La junta directiva de Joan Laporta sigue incumpliendo sus compromisos con sus socios y abonados y sigue sin disputar sus partidos ligueros en el Camp Nou. Debido a la ineficacia de la constructora que escogió la cúpula azulgrana para emprender las obras del estadio, el próximo partido contra la Real Sociedad, que se disputa este domingo, se jugará en el Estadio Olímpico. Sigue el ridículo culé ante todo el planeta fútbol, que ve como es incapaz de una mínima planificación y el club va improvisando sobre la marcha.
Recordemos que en sus dos últimos partidos como local en la Liga, el equipo ha jugado en el Estadi Johan Cruyff, con un aforo de apenas 6.000 espectadores. La imagen fue impactante: una institución acostumbrada al rugido de casi 100.000 culés, reducida al ambiente casi íntimo de un campo que parece más propio de un filial que de una potencia mundial. La situación es un símbolo perfecto del estado actual del club bajo la presidencia de Joan Laporta.
Lo que debería haber sido una transición planificada con responsabilidad durante las obras del nuevo Camp Nou, se ha convertido en otro capítulo más de la desorganización que viene marcando esta etapa de la directiva. La falta de previsión es evidente. ¿Cómo es posible que el Barça, con los recursos que tiene y la historia que representa, no tenga un estadio alternativo con un mínimo de dignidad para su primer equipo? No se trata solo de logística, sino de respeto a la afición y al escudo.
La imagen que el club está proyectando al mundo es lamentable. Las cámaras de televisión enfocan gradas que no pueden transmitir la atmósfera propia de un grande de Europa. El impacto social es brutal: los rivales, la prensa y hasta los propios aficionados sienten una mezcla de incredulidad y vergüenza. Este no es el Barça que enamoró a medio mundo, ni el que presume de ser “més que un club”.
Joan Laporta, que llegó a la presidencia prometiendo devolver al club a la élite, vive instalado en una improvisación permanente. Su habilidad para la propaganda y la comunicación le han permitido sobrevivir a numerosas crisis internas, pero esta vez el descontento es palpable. No se puede vivir eternamente del relato y del marketing emocional. El fútbol, como la gestión, exige planificación, rigor y, sobre todo, responsabilidad institucional.
Los buenos resultados deportivos están actuando como un potente analgésico. El equipo, contra todo pronóstico, compite bien, y eso está maquillando los errores estructurales de la directiva. Pero el éxito en el campo no puede tapar eternamente las vergüenzas fuera de él. Si el equipo entra en una mala racha, este castillo de naipes corre el riesgo de venirse abajo con una violencia inusitada. El crédito no es infinito, ni siquiera para Laporta.
La comparación con otros grandes clubes de Europa deja aún más en evidencia la falta de previsión. Instituciones como el Real Madrid, el Bayern de Múnich o el Manchester United no habrían permitido jamás una situación así. La transición a un nuevo estadio debe ser una oportunidad para reforzar la marca, no para debilitarla. El Barça, en cambio, parece haber asumido esta precariedad con una resignación alarmante.
La afición, que ha sido paciente y fiel incluso en los peores momentos, merece algo mejor. Merece explicaciones claras, decisiones valientes y, sobre todo, un proyecto a la altura de la historia del club. No se puede seguir improvisando, tomando decisiones sobre la marcha y confiando en que los resultados deportivos sigan salvando los muebles. Laporta debe dar un paso adelante o apartarse para dejar paso a una gestión más seria.
NOTA: En estos momentos de crisis y de hundimiento de publicidad, elCatalán.es necesita ayuda para poder seguir con nuestra labor de apoyo al constitucionalismo y de denuncia de los abusos secesionistas. Si pueden, sea 2, 5, 10, 20 euros o lo que deseen hagan un donativo aquí.
no recibe subvenciones de la Generalitat de Catalunya.
Si quieres leer nuestras noticias necesitamos tu apoyo.