En 1492 ocurrieron muchas cosas que pasaron a la historia. Una de ellas fue la proclamación de Rodrigo Borgia como Papa, con el nombre de Alejandro VI. A los 25 años había sido convertido en cardenal por su tío, también Papa, Calixto III. La trayectoria de Rodrigo antes de su llegada al Papado estuvo plagada de conductas muy poco ejemplares en la que no faltaban el asesinato, el soborno, el chantaje y los escándalos de toda índole. Aún así, una vez llegó a Papa, no dudó en explicar y advertir a sus obispos que ningún acto cometido en privado podría dañar la sagrada función del sacerdocio.
En el ejercicio de su cargo, entró en una gran contradicción, por una parte debía saciar su ambición desmedida, mientras que por otra debía dar ejemplo como máximo representante de la Iglesia. La solución la encontró separando el hombre del cargo. Como hombre era débil y por tanto un pecador, como Papa era un santo.
Más de quinientos años después en Cataluña se repiten actitudes similares, que no son nuevas, pues tienen su origen en el Pujolismo. Lo hemos visto desde hace más de diez años, y más recientemente en los casos de Laura Borràs y Francesc de Dalmases. Por un lado, ella, incapaz de aceptar que hoy en día la justicia sigue su curso y será la que dirimirá si su actuación al frente de la Institució de les Lletres Catalanes y el caso de presunta corrupción con el fraccionamiento de contratos públicos para favorecer a sus afines. Por otro lado, él, al estilo de César Borgia, hijo de Alejandro, utilizando tácticas en privado como el abucheo, la bronca o la intimidación a los periodistas.
El independentismo ha creído que Cataluña es suya, que ellos son Cataluña, y eso les legitima para hacer lo que quieran, comportarse de manera imprudente, tanto en privado como en público, y para saquear las arcas públicas también, si es necesario, con un único objetivo, mantenerse en el poder.
Pero el independentismo no lo hubiera conseguido si no hubiera tejido las alianzas oportunas, como los Borgia en su día, con la familia Sforza o la propia Corona de Aragón. En nuestros días, el independentismo ha encontrado esas alianzas en los Comunes o más sorprendentemente, o quizás no tanto, en los socialistas del PSC. Esa alianza ya viene de lejos, del año 2.003, con el primer Tripartit, bautizado como catalanista i d’esquerres, y que no fue ni una cosa, ni la otra. En cambio fue el origen de todo lo que hemos vivido en los últimos años en Cataluña. Un independentismo gobernando en las instituciones con la creencia que está por encima del bien y del mal, de la justicia y las leyes, legitimado para meter mano en la caja y para destruir políticamente a sus adversarios políticos.
Por suerte esa prácticas ya pasaron, hoy tenemos mecanismos para diferenciar las esferas públicas y privadas y actuar en consecuencia. Las leyes deben ser iguales para todos, independientemente del cargo que se ocupe. En poco tiempo hemos visto caer a un Presidente de la Generalitat, Torra, y ahora a una Presidenta del Parlament, Borràs. Así como vimos caer a todo un gobierno después del golpe a la democracia perpetrado entre septiembre y octubre del año 2.017.
El gran problema reside en que desde hace ya demasiados años han desaparecido de la escena política catalana las virtudes públicas, en especial entre aquellos que nos gobiernan, dejando paso a los vicios privados en el ejercicio del gobierno y de sus cargos públicos.
Luz Guilarte. Presidenta GM Cs Ayuntamiento de Barcelona
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