La vieja guardia socialista no está dispuesta a desaparecer de la escena pública y menos a ser enterrada después de ser silenciada, excluida y denigrada por la actual camarilla que dirige el PSOE. No es sólo un asunto personal, sino de respeto a unas siglas que han protagonizado los mejores años de nuestra historia reciente. Con prudente disciplina han moderado sus críticas hasta ahora, para no perjudicar a un proyecto cuya necesaria existencia está por encima de cálculos y ambiciones personales.
El PSOE ha sido un pilar esencial en la constitución y consolidación de nuestra democracia. Un partido necesario y hasta hoy imprescindible para lograr la estabilidad política y social de España. Quienes le han entregado lo mejor de su vida han confiado hasta ahora en que la actual deriva, cada día más alejada de los principios socialistas, acabara fracasando y las aguas poco a poco pudieran volver a su cauce, el de la socialdemocracia reformista. Por responsabilidad y con esta esperanza han ido modulando su discurso crítico, no sólo como afiliados activos, sino como ciudadanos cada día más conscientes de que lo que está en juego, ya no es una opción política, sino la propia estructura del Estado y la existencia de España como Nación.
El conflicto se ha ido agudizando y han sido las elecciones de Madrid el detonante definitivo de un enfrentamiento que ya no puede limitarse a declaraciones o artículos, en que los antiguos dirigentes llaman a la cordura y piden un cambio de rumbo. El aparato sanchista ha considerado que ha llegado el momento de «ir a por ellos», a por ese grupo de críticos que sigue argumentando con razones y análisis de los hechos, por encima de los ataques personales y sin apelar siquiera a una autoridad merecida, abiertamente despreciada hoy por la pandilla de sectarios arrogantes que ha ocupado Ferraz.
No sabemos en qué acabará esta batalla, pero, con independencia del resultado disciplinario o administrativo, debería desengañar definitivamente a quienes todavía creen que la natural evolución de los hechos acabará propiciando una derrota del pedrosanchismo. No podemos seguir esperando ese derrumbe, lo mismo que no podemos esperar un debilitamiento o agotamiento del proceso independentista (sólo desde la más supina ignorancia o la irresponsabilidad se puede decir, como ha hecho Teodoro García Egea, que «el procés ha muerto»). Son fenómenos que, por su propia dinámica, harán todo lo posible por sobrevivir, proyectando sobre los demás los propios fracasos, porque viven del enfrentamiento y la construcción de un enemigo al que culpar de todos los males.
Joaquín Leguina es quizás quien mejor encarna ese espíritu crítico, no sólo por su gran capacidad intelectual, sino por la valentía y la claridad con que analiza la realidad política y denuncia los dislates de una izquierda descarriada, cada día más reaccionaria. Su último libro, Pedro Sánchez, historia de una ambición (Planeta, Espasa), es una excelente recopilación de sus ideas sobre la España de hoy, los problemas y peligros que nos amenazan, el deterioro de la democracia y las instituciones provocado por la llegada de Sánchez al poder mediante alianzas contra natura, sólo justificadas por su patológica y abyecta ambición personal.
Habla Leguina de cesarismo, despotismo, caudillismo, mandarinato y caciquismo para referirse a lo que yo resumo con el neologismo de pedrosanchismo. Todos estos sustantivos van apareciendo a lo largo de las 347 páginas de este libro, imprescindible para quien, libre de cualquier prejuicio ideológico, quiera saber qué ha pasado en España desde que Pedro Sánchez se hizo con la secretaría general del PSOE en 2014 (aunque el mal se inicia, como bien explica Leguina, con la llegada de Zapatero al poder en 2004).
Pocas voces más autorizadas que la de Joaquín Leguina para hablar de todo lo que trata este libro, que no es sino de los problemas fundamentales que amenazan hoy la convivencia, el orden constitucional y la misma existencia de España como Nación y Estado democrático. Uno comprueba, desde las primeras páginas, algo que suponemos, pero que Leguina demuestra con datos, estadísticas, historias, argumentos: que el PSOE de Pedro Sánchez se parece al de Felipe González como un huevo a una castaña pilonga.
Buen conocer de la vida del partido, Leguina sitúa el origen de todos los males en el nefasto procedimiento de las primarias, vendidas como un avance cuando no han servido más que para anular cualquier atisbo de democracia interna: Un cesarismo arrasador que ha hecho desaparecer el debate y la discrepancia. Los «elegidos» en las primarias se han convertido en propietarios, auténticos caciques que disponen de vidas y haciendas. Las últimas primarias, que «volvieron» a Sánchez a Ferraz, han conseguido crear un mandarinato, donde el ganador ha obtenido «legitimidad» para hacer lo que le dé la gana… y lo primero que hizo fue marginar a quienes no le habían votado, es decir, a la mitad del partido, despilfarrando así material humano «sin medida ni clemencia» (p. 46). Una verdadera «limpieza étnica» que se llevó por delante a los mejores, y que ahora, a los que quedan, como Nicolás Redondo Terreros y Joaquín Leguina, quieren defenestrar y desprestigiar para anular su posible influencia.
Pero este libro no sólo analiza y desnuda la ambición y el concentrado resentimiento de Sánchez y su camarilla contra los mejores referentes que todavía le quedan al PSOE, sino que describe con precisión todos los males que ya ha provocado su política. La lista de atropellos y mezquindades, mentiras y traiciones, es casi interminable. Leguina utiliza una técnica de crónica periodística, con capítulos cortos de lectura amena, pero sostenida por un riguroso análisis político, datos científicos y contundentes razonamientos. Datos como éste, que ya hemos olvidado: De 2008 a 2012 el PSOE perdió 4,4 millones de votantes y 59 diputados. ¿Inicio del derrumbe definitivo, como le ha pasado a la mayoría de partidos socialistas europeos, aunque por otros motivos? El tiempo parece que avanza en este sentido.
Sería un despilfarro suicida que personas como Leguina, Nicolás Redondo, Paco Vázquez, José Luis Corcuera y la larga lista de marginados, entre los que también figuran Guerra y González, no pudieran aportar su experiencia, su sabiduría y su compromiso con España y la Constitución, para iniciar la reconstrucción de una izquierda todavía necesaria e imprescindible. Es urgente frenar el actual proceso de desmoronamiento del Estado e impedir el triunfo del nacionalismo separatista. Sólo con el equilibrio entre una izquierda no sectaria y no ideologizada, y una derecha no dogmática ni acomplejada, se podrá impulsar un nuevo acuerdo de unidad nacional que derrote a los supremacistas, los criptoterroristas y los neopopulistas pintados de verde, esos que están sosteniendo al pedrosanchismo (Foto: Cristina Casanova).
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