El senador de Esquerra Republicana, Joan Josep Queralt, sorprendió este jueves en la comisión de investigación del caso Koldo al reivindicar “los 94 años de limpieza” de su partido. Una afirmación tan solemne como arriesgada en boca de un representante de una formación que, si bien ha sabido construir un relato de superioridad moral frente a otros partidos, arrastra sombras difíciles de ignorar.
Resulta cuando menos llamativo que ERC se presente como un ejemplo de integridad mientras su propio gobierno ha sido señalado por presuntas irregularidades en los pisos tutelados para menores bajo la DGAIA, una de las instituciones más sensibles de la administración catalana. Las denuncias por mala gestión, abusos y falta de supervisión no son meros rumores, sino casos documentados que han generado alarma social y reclamos de responsabilidades políticas. ¿Es eso también parte de la “limpieza” a la que alude Queralt?
Tampoco ayuda a esa imagen de pureza el recuerdo reciente de las maniobras internas durante la campaña municipal de Barcelona, cuando desde entornos afines a ERC se impulsó una campaña de falsa bandera para vincular a Ernest Maragall, entonces candidato republicano, con el alzhéimer. Aquella operación, más propia de un manual de política sucia que de un partido que presume de ética, evidenció una contradicción profunda entre el discurso y las prácticas reales.
Y si ampliamos el foco, la “limpieza” que Queralt reivindica se vuelve todavía más discutible. No se puede borrar con una frase altisonante la historia reciente de condenas por sedición y malversación derivadas del intento de golpe de Estado del 1 de octubre de 2017. Aquel episodio, más allá de las simpatías ideológicas, supuso un desafío directo al orden constitucional y dejó tras de sí una estela judicial que todavía pesa sobre ERC y el separatismo catalán.
Por eso, cuando Queralt proclama la inmaculada trayectoria de su partido, no solo incurre en una exageración histórica, sino que refuerza la sensación de que ERC vive atrapada en su propio relato moral, incapaz de asumir autocríticamente sus errores. En política, como en la vida, la limpieza no se declama: se demuestra. Y hacerlo exige memoria, humildad y coherencia. Tres virtudes que, a juzgar por las palabras del senador Queralt, parecen hoy más necesarias que nunca dentro de Esquerra Republicana.
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