Cuando Joan Canadell, el fanático radical que preside la Cámara de Comercio de Barcelona, dijo que España “es paro y muerte” no hizo más que trasladar a “España” lo que es la marca del “separatismo”.
Que el separatismo es “muerte” ha quedado claro con la desastrosa gestión de la pandemia en las residencias de ancianos, en la que el Govern dejó desprotegidos y sin material de protección al personal de estos equipamientos. Más de tres mil muertos.
Que el separatismo es “muerte” se vio en los criterios de triaje en los días más duros de la pandemia. Por culpa de la imprevisión de un Govern más preocupado en gastarse dinero en las productoras afines que trabajan para TV3 que en haber previsto comprar más respiradores, sacrificaron a docenas de personas mayores que no pudieron acceder a respiración asistida.
Que el separatismo es “muerte” se escucha cada día en las banderas negras que lucen los más radicales y que significan “lucha sin cuartel”. En sus proclamas que incitan al enfrentamiento civil contra las instituciones democráticas que representan a todos los españoles. En el odio que vierten hacia los catalanes que no piensan como ello.
El separatismo también es “paro” porque está destruyendo el tejido productivo catalán. Nissan, si se confirma lo publicado por la prensa japonesa, será la primera de muchas empresas que, con la excusa del coronavirus, se irán para no tener que soportar la inestabilidad política generada por el independentismo.
Se irán para que no aguantar a pirados separatistas ocupando el aeropuerto, para no soportar hoteles en el centro de Barcelona rodeados de contenedores en llamas, para librarse de niñatos radicales atacando autobuses turísticos, para no tener que tratar con políticos fanáticos más preocupados en sus proclamas supremacistas que en generar riqueza y facilitar las inversiones.
El separatismo es paro y muerte. Y hasta que los catalanes abducidos por el fanatismo no se den cuenta, Cataluña seguirá cayendo en una espiral de autodestrucción.
Comentario editorial de elCatalán.es
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