Ya os conté que estuve en el Palau Sant Jordi el pasado 24 de marzo para asistir a la, me temo, última actuación de ‘La Vida Moderna Live Show’ en Barcelona. Ojalá me equivoque, pero en el Palau Sant Jordi se vivió cierto ambiente nostálgico, de despedida de un viejo amigo con el que hemos pasado muy buenos ratos, pero que nos deja para siempre. Cerca de cuatro mil personas nos juntamos para disfrutar del espectáculo de Ignatius Farray, David Broncano y Héctor de Miguel.
La actuación estaba prevista para el día 19, pero Ignatius Farray sufrió un ataque de ansiedad y se aplazó. Prometieron que volverían, y cinco después estaban en un Sant Jordi más vacío de lo esperado — para la del día 19 se vendieron más de 5.000 entradas, y el 24 asistieron un poco menos de 4.000 personas –. Pero el público tenía ganas de gresca y de aplaudir a Ignatius, Broncano y De Miguel, y la actuación, lejos de ser deslucida por estar el recinto vacío en sus tres cuartas partes, fue cálida.
Sobre todo con Farray, que tras los problemas de salud mental que se han agudizado en los próximos meses, necesitaba cariño, y el público se lo dio. Un cariño contenido, porque el mismo Ignatius cuenta continuamente que demasiado afecto le da angustia. Y es que la angustia es el motor de las actuaciones de este cómico, uno de los más originales del panorama español. Él reconoce que se transforma al al escenario, y que la histeria le acompaña durante todos sus ‘shows’. La comedia, al mismo tiempo, le alimenta y le mata, y es causa de sus principales alegrías y problemas.
Broncano estuvo como siempre, faltón, ocurrente y divertido, y De Miguel actuó con su ironía y desparpajo habitual. Pero la duda es como estaría Ignatius, y estuvo a la altura de lo esperado. Su relato de sus problemas mentales, sincero y desgarrador, generaba compasión y carcajadas al mismo tiempo. Es un chamán, y como buen chamán sabe despertar todo tipo de emociones encontradas entre sus fieles, a los que ofreció el pack completo: su enésimo patético y deslumbrante combate, su enésimo desnudo, sus gritos y gesticulaciones… En resumen, lo que sus fans queríamos ver. No nos decepcionó, porque la grandeza de Ignatius es que nos hipnotiza, y cualquier cosa que nos ofrezca, la damos por buena. Por eso es un cómico único.

La sensación que La Vida Moderna, y por lo tanto La Vida Moderna Live Show se extingue, flotó en el ambiente. Pero a algunos nos tranquilizó ver que Ignatius, energía pura, seguirá sobre el escenario, solo o acompañado, mientras el cuerpo aguante. Y si pudo actuar antes cuatro mil personas, aunque con un amago de ataque de angustia, y llegó hasta el final, es que la recuperación está más cerca y que podrá seguir alegrando la vida a su legión de incondicionales durante unos cuantos años.
Y es que, ¿alguien se imagina a Ignatius en su sofá esperando cobrar su pensión de jubilación? Si hay un cómico al que seguro que veremos morir sobre un escenario, y espero que sea de aquí a cuatro o cinco décadas, es Ignatius Farray. Y será la demostración máxima que la COMEDIA crea y destruye, da la vida y te la quita. Ignatius es COMEDIA pura y su destino es morir haciendo reír. Y muchos le seguiremos hasta el final.
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