La primera vez que se usó el termino “post-verdad” fue en 1992, a raíz del escandalo Iran-Contra. Los terremotos políticos en el Reino Unido y Estados Unidos han convertido la expresión en un lugar común para hacer referencia al uso organizado de los medios de comunicación social en campañas propagandísticas de desinformación y engaño propagadas gracias a la ubicuidad de las nuevas tecnologías.
A pesar de su reciente eclosión, la probada eficacia de estas técnicas de manipulación social ha sido posible por la existencia desde hace décadas de un caldo de cultivo intelectual que ha facilitado la existencia de un marco mental que podríamos llamar posmoderno, que tiene sus raíces en el relativismo moral de Nietzsche y que afirma que la realidad es una construcción social, que la moralidad, las cosmovisiones y el propio conocimiento consisten en perspectivas ideológicas surgidas de situaciones sociales subjetivas.
Por supuesto, esta linea de pensamiento siega de raíz el valor central de la Ilustración, el axioma de que la verdad es independiente de la opinión. Y tiene como consecuencia el desmoronamiento del periodismo objetivo, al cual le arrebata su credibilidad mediante la emergencia de una pléyade de agentes generadores de pseudo-noticias e informaciones falsas y orientadas a reforzar los prejuicios creencias y emociones de sus audiencias.
Cuando estos agentes obran de una manera coordinada y promovida por y desde los partidos políticos, como lleva siendo el caso en Cataluña desde antes de 2012, se entra en un juego sin reglas en el que todo vale, que pone en el centro del debate de manera compulsa temas que se habían dejado al margen de la política gracias a un consenso tácito que despolitizaba determinados asuntos en el convencimiento de que su gestión estaba sujeta a premisas racionales.
Una vez inmersos en esta vorágine de creencias alimentadas por los sentimientos, el recurso a la racionalidad de los hechos es inútil, porque no solo los valores de la ética no son evidentes por sí mismos, sino que el lenguaje emotivo usado por los demagogos es inmune a los hechos. Esto lleva irremisiblemente, en las condiciones adecuadas, a que una mayoría de votantes decidan primando sus opiniones subjetivas sobre cualquier información objetiva. Es decir, cuando el votante opta por la fe en la certeza de los “hechos alternativos” que le llegan a través de los medios sociales, la verdad objetiva pasa a ser una opción mas, y no una regla de oro.
Por eso, es un error tratar de razonar con quienes eligen creer post-verdades por motivos identitarios sin entender que quienes se instalan en posicionamientos falaces no lo hacen generalmente irracionalmente. Sin entender las motivaciones personales e intereses creados que llevan a grandes grupos de la población a ignorar la evidencia factual, hacerse inmune a la verdad y refugiarse en el confort de la auto-afirmación ideológica, no lograremos contrarrestar este nuevo poder de manipulación de masas, porque a lo que nos enfrentamos es a un cinismo inducido para hacer perder la confianza en las fuentes tradicionales de información que garantizan la transparencia de las instituciones democráticas y cuya destrucción es la verdadera razón de ser de la post-verdad organizada. Nunca antes había sido tan imprescindible el periodismo de calidad como cortafuego del populismo nihilista.
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