Exdiputada del Partido Popular y portavoz de Libres e Iguales, Cayetana Álvarez de Toledo (Madrid, 1974), retomó su faceta como periodista hace un par de años de la mano del diario El Mundo. Esta labor, junto a su activismo constitucional, le hizo acreedora en 2017 del Premio Sociedad Civil. En esta entrevista, reivindica los valores de la Ilustración como antídoto frente a las “artificiales” políticas de la identidad.
Ha citado en varias ocasiones la frase con la que Tony Judt comienza sus memorias: “La identidad es una palabra peligrosa”. ¿Qué la hace tan nociva?
Básicamente, la identidad aboca a la sociedades al conflicto tribal. Por una parte, somete al individuo a lo colectivo: una persona ya no es más un ser único y distinto. Omite que todos somos un cúmulo de identidades solapadas. Yo por ejemplo, soy argentina, española y, a la vez, un poco francesa. Tony Judt se refiere en su libro a los edge people, o “personas de frontera”, en las que predomina lo diverso. Los individuos somos mezcla. Incluso a lo largo de nuestra vida vamos cambiando la percepción que tenemos sobre nosotros mismos. Por supuesto, habrá quien diga: “Me siento puramente español”. Pero la mayoría se siente también de su ciudad o comunidad, a la vez que de un mundo más amplio.
Sin embargo, el identitarismo persigue encajonarnos en bloques monolíticos —y por tanto artificiales— basados solo en uno de los criterios de la persona. Supuestamente, los individuos de esos bloques —ya sean étnicos, lingüísticos, culturales o sexuales— piensan y aspiran a lo mismo, lo cual es falso.
Por otro lado, una vez constituido ese bloque homogéneo, se le enfrenta con otro. Toda política identitaria acaba siempre en confrontación: hombres contra mujeres, blancos contra negros, estados contra estados, etc. Es por esta razón que la idea de las identidades monolíticas, además de irreal, resulta tan peligrosa.
Usted ha dicho que en “política lo moral es eficaz”. ¿También en Cataluña?
Sí, por supuesto. En este sentido, el caso del PSC es un ejemplo evidente. A medida que se ha ido escorando hacia el nacionalismo y abandonando una política ética —es decir, defensa de la igualdad y de las libertades individuales—, se ha ido tornando cada vez más pequeño e insignificante. Lo que prueba que, como le digo, lo moral es lo eficaz.
Y aunque no lo fuera, la política debe ejercerse a partir de unos postulados éticos. Lo maravilloso es que la ética funciona. Podría objetarme que, si miramos a nuestro alrededor, parece que triunfan las vísceras, el odio y la xenofobia; lo que también es cierto. Sin embargo, visto con perspectiva, las únicas políticas que han funcionado en los últimos 300 años son las basadas en los ideales de la Ilustración, es decir, la razón, la ciencia y el humanismo. Estos valores han forjado los grandes consensos de fondo, acicateando el progreso en todos los campos: en índices de criminalidad, en igualdad para las mujeres, en libertad para los homosexuales, etc. Un avance arrollador que Steven Pinker demuestra con datos y gráficos en un libro maravilloso: En defensa de la Ilustración.
Asimismo, ha advertido de que es preferible el conflicto civil a la sumisión.
La palabra pueda sonar fuerte, pero estoy convencida de es así. Es preferible la confrontación a la derrota de la democracia. En cualquier caso, no estoy pensando en pegarnos tiros unos a otros, no caigamos en esa demagogia. Pero si hemos llegado hasta el borde del precipicio —sufriendo un ataque frontal a nuestro sistema democrático, esto es, a la España más justa y fértil que hemos conocido— ha sido porque ha habido sumisión. Sumisión en la propia Cataluña, con una minoría resistente y heroica, sí, pero ignorada no solo por el nacionalismo sino también por los tibios y condescendientes.
Y sumisión en el resto de España, cuyas élites asumieron que el nacionalismo tenía una superioridad moral que, a todas luces, no merecía. En sus memorias, Cebrián cuenta como, tras el estallido del caso Banca Catalana y la corrupción de Pujol, éste se reúne con El País y manda callar. El diario se plegó a sus exigencias y dejó de publicar crónicas sobre el caso. Cebrián admite que fue un grave error periodístico. Pero fue mucho más que eso: fue un grave error moral —incluso patriótico, si quiere—. Como lo fue el hecho de que Ansón nombrase a Pujol “Español del año”. Y es que, durante cuatro décadas, España ha estado sometida, moralmente y en la práctica, al nacionalismo catalán.
¿Esa sumisión ha terminado?
Ahora lo que ha ocurrido es que, gracias a la profunda agresión que el nacionalismo ha ejercido sobre la democracia, ha habido una rebelión cívica por parte de la otra Cataluña, hasta hace poco sometida, pero también de muchos españoles del resto del Estado. Ahora, dicen: “Oigan, es que ustedes están provocando un conflicto civil”. “No, lo que usted pretende es que yo me calle y acepte su tiranía. Y no lo voy a hacer”. Esa Cataluña que sí cree en la libertad y en la democracia —que no es xenófoba en definitiva— debe ser protegida, cultivada y financiada; algo que no se ha hecho en 40 años.
Solía decirse que el nacionalismo catalán carecía del etnicismo que caracterizaba al vasco. Sin embargo, en lo que va de año, hemos oído a la ex presidenta del Parlament instar tres veces a Arrimadas a que regrese a Cádiz y visto como se investía presidente de Cataluña a un líder que llamó “carroña” y “bestias taradas” a los catalanes castellanoparlantes. ¿Es la pulsión xenófoba indisociable del nacionalismo?
Es muy importante ponerle nombres exactos a las cosas. Y lo que mueve en el fondo al nacionalismo catalán, pese a todo el prestigio que atesoraba, es la xenofobia, el desprecio hacia el resto de españoles. Muy pocos se han atrevido a reconocerlo. Entre otras cosas, porque Cataluña sigue beneficiándose de esa idea de vanguardia y cosmopolitismo: los catalanes eran modernos y afrancesados, mientras que el resto de españoles eran de alpargata, ajo y sacristía. Eso lo ha compartido todo tipo de gente, no solo los abiertamente nacionalistas: recordemos el grotesco caso del alcalde socialista de Blanes, que comparaba Dinamarca con Cataluña y España con el Magreb.
A mí, por ejemplo, siempre me impresionaba que en el Congreso todo el mundo aceptase la sinécdoque de que los nacionalistas hablasen en nombre de toda Cataluña. “El grupo catalán toma la palabra”. No, era el grupo de CiU el que intervenía. Si lo hacía un catalán del PSC, no era lo mismo. Esa misma percepción es la que subyace cuando a Arrimadas le espetan: “Vete para casa”. Esto significa que para ser catalán de verdad, has de pertenecer a la cofradía nacionalista. Si no, eres un catalán “destruido”, que diría Pujol. Y de ahí procede también aquel “auto odio” del que se acusaba a la resistencia catalana. En la raíz del asunto, sin duda, se esconde la xenofobia.
Algunos analistas creen conveniente recuperar el catalanismo para encauzar las aspiraciones soberanistas. Sin embargo, otros atribuyen a este movimiento el origen del conflicto actual. ¿Quién está en lo cierto?
En mi opinión, el supremacismo no caracteriza solo al nacionalismo más exacerbado, sino que está inscrito en el núcleo del catalanismo. Por eso, quienes pretendan reconducir la situación recuperándolo, lo único que harán será retrotraernos al inicio del camino que nos condujo hasta aquí. Porque la infección ideológica, la xenofobia, ya está escondida en su interior. El catalanismo es tan solo un estadio anterior del nacionalismo; y siempre evoluciona, o involuciona, hacia el nacionalismo. Y debe hacerse lo contrario: inyectar libertad dentro del sistema, reconociendo la pluralidad del individuo.
El sesgo secesionista de la mayoría de medios catalanes es de sobra conocido. Esta misma semana, por ejemplo, El Nacional, el digital catalán más leído, lanzaba la siguiente pregunta a sus lectores: “¿Crees que Ciudadanos utiliza técnicas del KGB?”. En tu opinión, ¿qué papel ha jugado la prensa en lo ocurrido en Cataluña?
Son propagandistas de la mentira. Y los que han promovido lo que ahora llamamos fake news —de hecho, el procés es una fake new en sí mismo— son cómplices del desastre que, en términos de convivencia y de ruina económica, ha supuesto todo esto.
Por lo que respecta a TV3, yo la cerraría inmediatamente. Algunos opinan que, de tan grotesca y obscena, se ha vuelto irrelevante. Ya solo puedes verla con un lazo amarillo en la solapa, de modo que daría igual cerrarla o no. Sin embargo, yo no quiero que con mis impuestos se promocione la mentira y la destrucción del sistema en el que vivo. Sus responsables son militantes de un matrix moral. No les importa la verdad, porque todo lo supeditan a la causa nacionalista. Han arrebatado a los catalanes el derecho a recibir una información veraz.
A pesar de que las evidencias de adoctrinamiento en la escuela catalana se multiplican —así lo atestigua, por ejemplo, el informe de la Alta Inspección Educativa—, parte de la izquierda española, tanto política como mediática, sigue negando que éste se produzca. ¿Por qué?
Yo animo a la gente a que vaya directamente a los facts, a lo tangible. Yo tuve que leer los libros de texto que cita la Alta Inspección del Estado. En ellos te encuentras manipulaciones como siguiente: “Diga usted los países en los que los derechos de la mujer están mejor protegidos. Enumérelos. Lista de países: Alemania, Francia, Reino Unido, Cataluña, Bélgica y España”. Esto es falso. No solo es que promuevan la causa independentista, sino que mienten fácticamente sobre la realidad.
Y ya ni le hablo del odio a todo lo español que supuran los textos por todos lados. Una falsificación de la historia absoluta, donde la relación entre Cataluña y España se presenta como una guerra permanente. ¿En qué condiciones saldrán esos chicos al mundo? En lugar de seres formados, con un conocimiento fáctico sobre la realidad —que luego podrán ser secesionistas, globalistas, españolistas o lo que se les antoje—, se les considera pequeños soldados, materia prescindible de una causa superior.
Daniel Gascón señalaba en un artículo reciente las ventajas de que la identidad española sea “débil” como “prevención irónica contra el chovinismo”. ¿Está de acuerdo?
Lo más notable de España es, como decíamos en Libres e Iguales, su “empecinada voluntad de vivir juntos los distintos”. En ese sentido, nuestro país es una pequeña Europa. España también se contó sus mentiras en el pasado: sus mitos y ficciones nacionalistas. Pero la Constitución del 78, pese a sus defectos, consagra ese empeño de integrar la diferencia en lo común.
En cualquier caso, yo no concibo España en términos identitarios. En mi opinión, la “debilidad” censurable ha sido la falta de convicción democrática de las élites españolas. No se ha defendido el Estado de derecho frente a la agresión nacionalista. De hecho, se cedieron parcelas de democracia en su beneficio. Como si la democracia fuese a durar siempre. Y no es cierto. Nuestro sistema de libertades es una batalla cotidiana que requiere militantes de la democracia. Gente activamente combativa en su defensa. Y eso sí ha sido un hándicap grave. En consecuencia, el problema no ha sido tanto la debilidad de la identidad española, sino la fragilidad de, por decirlo así, nuestra identidad constitucional.
¿Y cómo valora la irrupción de un francés como Manuel Valls en la política catalana?
Lo mejor que le ha podido ocurrir a Cataluña es su candidatura al Ayuntamiento de Barcelona, y juzgo fundamental que este señor gane las elecciones y pueda gobernar. Su victoria sería balsámica para Cataluña, balsámica para España y balsámica para Europa. Dentro de la gran guerra cultural que está teniendo lugar entre progresistas y globalistas frente a reaccionarios y tribalistas, el triunfo de Manuel Valls representaría un hito sensacional.
Últimamente, muchos argumentan que es difícil retomar la normalidad en Cataluña con políticos electos en la cárcel. ¿Es cierto?
Una consideración: es impresionante como se ennoblece el delito político. Resulta obscena esa peregrinación de líderes económicos, políticos o sindicales a la cárcel. Es como si hubieran ido a visitar a Bárcenas en su día. ¿Por qué se trata de manera tan condescendiente al que comete un delito contra la democracia? Sus acciones han supuesto un daño económico y social enorme. En estos momentos, dejemos que la Justicia siga su curso y que los que quebraron la legalidad cumplan los años que deban cumplir. El conflicto catalán quedaría en nada con un sistema democrático en el que las leyes se cumplieran. No tiene más misterio. Luego, por supuesto, deberíamos adoptar una política de activa militancia en los valores de la Ilustración y de la libertad individual. Ese es, sin duda, el camino a seguir: aumentar radicalmente la libertad en Cataluña.
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