El separatismo ha iniciado su última ofensiva: el usar la lengua catalana como su gran esperanza de mantener cohesionados a los dos millones de catalanes a los que tomó el pelo. Y en este intento desesperado para conseguir el ‘prietas las filas’ ha mostrado su fealdad absoluta, la cara más descarnada de su supremacismo. El acoso a un niño de cinco años y a su familia, por pedir el 25% de docencia en español en la escuela, no es la primera vez que ocurre –basta con recordar los casos de Balaguer y Mataró –, pero la sociedad catalana no es la misma de hace unos años, y ya no acepta sin más la intolerancia del separatismo.
El golpe de Estado de 2017 y su reacción posterior abrió los ojos a muchos catalanes y a muchos compatriotas del resto de regiones de España, sobre la auténtica faz del separatismo. La mentira constante, el intento de convertir en extranjeros en su país a millones de españoles, su violencia simbólica — ocupación del espacio público con esteladas y lazos amarillos — y física — los disturbios de Urquinaona y el acoso a asociaciones y partidos constitucionalistas — sirvió para que muchos despertaran. Y cuando llegó el ataque despiadado a la familia de Canet pocos ropajes “democráticos” o “festivos” le quedaban a un secesionismo que se había tirado al monte.
La Cataluña de Pere Aragonès es la de la violencia contra un niño de cinco años, es la de la delación en las universidades catalanas sobre la lengua usada en clase por los profesores, es en la que se espía en que lengua hablan los niños en el patio y en la que se hacen encuestas dando a escoger a los escolares en que bando lingüístico se sitúan. Es la Cataluña que ha convertido a los Mossos d’Esquadra en una policía política y acoge en TV3 a ‘humoristas’ que sueñan con felaciones de una niña de quince años. Es la Cataluña en la que camareros y dependientes son señalados y humillados por atender en español, lengua oficial en esta comunidad autónoma.
El separatismo ya no engaña a nadie, y aunque controlen la Generalitat y sigan teniendo ascendencia sobre el Gobierno de España por la aritmética electoral, ya no tienen la hegemonía moral que durante años han ejercido sobre la sociedad catalana. Millones de catalanes no solo les cuestionan, sino que se oponen en sus pequeños actos cotidianos al totalitarismo secesionista. TV3 solo la ven “ellos” y están consiguiendo que una lengua tan bella como el catalán recule en su uso social por la despreciable manipulación política que el separatismo hace de ella.
El 2022 es el año de la esperanza. Si el constitucionalismo catalán comienza a unirse, a hacer las cosas bien y pierde los complejos, seguiremos conquistando espacios de libertad frente a un totalitarismo separatista que ha mostrado su peor cara, la del odio y el rencor.
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