El Espanyol ha encontrado en Manolo González mucho más que un entrenador. Ha hallado un líder capaz de insuflar carácter y orgullo al vestuario. La prueba más evidente de ese cambio se vivió en el partido contra el Valencia, cuando Javi Puado marcó el gol del empate en el minuto 96. Fue mucho más que un tanto en el marcador: simbolizó la fe de un grupo que ya no baja los brazos, que pelea hasta el último segundo y que se aferra a cada jugada como si fuera la definitiva. Ese instante condensó el nuevo ADN del Espanyol.
El trabajo de Manolo González no se mide únicamente en los resultados, sino en la transformación anímica del vestuario. Los jugadores se sienten parte de un proyecto que no se rinde, y esa mentalidad se traduce en un fútbol más valiente y en una afición que vuelve a creer.
Manolo ha sabido tocar las teclas adecuadas para que cada miembro del vestuario se sienta importante, algo esencial en una plantilla que necesita sumar cada gota de talento y esfuerzo para aspirar a objetivos mayores. La unión es ahora la principal arma blanquiazul en ese ‘caldero de caos’ en que se ha convertido el RCDE Stadium, según la afortunada expresión de JJ. Watt.
El gol de Puado no fue solo el broche de un partido intenso, fue la recompensa a la constancia y al carácter. Ese tanto en el minuto 96 sirve de metáfora para explicar lo que está construyendo el Espanyol: un equipo que no se rinde aunque las circunstancias parezcan adversas, un grupo que cree en sí mismo y que transmite ese espíritu a su gente.
La afición, que tantas veces ha sufrido en silencio, reconoce y celebra esa entrega. Los aplausos al equipo al final de los partidos, más allá del resultado, son la prueba de que se está reconstruyendo un vínculo fundamental. La grada vuelve a sentirse orgullosa de unos jugadores que honran la camiseta hasta el pitido final.
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