La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, acostumbra a presumir de su “desobediencia” hacia las leyes que no le gustan, y llama “presos políticos” o «exillados» a los fugados y procesados y condenados por la justicia democrática española, y puso la propaganda de los sediciosos – el lazo amarillo – en la fachada del consistorio de la capital catalana.
Este postureo lo ha llevado a cabo desde la comodidad del coche oficial, y de la coacción que impone desde el consistorio de Barcelona a los ciudadanos. Porque sus funcionarios embargan las cuentas y persiguen a los que no pagan los impuestos municipales o las multas de tráfico.
La “desobediencia” del gobierno municipal de los comunes es selectiva: ellos pueden incumplir las normas que deseen, el resto de ciudadanos han de aceptar sus órdenes, o el peso de la Ley caerá sobre ellos. Este es el caldo de cultivo perfecto para que los delincuentes campen a sus anchas.
Si la alcaldesa “desobedece”, ¿por qué no van a hacerlo ellos? Casi todos los indicadores advierten de un aumento de los delitos en Barcelona, Claro está que poco se puede esperar de una política que interpreta el ‘código ético’ de su partido a su antojo para presentarse a un tercer mandato a la alcaldía a pesar de acumular imputaciones judiciales.
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