Ahora que se habla de indultos, queremos recordar un escrito que publicamos en junio de 2019:
«El fiscal de sala José Zaragoza ha dicho lo que piensan millones de españoles. Que lo que intentaron Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, con el apoyo logístico de la ANC y Òmnium Cultural y con las porras de los chicos de la gasolina del entorno de la CUP, fue un golpe de Estado de manual: «Lo que pasó en Cataluña entre marzo de 2015 y octubre de 2017, sobre todo en los meses de septiembre y octubre de 2017, es lo que en la terminología de Hans Kelsen, ese ilustre jurista austriaco que tuvo que huir en los años treinta a EE.UU ante el auge del nazismo, se llama golpe de Estado: la sustitución de un régimen jurídico por otro por medios ilegales».
Zaragoza usó ante la sala del Supremo la cita de Kelsen, aunque no le hubiera hecho falta ser tan fino, juridícamente hablando, ni retroceder a la Alemania de entreguerras. Lo que hicieron los partidos secesionistas en los llamados “plenos de la vergüenza” en el Parlament el 6 y el 7 de septiembre de 2017 aprobando las leyes del referéndum y de transitoriedad jurídica, fue despojar a la oposición de sus derechos políticos. Que es lo mismo que despojar a millones de catalanes de su condición de ciudadanos de un país democrático. Ahí ya quedó claro que la “revolución de las sonrisas” era la enésima reedición totalitaria de un golpe de mano nacionalista.
Eso sí, con mejor marketing que otros, porque su propaganda ‘flower-power’ ha conseguido engañar a muchos compatriotas del resto de España que ven a Junqueras y compañía como unos pobres “presos políticos”, cuando son unos totalitarios que quisieron reventar el sistema democrático de nuestro país. Porque bajo la apariencia de la creación de una “República” en la que “todo era posible” se ha señalado a los discrepantes, se ha reducido a la condición de ciudadanos de segunda a los catalanes no nacionalistas, se ha usado a la policía autonómica como fuerza de espionaje para amedrentar a la oposición, se han convertido los medios de comunicación públicos en propagadores de odio…
El proceso secesionista comenzó cuando Jordi Pujol accedió, en 1980, a la presidencia de la Generalitat y puso en marcha la “construcción nacional” de una Cataluña a su medida, una región que rompiera poco a poco sus lazos con el resto de España mediante un meticuloso plan de ingeniería social. Y mutó a golpe de Estado el día que Artur Mas vio al Estado español débil, en medio de la peor crisis económica de los últimos decenios, y pensó que era el momento de conseguir la secesión para garantizarse la impunidad ante los casos de corrupción de Convergència Democràtica, y para que el “oasis catalán” permaneciera siempre en manos de los mismos. De los “suyos”.
La Fiscalía ha descubierto, al fin, que el adoctrinamiento escolar, el uso y abuso de TV3 y la colonización nacionalista de todas las instituciones públicas y privadas, solo podía acabar en un intento de golpe de Estado. Que el proceso de ingeniería social pujolista plasmado en el “Plan 2000’ tenía como conclusión lógica el 1 de octubre. Que el mercadeo que el nacionalismo catalán ha ejercido con los sucesivos gobiernos de España solo podía acabar con la DUI en el Parlament.
Esperemos que el juez Marchena y el resto de magistrados vean lo que es una evidencia. Que ha sido un golpe de Estado permanente que lleva cuarenta años preparándose, aunque solo haya sido violento en su etapa final. Y que los policías golpeados, los asaltos a las subdelegaciones del Gobierno, las agresiones a los partidos no nacionalistas, los intentos de paralizar Cataluña para despojar a millones de ciudadanos de sus derechos políticos merecen algo más que una condena por “desobediencia” o “malversación”.
El Supremo les condenó por sedición, no por rebelión, aunque se ha redimido en parte de su error negándose con contundencia a apoyar los indultos que prepara el Gobierno. Pero no olvidemos nunca lo que dijo el fiscal Zaragoza, porque tiene razón: el condenado Junqueras y el prófugo Puigdemont quisieron dar un golpe de Estado, y todo empezó con Jordi Pujol.
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