En el Antiguo Régimen la sociedad estaba estratificada entre el estado llano, el clero y la nobleza. Cada individuo ocupaba su lugar asignado desde la cuna, y los tres estamentos tenían en la cúspide de la pirámide la figura del rey como señor absoluto, y el papa sobre la Iglesia. Este orden jerárquico lo fracturó totalmente la Revolución Parisina -mal llamada Revolución Francesa porque el resto de ciudades poco tuvieron que ver en ello- cuando la Convención nacional integrada por los tres estados, estableció que la soberanía conferida al rey no provenía de Dios, sino del pueblo en su totalidad.
Desde entonces la derecha y la izquierda ideológicas han recogido esa determinación del poder político emanado del pueblo, pero la derecha desde el siglo XVIII ha mantenido muchos aspectos tradicionales de jerarquía, mientras la izquierda ha querido extender el principio democrático por el cual todos los órganos e instituciones deben de ser democráticos, y sus representantes escogidos democráticamente. A partir de esta concepción extensiva, la izquierda está contra la monarquía porque el rey adquiere la potestad desde su nacimiento, y no es elegido democráticamente.
La izquierda está contra la Iglesia católica porque el papa, los cardenales y los obispos no son elegidos por los curas o por la comunidad católica. De la misma forma la izquierda con el pretexto del pacifismo, está contra las Fuerzas Armadas porque los generales no los escogen los soldados y los oficiales. De forma extensiva la izquierda está a favor del jurado, porque considera que es el pueblo el que tiene que impartir justicia, y no los jueces.
La izquierda no percibe que muchas instituciones del Estado están determinadas jerárquicamente, y esta pueril visión de la jerarquía y sobre todo «lo impuesto», se extiende a otras concepciones modernas de la izquierda. Es así como surge la Ideología de género, que considera que el sexo de una persona no puede estar determinado desde el momento de su concepción, por lo que la condición de hombre o mujer es circunstancial y se puede modificar libremente. En la misma línea la izquierda aboga por una inmigración libre y descontrolada, porque la comunidad internacional de inmigrantes quieren ir a cualquier país cuando les plazca.
También transigen con el velo de las mujeres, porque se presume que la comunidad islámica lo acepta. Se impone el sistema de primarias en los partidos políticos porque se supone democrático, rechazando a los partidos normalmente de derechas que no tienen un sistema tan directo de elección de sus dirigentes. En el terreno de una cuestión tan determinada por la realidad de los hechos, se impone una «memoria democrática» que se basa en una visión particular de la historia transmitida por los historiadores izquierdas, y su visión sesgada de la historia, frente a la «verdad histórica» que evidencia lo que ocurrió realmente y las masacres cometidas por la izquierda en España.
Se da por supuesto que lo democrático es intrínsecamente bueno y sobre todo conveniente, mientras que lo impuesto se presume de antemano que es arbitrario y por qué no fascista. Llegados a este extremo se equipara lo decidido democráticamente, a una especie de verdad absoluta o de pensamiento único. A partir de aquí y por poner un ejemplo relacionado con las agresiones sexuales, se cuestionan las sentencias judiciales, cuando absuelven a un hombre por una supuesta agresión sexual denunciada por una joven, que manifiesta individualmente que no dio su consentimiento.
Esto es muy grave porque se antepone una simple declaración de una supuesta víctima y sin testigos, por encima de la presunción de inocencia del hombre denunciado, como si la mujer solo por el hecho de ser mujer, está compelida a decir siempre la verdad absoluta. Por ello tomando como ejemplo los llamados «tribunales de la guillotina» de la Revolución Parisina, durante la República Española a partir del año 1936, la izquierda constituyó lo que se conoció como Tribunales populares, en los que los jueces ya no eran «sans culottes revolucionarios» como en Francia, sino milicianos del Frente Popular que sin las más elementales garantías procesales, solo aplicaban sentencias condenatorias. Esa es la justicia que le gusta a la izquierda, pero yo personalmente prefiero los jueces que han aprobado una oposición, aunque no sean elegidos democráticamente, porque prefiero una justicia ciega que una justicia con las gafas de la izquierda.
Juan Carlos Segura Just
NOTA: En estos momentos de crisis y de hundimiento de publicidad, elCatalán.es necesita ayuda para poder seguir con nuestra labor de apoyo al constitucionalismo y de denuncia de los abusos secesionistas. Si pueden, sea 2, 5, 10, 20 euros o lo que deseen hagan un donativo aquí.
no recibe subvenciones de la Generalitat de Catalunya.
Si quieres leer nuestras noticias necesitamos tu apoyo.