Isabel Díaz Ayuso no es alta pero es grande, tiene la quietud del valiente, y cuando parece dormida despierta como un volcán, y arrasa a todo lo que se pone en medio. Tiene al mismo tiempo la autenticidad de los buenos toreros como José Tomas; lleva muchas cornadas, pero se rehace, sin mirarse la sangre ocasionada por el morlaco; tiene al mismo tiempo el desdén, y el toque chulapón, de los barrios madrileños; se aleja de los tópicos y de los políticos típicamente correctos; habla con un lenguaje, sin vericuetos, exento de matices y alejado de la egolatría, por eso la gente la entiende.
No es una Pasionaria de derechas, porque no odia, es más una Agustina de Aragón, tiene el arrastre que toda mujer suscita. Sus enemigos políticos, e incluso sus adversarios de su partido, la ven flechada hacia el éxito, y unos y otros intentan cubrir sus alas de cera, como a Ícaro en su vuelo hacia el sol, con el fin de achicharrarla.
Es una medicina para la España dormida y enferma, es como un “chute” mañanero de coñac de garrafa mezclado con gaseosa Revoltosa, que dura para toda la jornada. Su determinación asombra, su desparpajo quebranta, no es bella pero es guapa, es decir no levanta envidias, tiene la intuición de la que carecen los sabios, es en una palabra imparable. Si la suerte, tan decisiva en política, le acompaña será otra Isabel grande de España.
Gabriel Camuñas es abogado y fue diputado a Cortes Generales y portavoz en las Comisiones de Educación, Cultura y Control de Radio y Televisión
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