El pasado jueves día 14 de septiembre estuve en la presentación del libro Escucha Cataluña, Escucha España (Península) que se celebró en la Casa del Libro. A quince días de la fecha anunciada para la celebración del referéndum de autodeterminación de Cataluña, sus autores, Francesc de Carreras, Josep Borrell, Josep Piqué y Juan José López-Burniol se mostraron genuinamente asustados de que las cosas hayan ido tan lejos. Los cuatro pesos pesados de la política y la cultura catalana se aplicaron a la tarea de analizar qué nos ha ocurrido y qué nos sucederá antes y después del 1 de octubre. Una vez más, con la honrosa excepción de Josep de Carreras, en el análisis de los hechos salió a la palestra la “singularidad catalana”, los agravios a la lengua y a la cultura, los problemas del pacto fiscal, la necesidad de blindar competencias “sensibles” dentro de la jurisdicción de la Generalitat. Y una vez más se volvió a hablar de forma más o menos clara, más o menos ambigua, de reforzar todos estos puntos para conseguir resolver el sempiterno problema catalán (al parecer llevamos más de dos siglos con esta pesada carga, y España no quiere, o no sabe, aliviárnosla).
Mientras los escuchaba, yo iba pensando: “O sea, que con todo lo que está cayendo, ¿estamos como al principio? ¿Proponemos los mismos remedios para los problemas de siempre, aunque ahora ya estén en la fase de necrosis? La misma mezcla de victimismo (el greuge a nuestra lengua y cultura) y de supremacismo (somos distintos, una nación, por lo que nos merecemos un trato diferente)”. Ante mi muda sorpresa, el único que puso el dedo en la llaga del nacionalismo identitario y habló de tratar a todos los españoles como ciudadanos iguales, fue Francesc de Carreras. ¿No es sorprendente que solo a uno de los cuatro ponentes se le ocurra que en un estado de derecho hay que tratar a todos los ciudadanos en igualdad de condiciones? Ante la mirada desdeñosa de Iceta y Montilla, sentados en la primera fila, Carreras habló de la responsabilidad que de los actuales lodos tiene el tripartito de Maragall con su innecesario y disparatado Estatut. Poco después, cuando Marius Carol mencionó la posición central ante el procés de La Vanguardia y el grupo Godó, el público se carcajeó por no abuchearlo directamente, que es lo que se merecía, él y Javier Godó, sentado en la primera fila junto a Montilla e Iceta. También me sorprendió que los dos antiguos ministros, Borrell y Piqué, hablaran de todos estos problemas como si sus gobiernos y partidos no tuvieran ninguna responsabilidad en lo que sucede actualmente en Cataluña.
En un momento dado Borrell habló de las mentiras del independentismo y dijo, con toda razón, que a la machacona y muy bien diseñada propaganda de la Generalitat el gobierno apenas hace una contrarréplica que esté a la altura de las circunstancias. Estoy de acuerdo: este gobierno, y también los anteriores (son casi cuarenta años ya) han permitido que una “lluvia fina” de mentiras fuera calando en la población sin oponer nunca argumentos y datos que las deslegitimaran. Ha faltado comunicación, y también pedagogía, y en mi opinión sigue faltando en los últimos días, cuando el Govern y el Parlament han traspasado todas las líneas rojas de la legalidad. Cuando Rajoy dice que defenderá la democracia, hace muy bien, por supuesto, pero, por desgracia, no es suficiente. Pues alguna gente puede pensar (y de hecho se la induce a pensar) lo siguiente: “democracia por democracia, se comprende más la de votar en un referéndum, que es lo que quiere Puigdemont y Junqueras (y apoya Colau). ¿Cómo va a defender Rajoy la democracia, si lo único que se le ocurre es enviar a los guardias civiles a las imprentas y perseguir a los alcaldes?”. ¡Qué fácil se lo pone el presidente a los astutos independentistas! ¿Por qué además de su discurso de defender la legalidad y la democracia, y actuar en consonancia, Rajoy no habla hasta la saciedad del golpe de Estado perpetrado hace unos días en el Parlament, cuando unos diputats, pasando por encima de los representantes de la mitad del electorado, impusieron unas leyes nuevas vulnerando las normas que rigen la convivencia de todos los catalanes y españoles, subvirtiendo el orden de un estado de derecho e iniciando un proceso revolucionario? ¿No sería aconsejable que Rajoy respondiera a la carta que le enviaron Puigdemont, Junqueras, Forcadell y Colau explicando toda la situación y hablando lisa y llanamente de la injusticia que se comete con todos los españoles y con más de la mitad de los catalanes? Por favor, señor Rajoy, si no lo hace por España, hágalo por los catalanes olvidados que estamos más que hartos del proceso, ya no digamos del nacionalismo.
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