgastar a la Policía Nacional y sembrar dudas sobre su labor actual, una labor que —conviene recordarlo— protege a todos los ciudadanos, piensen lo que piensen.
La Jefatura de Vía Layetana no es un cascarón simbólico, sino una instalación clave para la seguridad de Barcelona y de toda Cataluña. Desde allí se combaten redes de crimen organizado, amenazas terroristas, delitos de alto impacto y se gestionan cuestiones de fronteras. Desalojar a la Policía por pura pulsión ideológica no es solo absurdo: es profundamente irresponsable.
Cuesta comprender la animadversión que ciertos sectores muestran hacia una institución que se juega el tipo cada día para garantizar la convivencia. Esta ofensiva forma parte de una estrategia más amplia: ir borrando huellas de la presencia del Estado, pieza a pieza, hasta conseguir una Cataluña desconectada de España. Mientras tanto, el Gobierno Sánchez prefiere mirar hacia otro lado o incluso respaldar estas pretensiones. Esa tibieza, o directamente connivencia, evidencia una preocupante debilidad ante sus socios más radicales.
La seguridad jamás debería convertirse en moneda de cambio política. Mantener la Jefatura en Vía Layetana no es ninguna provocación: es una garantía de que la ley se cumple y de que la ciudad está protegida. Pretender expulsar a la Policía Nacional solo demuestra hasta qué punto algunos están obsesionados con eliminar cualquier vestigio del Estado.
El pinchazo de la manifestación del sábado debería hacer reflexionar a quienes impulsan esta campaña. La mayoría de catalanes no quiere guerras simbólicas ni batallas del pasado: quiere instituciones fuertes, eficaces y centradas en su bienestar. Sin embargo, la izquierda y el nacionalismo insisten en su agenda divisiva.
A pesar de esto, el Gobierno de Pedro Sánchez inició en julio los trámites para declarar el edificio “lugar de memoria democrática”, alineándose de nuevo con las peticiones del nacionalismo. Tanto el Parlament como el Ayuntamiento de Barcelona han aprobado mociones para convertir la comisaría en un centro de memoria y desplazar a la Policía española a otro edificio del Estado.
Las entidades memorialistas convocantes repiten el mismo discurso, asegurando que el edificio debe dejar de ser comisaría para transformarse en un “espacio de justicia y memoria democrática”. Y este viernes, el Ayuntamiento volvió a votar lo mismo: ERC al frente, con el apoyo de Junts y BComú, la abstención conveniente del PSC y la oposición solitaria de PP y Vox.
La realidad es clara: mientras algunos insisten en remover fantasmas del pasado para avanzar su causa identitaria, se arriesga la seguridad y la convivencia del presente. Cataluña necesita menos simbología partidista y más sentido común. Y la Policía Nacional, guste o no a ciertos sectores, sigue siendo un pilar imprescindible para garantizarlo.

Sergio Fidalgo relata en el libro 'TV3, el tamborilero del Bruc del procés' como a los sones del 'tambor' de la tele de la Generalitat muchos catalanes hacen piña alrededor de los líderes separatistas y compran todo su argumentario. Jordi Cañas, Regina Farré, Joan Ferran, Teresa Freixes, Joan López Alegre, Ferran Monegal, Julia Moreno, David Pérez, Xavier Rius y Daniel Sirera dan su visión sobre un medio que debería ser un servicio público, pero que se ha convertido en una herramienta de propaganda que ignora a más de la mitad de Cataluña. En este enlace de Amazon pueden comprar el libro.
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