En Cataluña se está imponiendo un totalitarismo separatista que se está convirtiendo en parte del paisaje, que va avanzando ante la pasividad o la complicidad de los que detentan la hegemonía política, social y cultural en Cataluña. Es un totalitarismo que lo practican muchos de los que se llenan la boca llamando «fachas», «franquistas» o «fascistas» a los catalanes que no son secesionistas. Un fascismo cotidiano que considera que Javier Cercas o Manuel Valls han de ser insultados por no ser independentistas.
Cualquier ‘razón’ inventada por el separatismo es válida para marcar el territorio machacando a un pizzero, a un camarero, a un panadero o a cualquiera. Si usted no es separatista hoy se ha librado, pero mañana le tocará. No lo dude.
No importa la razón. Basta con no estar en el lado ‘correcto’ de la historia, según la visión de estos nuevos inquisidores independentistas. Las redes sociales son su principal arma, todos organizados y bien pertrechados para señalar al discrepante, todos actuando a una, todos difundiendo la basura que se crea para hundir en la miseria al objetivo escogido.
El problema es que nos estamos acostumbrando a que el secesionismo, tanto el radical de forma activa, como el gubernamental con su pasividad, vandalice las sedes de los partidos de la oposición, intente hundir los negocios que no son de su agrado, destroce el buen nombre de todos los que no se plieguen a sus deseos, consiga limitar el derecho a la libre manifestación, amenace a los padres que quieren exigir su derecho a que sus hijos reciban más horas de docencia en castellano…
Por no hablar de la acción directa de algunas instituciones que controlan los secesionistas. Como las ofensas diarias que se vierten desde los medios de comunicación de la Generalitat hacia todos los españoles, equiparando a nuestro país con una semidictadura; o que se permita símbolos de adoctrinamiento político en centenares de escuelas de toda Cataluña. Pere Aragonès es tan responsable de esta totalitarismo como lo fue anteriormente Quim Torra.
Una parte de Cataluña, la separatista, oprime al resto de catalanes cuando se dedica a excluir a la otra parte de la vida pública. Cuando se la tacha de «no catalana», «quintacolumnista» o «colona» por no defender la fantasmagórica «República catalana» emanada de una consulta ilegal, la del 1 de octubre, basada en unas leyes excluyentes, las que se aprobaron sin ninguna garantía en el Parlament en los plenos del 6 y 7 de septiembre de 2017, los llamados «plenos de la vergüenza».
No pinta bien. Porque para «desinflamar» el llamado «conflicto catalán» (en realidad, «conflicto secesionista») ha de haber voluntad de querer reducir la tensión. Y, de momento, los secesionistas más radicales son las que marcan la agenda. Y actúan con total impunidad, patrimonializando unas instituciones que son de todos.
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