Una de las principales armas del secesionismo catalán, como buen nacionalismo, es el linchamiento del discrepante. Desde los firmantes del Manifiesto de los 2.300 hasta el periodista Carles Francino todos los que osan poner en cuestión alguno de los dogmas sagrados de esta ideología excluyente son señalados, insultados y tildados de malos ciudadanos. No importa que el tema sea la defensa de los derechos lingüísticos de los catalanes o la protesta por un anuncio de promoción de un partido de fútbol como síntoma de un mal de fondo, no se permite la heterodoxia y quien la práctica es castigado.
La poderosa máquina de propaganda nacionalista tiene claro que para conseguir la homogeneidad ideológica y social que interesa al separatismo no se puede permitir que la duda campe por las mentes de los ciudadanos. Y la forma más eficaz de construir certezas es castigar a quien osa poner en cuestión los postulados de los timoneles del ‘procés’. Por eso la mejor manera de conseguir vencer la locura secesionista es poner en evidencia sus mentiras y contradicciones y, a pesar de los linchamientos morales que intentarán, denunciarlas.
Solo así triunfará la democracia y conseguiremos vencer a una ideología excluyente basada en el odio y no en el respeto y en la buena convivencia entre todos los ciudadanos.
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