Es indudable que, durante toda la historia de la humanidad, las mujeres han estado discriminadas respecto a los hombres. Esta discriminación les ha impedido desarrollar plenamente toda su capacidad social, laboral, económica, jurídica, militar, e incluso familiar, cuando se ha reconocido la suprema autoridad de lo que los romanos llamaban el paterfamilias, y que luego se denominó patriarcado.
El axioma tan simple como evidente, de que todos los seres humanos somos iguales, por el simple hecho de serlo, no ha sido tradicionalmente respetado, poniendo no solo a la mujer en una situación de inferioridad, sino que esta postergación social se ha aplicado a otros colectivos estigmatizados en función de la raza, la capacidad económica o religión, diferentes de las del grupo dominante en la sociedad.
El principio determinista establece que las sociedades modernas, con el lento paso de los siglos, tienen una tendencia a implantar un concepto genérico y práctico de justicia. Esto significa que si la mujer no habría estado totalmente equiparada al hombre en el siglo XX, lo habría estado en el XXI, y si no en el siglo XXII. Es precisamente aquí donde cobran un papel fundamental y acelerador de este proceso, los movimientos feministas que empezaron exigiendo la libertad de voto, para ir consiguiendo poco a poco nuevas reivindicaciones, hasta alcanzar finalmente la plena equiparación de la mujer con el hombre a todos los niveles.
Si todo esto está muy bien y es muy necesario, los movimientos sociales y políticos en muchas ocasiones, para justificar sus logros y victorias, tienen una tendencia a lo que se denomina un giro de tuerca innecesario, reivindicando nuevos postulados que no formaban parte de sus principios fundamentales, porque la tuerca ya está suficientemente apretada.
Fue así como por ejemplo los movimientos norteamericanos, que muy dignamente luchaban contra la segregación racial, una vez conseguido ese logro y la plena equiparación de los derechos civiles con los blancos, que les concedió el presidente Kennedy, al ver culminadas sus expectativas, en vez de sacar la llave de la tuerca, la apretaron aún más, introduciendo reivindicaciones tan nuevas como absurdas, como por ejemplo que los faraones del antiguo Egipto eran negros, o que el mismo Jesucristo era negro, porque en la Biblia se dice que era de piel morena.
En este nuevo giro de tuerca, Malcolm X y los Panteras Negras empezaron a sostener afirmaciones, en la línea de que los negros son superiores a los blancos. De esta forma lo que se pretendía combatir -el supremacismo blanco- se convirtió en un supremacismo negro.
Con el movimiento feminista ha pasado exactamente lo mismo, de forma que las tradicionales reivindicaciones del feminismo, se han convertido en una retahíla de afirmaciones absurdas, como que todos los hombres son presuntos violadores, o que la familia como institución somete por naturaleza a la mujer, o que la maternidad le priva de libertad para realizarse como persona. Con la introducción de estas nuevas reivindicaciones supremacistas, el feminismo se convierte en feminazismo.
Si la tuerca de la cohesión de la mujer en la sociedad había conseguido su propósito después de muchas décadas de legítima lucha feminista, girando y girando la tuerca con estas absurdidades, el nuevo feminismo feminazista está a punto de romper el tornillo que le une a la sociedad.
Este fenómeno tiene una doble consecuencia: por un lado las nuevas reivindicaciones feministas dejan de ser creíbles para la mayoría de los hombres, que evidentemente no las van a secundar, y la segunda consecuencia derivada de esta primera, es que si la izquierda las hace suyas, como lo está haciendo en la actualidad, su desplome electoral se va a hacer patente, porque muchos hombres votantes de izquierdas, se sienten amenazados por esta nueva ideología de género, y simplemente dejarán de votarles. Y por lo que respecta a muchas mujeres votantes de izquierdas, no se sienten representadas por esta nueva ideología feminista del absurdo, y también dejarán de votarles.
Antes de finalizar este artículo quiero desde aquí mostrar mi solidaridad y afecto con mi buena amiga Lidia Falcón, presidenta del Partido Feminista de España, formación que ha sido expulsado de la federación de Izquierda Unida, por defender un feminismo genérico y universal no sometido a estos nuevos dogmas.
Juan Carlos Segura Just
Doctor en derecho
no recibe subvenciones de la Generalitat de Catalunya.
Si quieres leer nuestras noticias necesitamos tu apoyo.