Los independentistas no paran de presumir sobre su ‘amor’ a Cataluña, como estiman “su” tierra, “su” lengua, “sus” instituciones, “su” cultura. Pero no es verdad, en realidad la desprecian, porque sienten una repulsión absoluta hacia millones de conciudadanos que no comparten sus ideas, pero que son tan catalanes como ellos.
Los separatistas solo aman la visión de Cataluña que ellos tienen de lo que llaman «su país», y que consiste en una tierra empequeñecida y uniforme, en la que no cabe la discrepancia, en la que solo se habla un idioma, se milita en una ideología concreta y en la que hay un enemigo exterior, España, al que culpar de todos los males y errores.
Como la ingeniería social vía adoctrinamiento escolar y mediático durante cuarenta años no les ha sido suficiente, recurren a la muerte civil para acallar la disidencia, para esparcir el temor entre los catalanes que no piensan como ellos.
Cada vez que escuchen a un político separatista hablar de lo mucho que quiere a Cataluña recuerde que lo que en realidad quiere decir es que está locamente enamorado del sistema dictatorial que quiere implantar en una tierra atormentada por un nacionalismo excluyente.
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