
El fanatismo que demuestra el independentismo más radical es infinito. Muchos de estos secesionistas son los mismos que gritan “somos un pueblo pacífico” mientras boicotean los comercios de sus convecinos constitucionalistas o les retiran el saludo.
Son los mismos que les ordenan a sus hijos o nietos en edad infantil que no jueguen con los niños de padres refractarios al separatismo. O acosan a los padres que han exigido, vía judicial, enseñanza en castellano para sus hijos.
En los pueblos del interior de Cataluña o se comulga con el separatismo, y con su parafernalia de lazos amarillos y de “libertad presos políticos”, o uno tiene muchos números para convertirse en un apestado social.
En buena parte del territorio catalán se ha vuelto a los tiempos del franquismo en los que la clave para vivir bien era “no te metas en política”.
Si no se cuestiona el nacionalismo que invade todos los ámbitos de la sociedad, si no se opina en voz alta la discrepancia con los abusos del secesionismo, se puede vivir tranquilo. Pero si uno quiere ser ciudadano, y ejercer sus derechos con libertad, en la mayoría del territorio catalán pagará un precio.
Y ese precio es un más que probable ‘muerte civil’.
Comentario editorial de elCatalán.es
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