El teólogo franciscano Guillermo de Okham desarrolló en el siglo XIV un principio universal, que establece que en igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable. Este axioma simplifica mucho las deducciones y las deliberaciones, sobre cualquier asunto en las relaciones humanas.
Desde mi más absoluta modestia, un servidor siete siglos después, se aventura a plantear otro principio no universal, porque se circunscribe únicamente al ámbito del comportamiento de los separatistas supremacistas, que establece que «de todo lo que son capaces de hacer, imagínate siempre lo peor».
En la historia de los golpes de Estado, siempre ha habido dos posibles salidas: la primera es que los golpistas triunfen e impongan por la fuerza su voluntad política, derrocando a un Gobierno o independizando una parte de un territorio nacional. La segunda opción es que el golpe fracase o sea abortado. El supuesto del fracaso supone que los propios golpistas no estén debidamente coordinados, haciendo fracasar la intentona, o que se amedranten, y ellos mismos desistan de su actitud durante la insurrección. La otra posibilidad es que las autoridades políticas o judiciales repriman la acción, a lo que precede una época de arrestos, ceses y de procesamientos de los golpistas y de sus colaboradores.
Cuando fracasan los golpes de Estado en países americanos, asiáticos o africanos, se aplican dos consecuencias legales inexorables: la pena de muerte o la cadena perpetua. Cuando ocurren estas situaciones en la Europa occidental, la justa consecuencia es la prisión con condenas más o menos elevadas.
Lo que ocurrió en Cataluña el día 1 de octubre de 2017 es un supuesto atípico, porque los golpistas están en prisión -su lugar natural en estos casos- o refugiados en el extranjero eludiendo la prisión; sin embargo sus colaboradores están gobernando el mismo territorio en el que se insurreccionaron.
Esta situación anómala es peligrosísima por dos motivos fundamentales: primero porque supone un cierre en falso de la intentona, y segundo porque los golpistas subalternos controlan las instituciones, la policía autonómica, y la radio y televisión públicas. Pero además otro factor de riesgo es que dentro del ideario separatista, la república catalana no ha sido derrocada, sino que ha sido suspendida por el entonces presidente Carles Puigdemont. Esta situación suspensiva es similar a la de los líderes norcoreanos que sostienen, no sin falta de razón, que al no existir armisticio, las dos Coreas están en situación de alto el fuego.
Si en el ideario colectivo separatista, el objetivo único consiste en hacer efectiva la república, eso no lo van a hacer ni ERC ni el PDeCAT, que han aceptado el sistema autonómico, volviendo a la recuperación de las instituciones catalanas. El único partido que garantiza y que acredita en su andadura reivindicativa, una firme voluntad de imponer la república por las buenas o por las malas, es la CUP, y por ello mi vaticinio, y sino tempus ad tempus, es que en el futuro la única agrupación electoral hegemónica en Cataluña, van a ser las Candidaturas de Unidad Popular.
Además los de la CUP, que no tienen un pelo de tontos, han dejado de lado los diputados chancleteros, con bermudas, camisetas reivindicativas y flequillos cortados con un hacha, de la primera hornada, para introducir en escena nuevos políticos de aspecto más normalizado y chicas monas bien vestidas, aunque como es evidente el pensamiento ideológico es idéntico entre unos y otros.
Cuando esta gente gane unas elecciones autonómicas, o tengan mayoría parlamentaria suficiente para formar Gobierno, y nombren a un presidente cupaire de la Generalitat, los catalanes vamos a vivir una etapa de gravísimas confrontaciones sociales, y vamos a saber lo que es un golpe de Estado de verdad, hasta las últimas consecuencias, porque no se van a molestar en hacer otro referéndum. Este es nuestro futuro y esto es lo que nos espera.
Juan Carlos Segura Just
Doctor en derecho, de los de verdad
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