Nos encontramos inmersos en plena segunda oleada de la pandemia y ha sido justo en este dramático momento de peligro máximo cuando se han reiniciado las clases presenciales. ¿Por qué se ha actuado de este modo tan temerario en España y en tantos países del planeta? Es una pregunta que merecería una respuesta muy extensa y matizada, porque las razones distan de ser las mismas en todos los lugares, pero sin duda lo que más ha pesado ha sido el temor a una paralización inasumible de la actividad económica. En definitiva una decisión política, no basada ni en criterios pedagógicos, ni científicos.
No ha habido ningún comité de expertos que la avale, pero sí mucha propaganda institucional y mucha presión mediática y mucha ingeniería social centrada en tres o cuatro mantras clamorosamente falsos -o en el mejor de los casos manifiestamente cuestionables- que sin ir más lejos el Sr. Bargalló, el conseller d’Educació de la Generalitat de Catalunya (podría citarse a cualquier cargo equivalente de lugares mil), ha repetido hasta la saciedad: “Las escuelas son seguras”, “los centros contarán con todos los medios humanos y materiales necsarios para abordar este reto”, “disponemos protocolos de funcionamiento realistas y ágiles (incluso de u na magnífica app cread ad hoc) que facilitarán la tarea de control de la pandemia por parte de las direcciones”, “las consejerías de Educación y de Salud trabajan de manera coordinada, y con rapidez y unidad de criterios”, “la ratio de alumnos por clase se situará en 20, lo que permitirá respetar la distancia de seguridad”, “nos hemos coordinado con los ayuntamientos para garantizar la disponibilidad de espacios y el control de las entradas y de las salidas escalonadas (agentes cívicos, señalizaciones), “el alumnado lleva seis meses desvinculados de la escuela”, “la enseñanza presencial se puede implantar sin riesgo sanitario durante todo el horario escolar ordinario”, “la enseñanza hibrida con franjas online no es un modelo eficiente y el Departament impedirá que se aplique en los centros”, “los alumnos podrán lavarse en la escuelas las manos con agua y jabón cada dos horas, y antes de entrar de salir y antes y después de desayunar, y también antes de salir del centro escolar”, “en los transportes públicos de uso escolar se velará por el cumplimiento de la normativa sanitaria”, “habrá agentes cívicos velando por el cumplimiento de las normas sanitarias y complementando la tarea que el profesorado en el interior de los centros”, el alumnado se organizará en grupos burbuja atendidos por muy pocos profesores lo que garantizará contra la trazabilidad de los contagios”, “el Departament proporcionará recursos informáticos adicionales en el marco de dotaciones extraordinarias”, etc. etc.
Ustedes igual se lo han creído, pero nada de eso es cierto. Hay que subrayarlo porque lo que tranquiliza de esos mantras propagandísticos es su rotundidad y nada de lo esgrimido se corresponde con una realidad rotunda, y a menudo ni siquiera con un esbozo parcial de la misma. Y lo digo con conocimiento de causa porque me dedico a esta tarea y la conozco de primera mano.
Yo ahora no me dedicaré a desmontar cada uno de esos mantras, pero sí haré referencia algunos de los argumentos invocados por la propaganda oficial y que no soportan un mínimo análisis lúcido. ¿Se ha regresado a las aulas por razones pedagógicas? Si así fuera, a partir de la ESO se habría promovido un sistema hibrido presencial-online, bien ponderado, que permitiera desarrollar las actividades durante el periodo presencial en condiciones aceptables (ratios adecuadas, intervenciones de control sanitario técnicamente asumibles, profesorado suficiente, agentes cívicos de apoyo, posibilidad de mantener de interacciones con el alumnado personalizadas, intensas y educativamente ricas y fructíferas, apoyo coordinado de todas las administraciones reforzando la acción del profesorado también en el entorno de los centros) y, durante el periodo online, se abría aprovechando la ocasión para impulsar ese modelo de aprendizaje tan esencial para su formación futura, enseñando a gestionar más autónomamente el tiempo de estudio y los recursos de aprendizaje.
Por otra parte, es evidente que la posibilidad de que se produzcan reconfinamientos más o menos parciales es alta y lo prudente hubiese sido aprovechar la ocasión para fortalecer con medios y formación a las comunidades escolares y estar así en mejores condiciones para hacer frente a esta posible eventualidad. El modelo híbrido sin la presión que genera la presencialidad plena y generalizada, habría permitido concentrar la actividad presencial de manera más efectiva en la población escolar más vulnerable, para la cual la este modelo sí parece fundamental. Pero no: se ha optado por un modelo presencial absoluto, sin reducir ni siquiera una hora diaria las clases de este tipo, a pesar que no se han podido garantizar los medios imprescindibles para atender bien al alumnado.
El resultado de todo ello… ¿cuál es? Pues el de exponer a las comunidades escolares a una situación de riesgo sanitario máximo, que se está traduciendo en la multiplicación de casos contagios entre alumnos y profesores y familias, como les puede explicar cualquier director de instituto, convertido ahora para más sobrecarga de sus funciones en referente COVID de su centro y en cumplimentador de aplicativos sanitarios complejos, tras ver apresuradamente unos vídeos a la par que intentaba organizar la complicadísima reentré.
En las aulas no se puede mantener la distancia de seguridad, y menos aún en las entradas y salidas, ni en los patios y tampoco en los desplazamientos internos. Esta dificultad aumenta en los en centros de secundaria, porque están llenos a rebosar. Pero aun así se hace un esfuerzo ímprobo por conseguirlo que después no se ve correspondido en la calle, donde a nadie parece importarle que niños y jóvenes incumplan la normativa sanitaria y extienda la pandemia.
Parece que tampoco nadie se ha dedicado a pensar en la nefasta enseñanza que estamos trasmitiendo a las nuevas generaciones: la de que las normas no tienen valor por si mismas, ni nos obligan íntimamente, y no son más que parte de una farsa colectiva que sólo cobra sentido en entornos artificiosos y formales como la escuela, en los que pueden ser objeto de reprensión por parte de adultos absurdamente obsesionados con su cumplimiento. Y este no es un tema menor, porque esa inhibición de la sociedad y de los poderes públicos traslada a las nuevas generaciones un mensaje terrible: la vida y la salud que deberían ser son los bienes más preciados no merecen el compromiso firme y coherente toda la sociedad.
En este contexto, el profesorado se siente desarmado y deslegitimado frente a unas familias que parecen minimizar los riesgos, reforzadas por los mantras de los responsables políticos y por los medios de comunicación que les dan cobertura, insistiendo irresponsablemente en la baja proporción de grupos que se han tenido que confinar. En Cataluña y en otras comunidades están prohibidas las reuniones más de seis personas, pero en muchas aulas se congregan hasta 35-38 alumnos y su profesor (es mi caso).
Este proceder esquizofrénico e insensato es el que mejor desvela la trampa de muchas otras argumentaciones que inciden presentar la presencialidad como la única vía válida para educar correctamente, despreocupándose de los efectos indeseables de tal maximalismo cerril. En muchos barrios de Barcelona y en su periferia actualmente se rondan los 240 casos por 10.000 habitantes con tasas de contagio superiores a 1, lo que implica que el virus está fase de expansión.
Conviene recordar que según os estudios publicados por la Universidad de Harvard la aulas deberían mantenerse cerradas y que una nueva investigación de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE.UU (CDC) ha descubierto señala que los jóvenes son los responsables de los contagios en las franjas de edad superiores y no olvidemos lo que otras investigaciones subrayaron sobre la trasmisión aérea por el efecto aerosol en lugares cerrados (algo que durante semanas el Departament ignoró entregado a su empeño de quitar importancia a los riesgos). Y recordemos lo que ha señalado la revista Lancet recientemente sobre la catastrófica desescalada rápida llevada a cabo por España en los meses de mayo y junio, causa de nuestros males actuales.
¿Qué sentido puede tener acelerar ahora la segunda oleada en la que ya estamos inmersos? ¿Va traer beneficios económicos? ¿Queremos superar el error de la anterior turbodesescalada? Pero aún si admitiéramos la opción de arriesgarnos a reactivar la escuela ante el temor de un colapso letal de la economía… ¿por qué no se ha preparado mejor la reentré? Como ya he dicho, basta consultar a cualquier director de un centro escolar para conocer la verdad de esta reincorporación forzada.
Los recursos humanos extra de los que tanto se han hablado han sido manifiestamente insuficientes para garantizar unas ratios adecuadas y hasta semana no se han empezado a cerrar las dotaciones. Muchos de los recursos ordinarios materiales necesarios todavía están pendientes de asignar (epis, termómetros, mascarillas ffp2 suficientes para las personas vulnerables, vallas de separación, etc.). Y no digamos ya los extraordinarios.
Un solo ejemplo: no hay mascarillas transparentes para el profesorado de alumnado con sordera ni para sus compañeros del grupo-clase del alumno/a. Y quienes se hayan en esta circunstancia siguen todavía ahora sin disponer de este recurso imprescindible para seguir las clases (necesitan leer los labios), de modo que el profesorado solo puede dedicarse a consolarlos por escrito si no incumplen la normativa sanitaria.
Por supuesto, la distancia de seguridad no se mantiene ni en las aulas, ni en las entradas, ni en las salidas, ni en los patios, ni en los desplazamientos internos, salvo que aparezca un profesor sargento que se desgañite haciéndola respetar. Los grupos burbuja son una falacia en secundaria, porque comparten profesores que atienden a muchos niveles (es imposible organizar un centro de secundaria siguiendo los fantasiosos y tramposos criterios al respecto del Departament d’Educació: por favor que digan quién los redactó). Y si hablamos de la atención de los accesos a los centros escolares… ¿alguien se ha planteado que señalizar y controlar los recorridos peatonales con agentes cívicos es esencial si la salud nos importa algo? ¿Qué han hecho las regidurías de educación de los ayuntamientos en este sentido? Muy poco o nada. ¿Por qué?
Pero lo que clama al cielo es comprobar cómo se están gestionado los casos positivos detectados, una de las tareas más absorbentes de las direcciones en un momento en el que todo lo que llevamos dicho ya colapsa su gestión. Ni la aplicación radar-covid funciona, ni la gestión de los casos es ágil, ni coherente sino todo lo contrario; ni el molesto Traça-covid -bien publicitado- trasmite información operativa a nivel sanitario porque sólo aporta infrmación estadística; ni los Gestores–Covid (por cierto algunos sin siquiera teléfono), ni los Referentes Covid zonales, ni las enfermeras de referencia están bien coordinados con los CAPs y la sanidad privada.
Eso se traduce en que muchos confinamientos imprescindibles en la práctica no se están llevando a cabo y que otros se realizan cuando ya no tienen ningún sentido porque ha pasado más de días de la ausencia del alumno/a positivo. El Departament no se ha molestado en centralizar y coordinar eficientemente la comunicación de incidencias y los directores de los centros desbordados se han convertido a su pesar en los posibles culpables de cualquier error provocado por la negligencia organizativa de sus superiores.
El Departament una vez más se ha escondido tras el parapeto de las direcciones y del profesorado, que además de lanzarse a la arena y arriesgar sus vidas sin apenas protección, tiene que asumir el desgaste de unas instrucciones inaplicables, de un modelo organizativo extremadamente deficiente. Y la falta de medios y de coordinación coherente y efectiva lo que ya riza el rizo es que se suman unos criterios sanitarios muy temerarios: no se confina de entrada salvo que le positivo haya asistido a clase durante las últimas 48 horas y, si se hace, el confinamiento se reduce a diez días, duración claramente insuficiente para evitar el riesgo de contagio. A los profesores sólo se les confina si han compartido seis horas con el positivo durante dos días consecutivos, criterio más que discutible. Esta sí es la realidad de las aulas de Cataluña, nada que ver con lo que nos cuentan.
Y este desordenado regreso a las escuelas (no utilizaré el término caótico porque el profesorado ha paliado una vez más que así sea) sigue desgastando y desacreditando innecesariamente a las direcciones y al profesorado día tras día con la insistencia en la normalidad de la situación y que crea en las familias expectativas que a menudo no ven cumplidas en su centros. Eso ocurre en un momento en el que precisamente era fundamental mantener incólume la autoridad moral de los docentes para liderar la lucha contra la conductas que ponen en peligro las salud de las comunidades escolares y de todo el país.
Y para acabar quiero incidir también en otro efecto nefasto derivado de tanto despropósito: se ha desacreditado por activa y por pasiva la enseñanza online, generando una desconfianza infundada pero invencible en las familias. Sin embargo, nadie se ha dedicado a hablar ni del de nivel de riesgo sanitario con grupos que oscilan entre 30 y 40 alumnos por ejemplo en Bachillerato, ni de la calidad de las clases presenciales cuando no se mantiene la distancia de seguridad con ese volumen de alumnos.
Yo sí se lo explicaré, porque empleo los dos modelos. Imparto clases presenciales a 37 alumnos con una mascarilla que les impide visibilizar mi expresión facial –algo esencial en el proceso de comunicación de cualquier docente- en un comedor con pésima acústica, lo que me obliga a utilizar un megáfono porque todos los demás sistemas de amplificación producen efectos más distorsionantes del sonido todavía y, para colmo los alumnos del fondo no alcanzan a ver la pizarra ni la pantalla de proyección.
Sin embargo, cuando a esos mismos alumnos les imparto clase por videoconferencia, tanto ellos como yo no llevamos mascarilla y nos podemos ver las caras, la clase queda grabada para que la puedan consultar tantas veces como quieran y puedo compartir con comodidad cualquier material pantalla y, además, también puedo utilizar una cómoda y efectiva pizarra digital. Y como los días que imparto de ese modo la clase el alumno ya está en su casa, dispone en todo momento de medios de consulta –ordenador incluido- que no tiene a mano presencialmente en el instituto aumentando notablemente las posibilidades de interacción con el profesor en tiempo real, y pudiendo utilizar además el chat de la videoconferencia, además de tener muchas posibilidades de gestionar de manera más autónoma su aprendizaje –una exigencia clave en Bachillerato-.
Y como se trata de un modelo hibrido que lo único que hace es reducir el volumen de clases presenciales, sigue teniendo también tiene la oportunidad de interactuar conmigo en otros momentos sin pantallas por medio. ¿Por qué es tan terrible este modelo que va a formar parte de sus vidas desde ahora? ¿Qué tiene de malo prepararlos eficientemente para el escenario que va a marcar su futuro? Que alguien me lo explique.
Enrique Jimeno
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