El independentismo catalán ha degradado todas las instituciones que ha pisado, las primeras las catalanas, las cuales ha convertido en muchas ocasiones en un circo lamentable.
Por supuesto, ha hecho lo propio con las instituciones nacionales. El ejemplo más claro lo tenemos en Gabriel Rufián, al que se le recuerdan diversos numeritos en sede parlamentaria donde ha llegado a mostrar unas esposas o una impresora.
Hace unos días, el espectáculo bochornoso se trasladó al Senado. En la cámara alta tomó posesión de su acta la parlamentaria de Esquerra, Vanessa Callau, quien lo hizo por «imperativo legal» y después de desgranar todas las soflamas independentistas, habidas y por haber.
Es lamentable que se permitan este tipo de acciones en las instituciones, que lo único que hacen es degradarlas de una manera bochornosa.
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