Stanley Milgram era un profesor de psicología social de la Universidad norteamericana de Harvard, que se hizo muy celebre en los años sesenta, con la presentación de lo que denominó la “Teoría del Conformismo”, que en la actualidad se estudia en todas las facultades de psicología del mundo.
Cuando el criminal de guerra Adolf Eichmann fue juzgado en Israel en el año 1960 a Milgram, que era de ascendencia judía, le llamó poderosamente la atención que durante las sesiones del proceso Eichmann en ningún momento demostró arrepentimiento por sus actos, limitándose a afirmar que tenía la conciencia tranquila, porque se limitó en todo momento a obedecer órdenes, y por lo tanto cumplió con su deber.
Milgram se preguntó que motivos inducen a un ser humano para inferir conscientemente un daño a otra persona o a un colectivo, sin alterar en ningún momento su conducta manifiestamente lesiva.
A partir de aquí y por medio de una serie de experimentos con personas, en los que causaban dolor a un sujeto pasivo mediante descargas eléctricas, después de varias exposiciones estadístícas, concluyó su Teoría del Conformismo, que establecía la conclusión de que cuando un sujeto está sometido a una situación de crisis, se refugia en lo que le han dicho que tiene que hacer, en lugar de tomar sus propias decisiones.
Dicho de otra forma, el sujeto prefiere someterse a la autoridad o a su superior jerárquico, antes de tomar una decisión propia, sabiendo que esa decisión es la más apropiada para esa situación.
Cuando el sujeto llega a ese punto de dilema, según Milgram entra en lo que define como el “estado agéntico”, en el que el individuo se deja llevar por un estado reactivo, en el que se convierte en un simple agente, instrumento o mero transmisor de la obediencia a sus superiores.
El planteamiento psicológico del estado agéntico, tiene su traslación jurídica en el concepto de “obediencia debida”. Sin embargo la obediencia debida define una actitud pero no explica su motivación, como lo hace la Teoría del Conformismo.
El estado agéntico hizo que un contingente de guardias civiles, irrumpiesen en el Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1981. El mismo estado agéntico produjo que todos los Mossos d’Esquadra se sublevasen contra la República el 6 de octubre de 1934, y que los Mossos d’Esquadra protegiesen los centros de votación en la consulta ilegal del 9 de noviembre de 2014, y el mismo cuerpo policial se negase a intervenir durante el referéndum de independencia de Cataluña, celebrado el pasado 1 de octubre de 2017, teniendo plena consciencia de que se trataba de un acto ilegal prohibido por el Tribunal Supremo, cuando su obligación era preservar la democracia auténtica y el Estado de Derecho.
Esto significa que si realmente la República catalana se hubiese consolidado, prácticamente la totalidad de los Mossos d’Esquadra se habrían constituido automáticamente en policías de la República catalana. Pero esto no fue así porque el mayor Trapero supo sustraerse de su estado agéntico subjetivo, cuando compareció a declarar ante el Tribunal Supremo, al que previamente había desobedecido.
Este cambio de actitud se produjo, porque Trapero detectó que la autoridad real en ese momento, a la que debía obediencia, era el Tribunal Supremo y no el entonces presidente Puigdemont.
La comprensión del estado agéntico nos demuestra y nos trae a la memoria como los responsables de urgencias de un hospital se negaron a salir a la calle delante del mismo centro hospitalario, para atender a una persona aquejada de un infarto de miocardio, a la que dejaron morir. Simplemente porque seguían un protocolo que sólo les permitía intervenir en el interior del centro clínico.
De hecho el propio Milgram fue víctima del estado agéntico, cuando en el año 1984 a la edad de 51 años acudió a un hospital de Nueva York con su esposa, aquejado de un infarto. La enfermera del mostrador le dijo que antes de ingresar debía de rellenar un formulario, haciendo caso omiso de las indicaciones de Milgram, en las que le suplicaba que un médico le atendiese de inmediato. Viéndose incapaz de doblegar la voluntad de la enfermera, falleció en la sala de espera del hospital.
Evidentemente la enfermera era consciente de que lo correcto era llevarlo directamente a urgencias, pero sus superiores le habían ordenado que todo el que ingresaba en el hospital, debía de rellenar antes el impreso de admisión, pero a ella le preocupaba más una reprimenda de sus superiores, que lo que le pudiera pasar a un desconocido.
Juan Carlos Segura Just
Doctor en derecho
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