Nací niña. También es cierto que lo hice en los tiempos en los que todavía se hacía caso a la biología. Ya antes de nacer enseñé mis genitales en las diferentes ecografías, no sé si entre los que los vieron había algún hombre que hoy estaría en peligro de ser acusado por ser varón y por ello presuponerle una mirada sucia propia de su sexo.
Señora: es una niña. Julián, ¡¡¡es una niña!!! La parejita tan buscada en la década de los 70, que los baby boomer ya no se llevan. Lágrimas de emoción, llamadas a la familia, pocas y breves, que el teléfono tiene coste de lujo. Me vistieron de rosa, y de azul y de verde, que había que aprovechar los bodys del cabroncillo de mi hermano. Me subí en bici, jugué a futbol, le quité el pelo a los Playmobil, me salí de la pista con mi Scalextric, fui espía, princesa, hada, maestra, gimnasta, bombera y artista. Tuve el pelo corto, largo, con flequillo y corto de nuevo.
Llevé Merceditas, bambas Nike, botas camperas, bailarinas, mocasines y zapatos Gorila, pero me descalzaba en cuanto podía. Crecí con ciertas seguridades, aunque no faltaron las dudas, los conflictos y los comecocos mentales que tan a gusto viven a mi lado que todavía me acompañan.
La figura de mi abuela, junto a su marido dejó sus tierras manchegas con 6 hijos para encontrar en Barcelona un nuevo rumbo a la vida que se presentaba demasiado grande para un pueblo, siempre presente, salvo en la cocina: ni le gustaba ni sabía. Estuvo ella, y mi padre, mi abuelo, mi madre, incluso la señora Manolita y su marido, la vecina que tenía un perro tan simple que cada vez que me veía volvía a olerme los pliegues de la falda del uniforme.
Acentos, pasado, presente y futuro. Nada es despreciable, somos eso, aquello y también lo que vendrá, por mucho que lo ignoremos. Hoy la madre soy yo. Primero tuve un niño y luego gemelas, dos niñas. Momentos de locura, de alegría, de desesperación de incertidumbres y de esperanzas, pero algo no admitía dudas: la biología me había convertido en la persona más feliz del mundo en medio de todas las tormentas que a partir de entonces vendrían. Abro el periódico, lo cierro. Navego por los digitales y las redes sociales, me apeo de todos ellos. Es 8 de marzo y solo siento pena, pena por esas niñas que ya ni esa seguridad de ser niñas les permiten. ¡Miserables!
NOTA: En estos momentos de crisis y de hundimiento de publicidad, elCatalán.es necesita ayuda para poder seguir con nuestra labor de apoyo al constitucionalismo y de denuncia de los abusos secesionistas. Si pueden, sea 2, 5, 10, 20 euros o lo que deseen hagan un donativo aquí.
no recibe subvenciones de la Generalitat de Catalunya.
Si quieres leer nuestras noticias necesitamos tu apoyo.