El pasado sábado cumplimos, un año más, con la protocolaria cita ante la televisión para ver el Festival de Eurovisión. Importa poco si se trata de un espectáculo desfasado, si ha perdido sentido o cualquier argumento en contra de una emisión anual que, digan lo que digan, lo ve, se sigue e interesa a mucha gente. Solo hay que ver la trascendencia que alcanza en los medios, sobre todo en los días o semanas siguientes, puesto que antes no conviene hablar mucho de él en otros canales para no penalizar la audiencia, para valorar la participación de nuestro representante y, desgraciadamente, dando pábulo a todo lo demás que tiene relación con una cita que debería ceñirse a lo estrictamente musical.
El evento, ya sea por sus canciones o por las ganas de ver a uno de los nuestros sobre el escenario, sin olvidar la cantinela y morbo de las votaciones, genera interés. De hecho, con más o menos atención a lo largo de la cita, que ocupa cerca de unas cuatro horas en la parrilla televisiva de La1, lo que supone un tiempo mayor al soportable en todo el resto del año conectado a ese canal politizado, te mantiene en vilo a la espera de ver un final que sabes tendrá alcance y repercusión internacional.
En nuestra casa, compaginando dicha gala televisiva con el picoteo o la partida de juego de mesa familiar, se cumple rigurosamente con la llamada de atención que supone el momento en que le toca cantar a España o cuando dicen que sale alguna de las que se considera favorita y, por supuesto, el tiempo en el que se produce el famoso reparto de votos que todos tenemos insertado en nuestra memoria. Que levante la mano el que no haya dicho alguna vez lo de “L´Espagne douze points”.
En lo que tiene que ver con la participación de nuestra candidata disfrutamos plenamente de la profesionalidad de una Melody, flamante y seductora, que cumplió como una campeona. Su espectáculo dejó nuestra imagen en lo más alto, tanto que me atrevo a decir, si las condiciones fuesen normales y sin factores externos, que debería haber tenido serias opciones de estar arriba del todo y luchar hasta el final por el triunfo.
Pese al esfuerzo y la grandísima puesta en escena de la sevillana de Dos Hermanas, el recuerdo de Eurovisión 2022 volvió a aflorar. En aquel entonces, el espectacular “Slomo” de una impresionante Chanel se quedó sin el micrófono de cristal, que le hubiese correspondido de un modo incuestionable. Ese año fueron los efectos de la invasión de Ucrania, a la postre curiosamente ganadora de la edición, y los chanchullos del Reino Unido, los que nos privaron de sumar una victoria más en el histórico de España.
El pasado fin de semana volvimos a sufrir la influencia externa, por temas totalmente ajenos a la música y la profesionalidad de una artista que dio la talla de forma mayúscula, haciendo que acabáramos en el antepenúltimo puesto de la clasificación definitiva. En esta ocasión la culpa fue del fanatismo sanchista al politizar todo. Su salida de guión, para contentar al extremismo, incumplió las normas de la organización y, por supuesto, tuvo trascendencia en el voto de los jurados profesionales y el televoto. Un perjuicio que se cebó, en primera persona, en el logro de una cantante que fue a dar espectáculo y no a ser parte de un mitin de los radicales del sanchismo.
Nuestro Gobierno extremista y radical, que controla RTVE, decidió inmiscuirse sin atender a razones, obviando la opinión de muchos que nos conectamos al canal del régimen para disfrutar de una gala musical. Dando coba al populismo que le rodea y le sostiene impuso su sectarismo, pese a la tarjeta amarilla que ya nos habían sacado los organizadores del evento celebrado en Suiza. RTVE ya estaba avisada, habiendo sido testigos de la conducta de los que ponen voz a los mensajes interesados y teledirigidos de Sánchez y sus palmeros.
Los parásitos de RTVE, algo que recuerda al apagón ocasionado por la mala gestión pública de REE, se posicionaron de forma evidente en contra de una candidata del Festival. Israel ha participado por costumbre en la cita europea de la canción sin que se hayan suscitado dudas hasta ahora. De hecho, geográficamente está mucho más lejos Australia y, si sacamos punta al tema, no se compite por la calidad de las decisiones de los gobiernos, sino que se presentan canciones. Si se valorase a los políticos sería muy lógico y razonable acabar siendo el farolillo rojo.
La canción israelí estuvo muy bien y su cantante no tiene ninguna culpa de lo que puedan decidir sus políticos. Pero, a pesar de todo, los obsesos del todo vale incumplieron de forma flagrante las reglas del juego. Nuestros impresentables dejaron su sello a vista de todos. El mensaje propalestino en el inicio de la gala fue un error que no venía a cuento. Como resultado, hemos acabado todos hablando del uso político del evento en lugar de la verdadera razón que unía a los 26 participantes en la gala.
Nadie está a favor de lo que está sucediendo en Gaza. Todos sufrimos al ver lo que pasa y es generalizado el deseo de que acabe. Es muy alto el coste que supone un enfrentamiento iniciado tras un atentado terrorista, con secuestro de muchos rehenes que todavía no han sido liberados, que hubiese carecido de recorrido si los terroristas se hubiesen entregado o se les hubiera señalado por los que saben quienes son para pasar cuentas con la Justicia. Pero, carece de sentido que este asunto medie en algo como es una gala musical en la que la geopolítica solo tiene su reflejo en el tránsito de votos entre afines y próximos. No me imagino a Chipre otorgando a Grecia menos de los doce puntos, por ejemplo.
El sábado, el sanchismo distorsionó y dio el cante. Perdido en sus obsesiones humilló a una cantante entregada y a todos los seguidores españoles que solo pensaban en pasar un buen rato con el ánimo de ver a España en lo más alto. Melody fue destinataria de las turbulencias generadas y debe tener todo nuestro apoyo. Corresponde felicitarla y darle ánimos, pidiéndole que pase página cuanto antes.
La opinión de la audiencia se manifestó con el televoto. El emitido por el público español otorgó al país señalado por el fanatismo el máximo número de votos, como pasó en la mayoría de países, empujando a Israel a lo más alto y dándole opciones de ganar hasta el último momento, cuando se alzó la canción austriaca con la victoria relegando a Israel a un meritorio segundo puesto.
Visto lo visto, y a tenor de lo que nos quieren nuestros vecinos, quizás tenga cierta lógica tanto paseo de Sánchez dando cariño a sus amigos y camaradas de la liga árabe, aunque desconozco si hay algún Festival equivalente en esas latitudes en donde nos podrían hacer un hueco…
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