Josep Guixà (Barcelona, 1968) es el autor de ‘Balañá. El mejor espectáculo del mundo’ (Almuzara), una biografía del empresario que consiguió que Barcelona fuera una de las capitales mundiales de la tauromaquía. Además, fue el impulsor del cine como fenómeno de masas en la capital catalana al construir salas modernas dotadas de las máximas comodidades que había en la época. Fue un ‘self made man’ que llegó a ser uno de los personajes más influyentes de Barcelona durante el régimen franquista.
¿Cómo un ex concejal republicano pudo medrar tanto durante el régimen franquista?
Balañá ofrecía a los gobernantes lo que soñaban, poder darse un baño de multitudes en una gran tarde de toros. Es cierto que inicialmente estaba en las antípodas del franquismo, pero había tenido tiempo para borrar su pasado: desde su colaboración como patrono con la dictadura de Primo de RIvera a la complicidad en los preparativos del Alzamiento o su labor en el exilio francés para que los toreros que habían quedado en zona republicana se pasasen al bando rebelde.
¿Fue Balañá un empresario en continúa búsqueda del reconocimiento social?
Balañá aspiraba al reconocimiento cívico, que no es tanto mejorar el estatus social como conseguir que tus logros empresariales sean considerados beneficiosos para la comunidad, como los magnates estadounidenses que al final de su vida se convierten en filántropos. Esto explica porqué fue uno de los pocos empresarios barceloneses del siglo XX apreciado por sus conciudadanos.
¿Hubiera permitido Pedro Balañá que la Monumental del 2023 no acogiera corridas de toros, cuando la legislación lo permite?
Es una pregunta difícil de contestar, porque organizar una corrida no sólo es una cuestión de voluntad empresarial, sino que depende de unos permisos administrativos. Él seguramente hubiera sabido cómo conseguirlos y no creo que temiera represalias para sus otros negocios, porque seguro que aspiraba a recaudar más con los toros que por otro lado. Pero, a la vez, era un hombre pragmático que sabía reorientar su actividad si percibía una gran hostilidad de los políticos.
Primero fue un magnate de la alimentación, luego de los toros, y al final del cine y el teatro. ¿Qué faceta le hizo sentirse más orgulloso?
Su mayor orgullo fue convertir a Barcelona en una gran capital del toreo. Esto le llenaba de satisfacción profesional, pero sobre todo le convertía en un benefactor de la ciudad, porque las corridas de la Merced daban realce a unas fiestas que habían perdido su cariz popular durante el franquismo y por las divisas que dejaban los turistas atraídos por las corridas.
¿Se sintió siempre como una especie de emperador de Sants?
Hasta el año 1956 siguió viviendo en la calle Valladolid y muchos de sus proveedores fueron siempre santsenses. Era un hombre de gustos sencillos y trato afable, pero hay también algo de construcción de la imagen. Su público no era elitista socialmente, ya que tanto los espectáculos de la Monumental (toros, circo, boxeo, Holiday on ice, conciertos) como las películas que programaba en sus cines iban dirigidos a las clases populares y emergentes. Él aparentaba que seguía siendo como ellos.
¿Fue el Palacio Balañá la gran obra que siempre quiso hacer y que no vio acabar en vida?
Cuando inició su construcción, poco antes de morir en 1965, ya había erigido otros magníficos cines, pero es significativo que antepusiera el Palacio Balañá a la reforma del Auditorio Manén (hoy multicines Balmes). Es curioso que la crisis del cine de masas haya hecho desaparecer la mayoría de aquellos cines que fueron los más modernos de Europa. Después de la pandemia, el Palacio Balañá ya no ha reabierto. Sin embargo, el espíritu de Balañá pervive en Sants aunque poca gente lo sepa. Como explico en el capítulo de su etapa como concejal entre 1916 y 1920, Balañá fue el gran artífice del colegio público Lluís Vives, que sigue siendo fundamental en el distrito.
¿Qué legado dejó tras su muerte a la ciudad de Barcelona?
Como refleja el título de mi libro, adentrarse en el universo Balañá era hacerlo en un mundo asombroso, magnífico, en el que sucedían cosas extraordinarias.
¿Fue su asignatura pendiente el haber hecho carrera municipal, llegando a una tenencia de alcaldía en Barcelona?
Hubiera podido ser un buen gestor con toques populistas, pero le faltaban dotes oratorias y formación cultural para ser un gran líder político. Explico brevemente cómo volvió a ser concejal al final de su vida. Estaba muy enfrentado con el alcalde Porcioles, que ya era otro tipo de gobernante, moderno y con agenda propia, pero que necesitaba del apoyo del alcalde de Madrid para conseguir un estatus jurídico especial del gobierno para las dos capitales. El alcalde madrileño era el conde de Mayalde, un conocido ganadero taurino. Balañá le compró la camada entera y, por casualidad o no, acabó siendo concejal con Porcioles y llevando nada menos que la ponencia de turismo.
¿Fue un hombre de familia, que primaba los lazos de sangre sobre la eficacia?
En su primera etapa de concejal tuvo algún problema de nepotismo, pero ser un empresario paternalista sin contar con tus familiares, sería incoherente. Por otra parte, una empresa como la de Balañá, en la que los horarios eran intempestivos (familiares de trabajadores suyos me han contado que, por ejemplo, después de las corridas había que alternar con los toreros y apoderados) exige una dedicación plena, y eso sólo puede cumplirse siendo paternalista y con empleados de mucha confianza.
¿Cómo definiría, en una frase, a Pedro Balañá?
El gran fabricante de sueños nunca engañó a nadie: los mayores sueños que cumplió fueron los suyos.
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