Hace ya tiempo que el separatismo catalán se quitó la careta y cambió la ‘revolución de las sonrisas’ por las amenazas, coacciones y agresiones. Desde el acoso a camareros y dependientes, por razones lingüísticas, buscando su despido y su señalamiento social, a la violencia callejera contra los partidos y entidades no separatistas. Y no hablamos de los disturbios de la sentencia pro-procés, hablamos de una violencia más extendida en el tiempo y en el territorio catalán, con docenas de ataques a sedes de todos los partidos no separatistas y señalamientos en redes casi a diario.
Este fin de semana se han producido varias agresiones simbólicas y otra directamente violentas. Desde la prohibición del Ayuntamiento de Vic, por los santos cojones de sus regidores y los ovarios de su alcaldesa, para que ‘Escuela de todos’ instalara una carpa para informar del 25% de docencia en castellano, a la agresión que radicales secesionistas propinaron a vecinos de la Meridiana.
Vox, como se ha convertido en costumbre en la Cataluña de Pere Aragonès, sufrió un escrache en la carpa que instaló en la localidad gerundense de Palafrugell. Dos carpas de ‘Escuela de todos’ fueron escrachadas en Cambrils y Sant Adrià de Besós. Y la sede en Barcelona de Societat Civil Catalana fue vandalizada, y se llevaron la placa de la puerta de su sede — un claro mensaje separatista que dice ‘sabemos dónde estáis y podemos hacer lo que nos dé la gana –.
Con unos Mossos d’Esquadra purgados políticamente por Pere Aragonès, la violencia separatista se extiende. Las bandas de la porra y el escrache campan a sus anchas por toda Cataluña mientras el Govern sonríe con satisfacción en esta labor de silenciar al discrepante al precio que sea. Mientras, el Gobierno de Pedro Sánchez sigue sin hacer nada y deja a millones de catalanes indefensos ante los abusos del separatismo. Los ‘casos aislados’ se han convertido en una costumbre que el constitucionalismo catalán sufre a diario.
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