
Profesor de filosofía política en la UAM y colaborador habitual de Revista de Libros, Pablo de Lora es experto en constitucionalismo, bioética y derechos de los animales. Acaba de publicar Lo sexual es político (y jurídico) (Alianza), un ensayo sobre sexualidad y feminismo. A petición de nuestro diario, De Lora analiza en esta conversación los entresijos del siempre complejo conflicto catalán.
Suele repetirse que la izquierda y el nacionalismo son incompatibles. ¿Es así?
Para mí sí, y la incompatibilidad deriva de dos rasgos del nacionalismo que entran en conflicto con ideales predicados o auto-asumidos en el pensamiento clásico de izquierdas. El nacionalismo étnico, por un lado, es incompatible con el universalismo moral que creo que debe reivindicar la mejor tradición de izquierdas —y, diría, cualquier posición filosófico-política que sea digna—.
La otra vertiente pone en cuestión la posibilidad de que progresemos hacia ámbitos de distribución de recursos que hagan cada vez menos relevante el hecho azaroso de nuestro origen geográfico a la hora de poder desarrollarnos como personas. Poder compartir más debiera ser un objetivo claro de la izquierda. La izquierda debería ser, en definitiva, esencialmente “internacionalista y cosmopolita”.
El president Quim Torra, ha retado a Pedro Sánchez a tener coraje para dialogar sobre la “autodeterminación”. ¿Es ésta un derecho, tal y como defiende el separatismo?
En absoluto. El derecho a la autodeterminación de los pueblos es una estrategia jurídica que sirvió para fundamentar el proceso de descolonización, como saben bien los propios separatistas catalanes. Hoy, a mi juicio, la autodeterminación, es decir, la modificación de las fronteras de un Estado sólo puede justificarse por razones “remediales” como ha defendido el primer Allen Buchanan, esto es, cuando existe una minoría en el seno del Estado cuyos derechos básicos solo pueden ser satisfechos mediante la secesión.
El nacionalismo catalán acostumbra a tachar a sus críticos de “nacionalistas españoles”, negando que existan personas no nacionalistas. ¿Están en lo cierto?
Parafraseando a Savater, en España se ha instalado la creencia de que el aprecio a los nacionalismos es optativo, pero no ser, ni parecer, nacionalista español es obligatorio.
Pero yendo a su pregunta: no. Se puede ser crítico del nacionalismo como ideología o teoría política sin ser nacionalista de otro signo, de la misma manera que el ateo no es “un creyente de otro modo”.
Es cierto, con todo, que más allá de los signos identificativos, o de las herramientas que necesariamente usamos para coordinar la vida social —usar una determinada lengua, por ejemplo, o un homogéneo modo de medir o de señalar en la vía pública— buena parte de nuestro entramado institucional, y algunas políticas públicas, son “culturalmente densas”, es decir, responden a una cierta tradición. En todo sistema político habría una suerte de nacionalismo residual o latente. Pero frente a esa llamada de atención, legítima, siempre cabe responder: “En efecto, no nos hemos quitado suficientemente el pelo nacionalista de la dehesa. Perseveremos, pues, en esa dirección de deslindar la ciudadanía del peso de la tradición o de la pertenencia a la tribu”.
Recientemente, la presidenta de la ANC, Elizenda Paluzie, criticó a una periodista de Antena 3 refiriéndose a ella como “la española ésta”. Por su parte, una alto cargo de la Agencia Catalana de Vivienda, Maribel Muntané, declaró que le desagradaba que los teleoperadores la atendiesen en “sudaca o andaluz”. ¿Por qué son tan frecuentes las muestras de xenofobia entre los dirigentes nacionalistas?
Desgraciadamente no puedo sino responder por la corta: la xenofobia y el racismo latentes —algo que no es exclusivo, por supuesto, de algunos nacionalistas catalanes— ha mutado en un racismo desvergonzado, patente, y lo más grave es que permea y se escupe desde algunas instituciones, empezando por el propio Presidente de la Generalitat.
Según un informe de La Asamblea por una Escuela Bilingüe, ni un sola escuela en Cataluña cumple con el mínimo del 25% de clases impartidas en castellano que establece la Ley. ¿Le parece justificado el veto al español que se practica en la llamada Escola Catalana?
Me parece profundamente injusto y profundamente miope postergar el castellano: se trata de una lengua koiné en España y con la que nos podemos comunicar cientos de millones de individuos en el mundo, amén de ser la lengua mayoritaria en Cataluña. En una sociedad bilingüe como la catalana el objetivo del bilingüismo en la educación debería ser el prioritario para la llamada Escola Catalana, pero desgraciadamente no parece que sea esa la tendencia, no lo ha venido siendo en las últimas décadas.
¿Y cuál cree que ha sido el papel desempeñado por los medios de comunicación catalanes en el conflicto actual?
TV3 es una televisión de parte, como sabe todo el mundo, donde una buena parte de la sociedad catalana, quizá la mayoritaria, sencillamente no se ve representada. En el resto de medios catalanes, sin alcanzar las cotas de sectarismo de TV3, son desde luego muy minoritarias las voces o plumas que defiendan, por ejemplo, que en Cataluña el único problema político es la existencia del separatismo, o que anhelen revertir la situación de la enseñanza del castellano en la escuela como he indicado en la anterior pregunta. La pluralidad es escasa en los medios dominantes.
Acaba de fundarse un partido catalanista pero contrario a la secesión: La Lliga Democràtica. En su opinión, ¿el catalanismo es parte del problema o parte de la solución?
Yo tengo una muy vaga idea, la verdad, sobre lo que sea el catalanismo político, pero tengo la sensación de que ese mismo vapor se desprende cuando quienes reivindican tal posición política se animan a precisarla. Más allá de una inconcreta apelación al seny o a las presuntas virtudes pactistas de los catalanes no independentistas, me resulta un tanto mistérica como ideología. No sabría por ejemplo qué distingue al catalanismo político de un posible madrileñismo político o asturianismo político.
En su Diccionario de lugares comunes sobre Cataluña, Juan Claudio de Ramón señala que uno de los tópicos más nocivos en torno al problema catalán es el que reza que “no se debe judicializar la política”. ¿Lo comparte?
Absolutamente. Es un tópico irritante y que muestra frecuentemente no sólo ignorancia sobre las virtudes del imperio de la ley, sino otro de nuestros males patrios: la ley del embudo, o lo ancho para mí, lo estrecho para mi oponente ideológico. ¿Habría sido un supuesto de insoportable judicialización de la política si el Partido Popular hubiese decidido intervenir la autonomía en Cataluña prescindiendo del procedimiento establecido en el artículo 155 y la Generalitat hubiese recurrido a los tribunales?
El portavoz económico de Ciudadanos, Toni Roldán, ha abandonado el partido por su giro a la derecha. ¿Cómo valora que la formación liberal haya decidido no pactar con el PSOE y sí hacerlo —aunque indirectamente— con Vox?
Aunque entiendo las razones que han animado a ese golpe de timón, creo que se han equivocado en la estrategia. Es cierto que Ciudadanos ha crecido electoralmente presentándose bajo ese nuevo formato y que de no haberlo hecho, esto es, no comprometiéndose a no pactar con el PSOE de Sánchez, su resultado tal vez habría sido peor, aunque este es un contrafáctico que, como todos los contrafácticos, no cabe ser verificado fácilmente. De ahí, además, la paradoja que tan agudamente ha señalado David Jiménez Torres: anunciar el cordón sanitario al PSOE ha sido la condición de posibilidad de que ahora pueda auxiliar en la investidura de Sánchez.
Pero es difícil de entender por qué no cabe, una vez conocida la composición del Congreso y la relación de fuerzas, insistir en los principios y en las políticas a desarrollar como condición para una abstención o incluso un gobierno de coalición con el PSOE, precisamente para evitar que la legislatura dependa de fuerzas políticas o idearios que con tan buenas razones Ciudadanos rechaza. Dar ese paso evidenciaría además que Sánchez sólo persigue ser ungido como Presidente por una especie de derecho natural, mientras que lo que está transpirando es que Ciudadanos está obcecado.
Y la estrategia es errada también por la renuencia, torpe y poco presentable, de no querer ni siquiera hablar con el partido que finalmente, aunque sea por transitividad, va a apoyar sus posibilidades de coalición para gobernar autonómica y localmente. Y a la vez sí pactar con el PSOE alcaldías repartidas en plazos en Castilla-La Mancha… Es un puzle imposible.
Aunque el PSOE ha dejado de usar el término “plurinacional”, Unidas Podemos sigue usándolo con frecuencia. ¿Es la España plurinacional una buena idea?
Hablar de una nación plurinacional —¿o es que Unidas Podemos ya no considera que España sea una nación?— me suena a religión pluri-religiosa o raza multirracial. No quiero decir con ello que yo tenga claro qué cosa es una nación y que, ulteriormente, tenga claro que España lo es. Pero debe precisarse cuáles serían esas naciones “pluri”, si eso les otorga determinadas competencias, o por qué los ciudadanos de otras comunidades no podrían aspirar a tener la misma condición. Si no se clarifica todo eso, estamos ante una jerigonza inútil, una muestra más de cómo los artificios semánticos sustituyen a las ideas claras y distintas. Algo que, desgraciadamente, vemos con frecuencia infectando el discurso de la izquierda hegemónica, como magistralmente muestra Félix Ovejero en su imprescindible La deriva reaccionaria de la izquierda.
Por Óscar Benítez
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