Decía ayer acertadamente en estas mismas páginas Pau Guix, “El nacionalismo es el mal”. Añado una adversativa: el nacionalismo es el mal, no la independencia. O dicho de otro modo, el infierno es el tránsito a la independencia, no la independencia misma; o si gustan de matices, es este catalanismo supremacista que ha convertido en ciudadanos de segunda a la mitad de la población de Cataluña desde hace cuarenta años, el auténtico mal. Es este tránsito infinito a la independencia el salvoconducto para legitimar la sumisión, para justificar abusos, que sin el fantasma de la independencia, les sería imposible sostener indefinidamente en el tiempo. Ni tampoco, renovar en los excluidos, la fatalidad del mal menor.
En este sentido, también Pedro Gómez planteaba dos reflexiones sobre “La utilidad del voto inútil”. Al contrario que Pau Guix, que en su artículo no deja prisioneros, P. Gómez plantea dos cuestiones que no acaba de despejar. La paradoja votoinútil/votoútil y la contradicción nacionalismo/independentismo. Al final del recorrido las ecuaciones las despejas con la precavida “marcha atrás”.
Como ejercicio de reflexión para mentes receptivas, es interesante, pero en el contexto de unas elecciones trascendentes para ayudar a las menos reflexivas, elude el riesgo de ser obvio. Incluso los más crueles bien podrían acabar pensando “tanta monserga para pedir el voto a Vox”.
Es conocida mi posición en ambos temas. No soy partidario del voto útil, pero hay tantas razones para defenderlo como para denostarlo. Suele ser la disculpa de los partidos instalados para impedir que terceros le disputen la posición. Si la mayoría hubiera sido partidaria del voto útil, jamás hubieran nacido C´s, Podemos o Vox. En cualquier caso, la reflexión que deja Gómez es pertinente. Y posiblemente oportuna ante los miedos por lanzarse a pensar en Cataluña. La opción entre decantarse por un voto útil constitucionalista, y la de un voto inútil para lograr una oposición fuerte útil, está bien argumentada. Y desgraciadamente, la advertencia es real.
En el segundo dilema hay más meollo. He sostenido infinidad de veces, que la independencia no es el mal, sino todo lo que la precede. Es decir, todo cuanto genera la amenaza de su irrupción. Empezando por esa red de complicidades que el nacional/catalanismo ha tejido desde 1980 para monopolizar el poder, impedir que nadie fuera de la omertà pueda cuestionar o gestionar ni una sola institución, estamento social, educativo, mediático, religioso, deportivo o cualquier otra fuente de control político. No hace falta que llegue la independencia para monopolizar privilegios y tener a raya a más de la mitad de la población a la que han decidido tratarla como una étnica distinta, inferior y enemiga de la identidad catalana de la que se han otorgado la propiedad. Después de haberla recalificado.
Los tibios aquí son más eficaces que los toscos; mucho mejor el PSC por tibio y equidistante, que la CUP, por broncas y evidentes. Para guardar la falsa propiedad del catalanismo, es más eficaz el respetuoso Illa, que el ultra Torra.
Esta evidencia es tan diáfana, que mientras llevó el rebaño Jordi Pujol, la exclusión social y la corrupción pasó casi desapercibida. Y fue la estridencia de ERC con el Tripartito la que provocó el triunfo de la Resistencia al nacionalismo con el nacimiento de C´s.
Es pertinente diferenciar entre nacionalismo e independentismo. Y si para evitar el independentismo, permitimos que este statu quo nacionalista se perpetúe, no sólo estaremos permitiendo que la pedagogía del odio a España siga su curso, sino, y sobre todo, estaremos aceptando como un mal menor lo que es, en sí mismo, el mal.
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