La Diputación de Barcelona ha publicado los resultados de una encuesta sobre los temas que más preocupan a los ciudadanos y, no es ninguna sorpresa, que en las ciudades de la provincia de más de cincuenta mil habitantes la seguridad ha sido escogida como el problema más acuciante. Por ejemplo, en L’Hospitalet de Llobregat y Badalona sobrepasa el 40% y en Terrassa es un 23%.
En Barcelona ciudad es de un 27%, aunque este dato está extraído del barómetro municipal. Volviendo al sondeo de la Diputación, la seguridad es la segunda preocupación en Cornellà de Llobregat, Sabadell y Sant Boi de Llobregat. El problema es que no podemos hablar de «percepciones» equivocadas, porque los datos son preocupantes.
Recordemos como el último balance de delincuencia del Ministerio del Interior desveló un aumento de la delincuencia en el área de Barcelona. En términos globales, la criminalidad convencional (la que no incluye las infracciones penales cibernéticas) en la Barcelona metropolitana aumentó un 6,7% entre 2022 y 2023. Si a los datos se une la reciente epidemia de apuñalamientos en toda Cataluña, no es extraño que la seguridad preocupe, y mucho.
Y es que tenemos a unos Mossos d’Esquadra que no son una policía eficaz, porque sus mandos durante años se han dedicado a ser una policía política al servicio del separatismo. La policía autonómica catalana ya no controla ni los robos en las autopistas, y tienen que llenar los paneles informativos de avisos para intentar que los conductores se autoprotejan vigilando continuamente que no se produzcan incidencias.
Salvador Illa ha escogido como director general de la Policía a Josep Lluís Trapero, el jefe de los Mossos durante el golpe de Estado del 1 de octubre, cuando centenares de agentes mostraron su complicidad con los radicales que okuparon los colegios electorales. Así que no podemos confiar en ningún giro a mejor por parte de un cuerpo policial que se ha convertido en uno de los símbolos del proceso separatista, y de ahí que Carles Puigdemont se les escapara ante sus narices: porque muchos creemos que nunca quisieron detenerlo.
En Barcelona, que sufre de un endémico déficit de agentes de los Mossos, se añade un grave factor añadido. Durante ocho años Ada Colau no solo no dio apoyo político a la Guardia Urbana, sino que se dedicó a maniatar a los agentes de la policía local deslegitimando su trabajo ante actividades delictivas como las okupaciones o la venta ilegal ambulante. Y Jaume Collboni, que gobernó con Colau durante varios años, permitió esta decadencia de la seguridad y ahora se ve incapaz de combatirla.
El fanatismo de los mandos de los Mossos y el de Ada Colau permitieron que durante años los delincuentes actuaran impunemente. En Cataluña se ha creado un clima de impunidad que va a costar mucho combatir. Y más aún si los socialistas, con Illa y Collboni a la cabeza, siguen repitiendo los mismos errores. Hace falta mucho más que poner al mando de Interior a una alcaldesa que hizo una gestión de la seguridad aseada, pero sin alardes, para superar la crisis actual. Y más si Trapero es la persona escogida.
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