Jordi Pujol estrenó la administración autonómica impulsando un plan que llamó “construcció nacional”. Lo hizo creando una trama de intereses políticos, culturales, económicos y mediáticos a su alrededor.
El plan, publicado en la prensa en 1990, es conocido como “Programa 2000” o “La estrategia de la recatalanización”, nombre que enlazaba con una afirmación que figuras del catalanismo como Valentí Almirall o Prat de la Riba ya sostenían cien años antes: que Cataluña estaba ‘descatalanizada’.
Esa afirmación sólo se puede sostener prefigurando lo catalán desde una concepción ideológica que no se compadece con la realidad, pero que ha acabado permeando en una parte de la sociedad catalana hasta tal punto que algunas personas niegan la catalanidad de quienes no comparten sus planteamientos ideológicos.
Es el caso de Anna Gómez, la subdirectora del Diari Segre que, en RAC1, negaba la condición de catalanes a los votantes de Ciutadans, partido que ganó las elecciones y que, por tanto, representa al mayor número de ellos. Las palabras que pronunció fueron literalmente las siguientes: “Cataluña tiene mil años y este millón de personas hará siete años que viven aquí y tienen derecho a votar”.
Palabras que no sólo revisten una enorme pobreza cultural, sino que están impregnadas de los mismos tintes supremacistas y nativistas con los que Jordi Pujol se había expresado anteriormente.
En una entrevista en Catalunya Ràdio en 2003 el que fue presidente de la Generalitat dictó: “Jo estic aquí fa 500 anys i Manuela de Madre només 50” [Yo estoy aquí desde hace 500 años y Manuela de Madre solo 50]. No reviste duda que, para el nacionalismo catalán, como para cualquiera, la ciudadanía está subordinado a la identidad, al origen y a la ideología.
Josep Tarradellas, que manifestó su deseo de que la catalana fuese una sociedad unida, advirtió preocupado del proyecto nacionalista que iba a impulsar Pujol, previendo sus consecuencias. Sabía que su noble deseo sólo era posible alcanzarlo a partir del reconocimiento y del respeto por la pluralidad de la población catalana y que la política que impulsaría Pujol iría en sentido opuesto. Acertó.
El exbanquero definió una identidad, la impuso y silenció la de los demás. El llamado conflicto catalán, que es un conflicto entre catalanes, nace de ese esquema conceptual, que ha llevado a la imposición de una Cataluña sobre otra, silenciada al grito de anticatalán, ‘botifler’, colono, o traidor. Así se creó la ficción de que sólo la visión que tenía el nacionalismo de Cataluña era Cataluña.
Pero existía otra Cataluña, silenciada durante décadas, que acabó manifestándose los días 8 y 29 de octubre en Barcelona. Una Cataluña que ha hecho, también, que el partido que hoy representa a un mayor número de catalanes sea Ciutadans, y que no permitirá que se silencie de nuevo su voz.
El ‘procés’ ha puesto al descubierto la estructura edificada por el nacionalismo y ha fracturado a una sociedad catalana que previamente ya estaba agrietada por los años de exclusión y el desprecio de una parte en el discurso oficial. Desde las organizaciones nacionalistas se siguen haciendo llamamientos a mantener vivo un ‘procés’ que ya ha muerto y que ha provocado una auténtica ruina en Cataluña, y que obliga a reconstruirla.
En esa reconstrucción, habrá que levantar acta de replanteo de todo lo que ha significado el nacionalismo, y no sólo lo de los últimos años. No podemos permitir que se vuelva a edificar lo mismo. Hay que levantar una Cataluña sólida e inclusiva, que ponga fin a la exclusión de una parte por la otra en el relato oficial y en los espacios públicos de representación política, cultural y simbólica.
Los dirigentes separatistas tienen que saber que hay millones de catalanes que quieren trabajar para que Cataluña tenga el mejor futuro, contribuyendo a su progreso, al del conjunto de España y al de la Unión Europea. Por lo tanto, tendrán que saber que quien siga pretendiendo separar a los catalanes del resto de los españoles estará rompiendo Cataluña. Quien no sepa eso, no podrá decir que la conoce ni conseguirá aportar nada positivo. Quien tenga pulsiones rupturistas, deberá subordinarlas a los dictados de la razón y la ley democrática si no quiere volver a llevar la sociedad al desastre.
El colapso del nacionalismo es una gran oportunidad para definir un nuevo proyecto para Cataluña. Se deberá alumbrar al futuro desde el respeto por la libre expresión de la diversidad política, cultural y lingüística de los catalanes, poniendo el foco en la búsqueda de objetivos comunes en materia económica, científico-tecnológica y social. Si tiene que haber algún combate no es contra las diferencias de identidad, sino contra aquellas desigualdades que generan pobreza, precariedad y exclusión.
No permitamos que se vuelva a construir un proyecto político excluyente, basado en una única identidad, y que ahora ya todos sabemos dónde lleva.
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