Decía Santa Teresa de Jesús que entre lo fácil y lo correcto, hay que hacer siempre lo correcto. Esta frase impositiva, de una simplicidad muy explícita, contiene un mandato que puede determinar la conducta de la vida de una persona, que se puede hacer extensiva a cualquier organización humana, incluidos los partidos políticos, porque la realización de acciones, ya sean fáciles o correctas, vienen determinadas por la ideología de sus cuadros, afiliados y votantes.
Evidentemente, en nuestra vida diaria a la hora de tomar una decisión sobre una cuestión determinada, nos encontramos constantemente con la disyuntiva de hacer los que resulta más fácil, o de hacer lo que es correcto, porque nuestros principios o nuestro sentido común, nos compelen a hacer lo que tenemos que hacer y lo que debemos de hacer. Resulta evidente que es más fácil hacer lo fácil, que hacer lo correcto, que en muchas ocasiones es más difícil de hacer, precisamente porque hacer lo correcto frecuentemente nos pone en compromisos, o nos hace enfrentarnos a otras personas que precisamente han elegido lo fácil.
Si bien tradicionalmente los hombres y las mujeres, más cargados de principios morales, éticos y religiosos, optaban por lo correcto, la modernidad ha creado un nuevo ser humano que se decanta casi siempre por lo fácil. Esto ocurre porque dos nuevas ideologías se han apropiado de la mentalidad humana a partir del siglo XX; nos referimos al individualismo y al relativismo. El primero impone conductas en las que cada uno vela solo por sus propios intereses y su propio bienestar, sin importarle lo que les pase a los demás, y por su parte el relativismo es la nueva ideología que lo cuestiona todo; no hay blanco ni negro porque todo es relativo. Al cuestionarlo todo, para el relativismo hasta las cuestiones más elementales regidas por el derecho natural, como es la vida, la paz, la solidaridad entre las personas, la protección a los hijos y la de estos a sus padres, el patriotismo, se relativizan porque ya nada es definitivo, optándose por la solución más sencilla -fácil- que ofrece menos complicaciones, que la decisión correcta que muchas veces incómoda.
Por lo que respecta a la izquierda política que tiene sus orígenes en el jacobinismo francés, y en el marxismo alemán y ruso, ya se decantó definitivamente por el relativismo, que intentaba destruir todo aquello que estaba regido por principios religiosos o conservadores. Sin embargo las derechas durante gran parte del siglo XX, que estaban imbuidas de estos principios impuestos por la Iglesia y por las clases sociales más conservadores, se opusieron radicalmente a los postulados relativistas de los partidos comunistas y socialistas. De esta forma, salvo en los países sometidos a dictaduras comunistas, se mantuvo un cierto equilibrio entre estos dos polos opuestos: el de los principios -lo correcto- y el relativismo individualista -lo fácil-.
Pero este equilibrio se ha roto cuando los partidos políticos de centro derecha han escogido la vía de lo fácil, adhiriéndose y asumiendo como propios, todos y cada uno de los postulados individualistas y relativistas de la izquierda. Es así como en España el Partido Popular y Ciudadanos se han dejado imponer, desde la izquierda, postulados que nunca han pertenecido a la derecha, como el laicismo, la desprotección de la familia, las políticas eugenésicas y abortistas, la ideología de género, las leyes de violencia de género, la exaltación de la homosexualidad, la memoria histórica unidireccional, la promoción de la inmigración descontrolada y la discriminación positiva entre otras.
Resulta evidente que este tipo de opciones suponen la realización de una «política de lo fácil», que va a favor de la corriente que impone la sociedad moderna, porque oponerse a estas políticas, que es lo correcto, a veces resulta impopular y puede tener consecuencias electorales. Se entra de esta forma en una dinámica en la que los cargos electos del PP y de Ciudadanos procuran evitar implicarse en debates en los que se puedan comprometer en algo que se considera alejado de lo políticamente correcto, y de lo que ahora se denomina «el consenso progre», porque se supone que eso es lo que la sociedad reclama -lo fácil-, eludiendo cualquier manifestación que se considere espinosa -lo correcto-, aunque sus conciencias propias de personas conservadoras, les digan lo contrario.
En la dicotomía entre lo fácil y lo correcto, es más fácil darle un caramelo a un niño que negárselo, como es más fácil decirle a una mujer que aborte, que decirle que procure no hacerlo -lo correcto- porque el Estado le apoyará económicamente para que pueda traer esa nueva vida al mundo. Es más fácil promover una familia desestructurada regida por el individualismo de cada miembro, que conceder ayudas económicas a las familias y obligar a los padres que se hagan cargo de sus hijos. Es más fácil dejar entrar libremente a los inmigrantes, que vetarles la entrada. Es más fácil ceder ante las pretensiones de la comunidad musulmana, que frenar la islamización de España. Es más fácil decir que todos somos iguales, que reconocer que hombres y mujeres somos biológicamente diferentes. Es más fácil quitar un crucifijo de una escuela, que poner uno. Es más fácil decir que colectivos tradicionalmente desfavorecidos como las mujeres, los homosexuales o minorías raciales merecen un trato de privilegio, que decir que todos somos ciudadanos libres e iguales de un Estado de derecho, en el que debemos de recibir el mismo trato con independencia del sexo, la religión o la condición sexual, como establece la Constitución. Es más fácil criminalizar a un bando de la guerra civil, que reconocer que unos y otros, desde su óptica particular, querían lo mejor para España.
Siguiendo esta deriva posibilista de cesiones continuas para conseguir lo fácil, Partido Popular y Ciudadanos se han dejado llevar por los postulados de un liberalismo, que está muy cómodo ante la implantación esta nueva ideología de izquierda disfrazada de derecha, en la que se pretende conseguir el voto de un electorado amigo de lo fácil y enemigo de lo correcto. Es así como esta nueva derecha que ha renunciado a su propia personalidad, se convierte en una «falsa derecha» que como Fausto vende su alma -su ideología tradicional- a cambio de conseguir la vida eterna -perpetuarse sucesivamente en el poder-, pero como Fausto puede acabar inmersa en una desorientación profunda, porque es difícil defender aquello con lo que en el fondo no se está de acuerdo.
Juan Carlos Segura Just
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