Para ser presidente del Gobierno hay que ser capaz de tomar decisiones difíciles, no cabe duda. Pero si uno quiere sentarse en Moncloa y marcar el futuro de casi cincuenta millones de personas, hay que ser rápido y no dudar a lo hora de tomar otro tipo de decisiones: las evidentes. Los resultados de las elecciones en Castilla y León no son los que esperaban en Génova, por mucho esfuerzo que hagan Mañueco y García Egea en lanzar un mensaje optimista.
El PP convocó esas elecciones para dar un golpe de autoridad sobre la mesa y evidenciar, esta vez sí, un cambio de tendencia que diese continuidad a lo ocurrido en Madrid el año pasado. Pensaron que tenían opciones de obtener una mayoría absoluta que les permitiese construir un mensaje de fortaleza. De liderazgo de Casado frente a Ayuso, y de hegemonía en el centro-derecha del tablero político español. Y va a ser que no.
Teo The Murtian, que vive en otro planeta, se ha vuelto a equivocar en la estrategia. Una vez más. Así que más vale que Casado tome nota de una vez y actúe en consecuencia. Si lo hace, saldrá reforzado y afrontará los dos años que quedan hasta las próximas generales con opciones de ganarlas. Si adopta la postura marianista, la de no hacer nada y esperar que el tiempo todo lo cure, el sacrificado va a ser él. Porque cuando se dé cuenta que ya está amortizado, será tarde para solucionarlo, como le pasó a su predecesor con la moción de censura telegrafiada que solo él prefirió no ver.
El panorama que se abre ahora en Castilla y León es malo para el PP, porque todas sus opciones son peores que las que tenía. Si acepta a Vox como socio de gobierno, que es lo lógico y lo que a priori dictan los resultados electorales, le está poniendo en bandeja la campaña al PSOE para las generales. Si aparta a los de Abascal pactando con otras fuerzas, le hace la campaña a Vox, que ahora mismo se debe de estar relamiendo con esta posibilidad. Pedro Sánchez, habiendo perdido de nuevo unas elecciones, duerme estupendamente con el resultado obtenido. Así es la nueva política.
Tenía razón Pérez-Reverte cuando definía a Pedro Sánchez como killer político, en el sentido más estricto de la palabra. Alguien capaz de cargarse a todo aquel que le haga falta con tal de mantenerse en el poder. Sin miramientos, escrúpulos ni misericordia de ningún tipo. Que le pregunten a Carmen Calvo, a Iván Redondo y a José Luis Ábalos. Sobre todo a este último, con quien Sánchez ejecutó la maniobra de renovación profunda de su gabinete para después, en el descuento, comunicarle que la última pieza de la partida era él mismo. Que gracias, y que cerrase al salir. Sin pestañear ni mover un ápice su impertérrito rostro.
Pablo, por tu bien y por el de todos, toma nota de esto que sabe hacer Pedro mejor que tú. La decisión de cargarte a Teo es evidente, por difícil que te resulte ejecutarla. Esto son los dilemas que van con el cargo, y no vale ponerse de perfil, porque siempre terminas pagándolo. Internamente, Teo no une. Y externamente, hace imposible esa unificación de la derecha que tanto añoras, porque sabes que es la única forma que tienes de llegar a la Moncloa. Requiem for Teo, y adelante
Juan Miguel Goenechea Sicre
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