Son tiempos convulsos, donde el arte de la palabra ha quedado desterrado por los tópicos, típicos tópicos, que se presentan de manera pre-programada y que tan habitualmente deambulan sin sentido por nuestras vidas. Por desgracia, el conjunto de la sociedad española (especialmente los jóvenes), hemos pasado del habla cuando toque al habla sobre todo, tengas o no conocimiento- información sobre el tema a tratar.
Por otro lado, aquellos que dicen ser políticos (digo “dicen ser” porque no lo son) y que no dejan de cometer un delito moral de intrusismo laboral, no iban a ser menos, empleando con gusto, ganas y hasta la saciedad, esos argumentos que denotan una podredumbre intelectual con la que creen poder engañar a la ciudadanía y postularse como líderes de las principales formaciones políticas.
Los mayores responsables de tan desagradable situación son los propios partidos, por medio de sus respectivas juventudes (asociaciones cuyo único objetivo es fidelizar a los “afines”, como haría un club de balompié con sus simpatizantes) dotándolos de una especie de argumentario, lleno de contradicciones y frases hechas, formalizadas, con la finalidad de lograr inculcar un mensaje similar al que se puede escuchar, aunque con mucha más dignidad, cada martes en el mercadillo de debajo del puente de la autopista C-31 a su paso por Sant Adrià de Besós (la ciudad donde me crié), lo mío y solamente lo mío es bueno, bonito y barato.
Pero, no obviemos nuestra responsabilidad en todo este engranaje. ¿Qué hacemos nosotros, los ciudadanos de a pie, en nuestro ámbito de influencia? Quejarnos, criticar, odiar, envidiar y convertirnos en un clon de aquellos, pero exigiendo, sin embargo, honradez, transparencia, dignidad. En definitiva, unos hipócritas.
Fatum est scriptum.
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