Los horrores de la guerra han vuelto a Europa. Una vez más. La gravísima e inhumana invasión de Ucrania ordenada por Putin nos hace recordar dos cosas: uno, que en una guerra no hay vencedores ni vencidos sino víctimas del odio y la sinrazón; y dos, que los nacionalismos representan, son el mal, en términos absolutos.
Putin, el dirigente que sueña con recuperar la gran Rusia zarista o soviética (tanto da), ha sucumbido, de nuevo, como cualquier otro nacionalista, a la seducción de la frontera. Y esta seducción va en dos sentidos. El primero, en querer establecer una frontera, algo que Rusia ya tiene pero que considera insuficiente; y el segundo, en la pulsión imperialista de todo nacionalismo, una vez consolidada dicha frontera, de querer ampliarla con la anexión forzosa de los territorios soberanos colindantes esgrimiendo cualquier mentira o manipulación para justificar los consiguientes actos de invasión y barbarie, se llamen esos territorio Crimea, Ucrania o la ensoñación de los Països Catalans.
François Mitterrand vivió los horrores de la guerra, no de una sino de dos de las peores que se recuerdan, lo que formó tanto su carácter de hombre de paz en pro de la unidad europea como su concepto sobre la política y los movimientos reaccionarios como los nacionalismos. Un Mitterrand de entrada edad, como colofón a su discurso del 17 de enero de 1995 ante el Parlamento Europeo por la presidencia francesa de la Unión, explicó, desde sus propias vivencias, el sentido fundacional de la Unión Europea y también los horrores que trajeron los nacionalismos en forma de cruentas guerras. Un discurso que no sólo nos hiela la sangre sino que, desgraciadamente, hoy en día, está de plena actualidad.
“Resulta que los azares de la vida quisieron que yo naciera durante la Primera Guerra Mundial e hiciera la Segunda. Así que viví mi infancia en el ambiente de familias desgarradas, todas las cuales lloraban a los muertos y guardaban rencor y luego, a veces, odio contra el enemigo de la vigilia, el enemigo tradicional. […] Este es uno de mis últimos actos públicos. Por lo tanto, es absolutamente necesario transmitir. […] Debemos transmitir, no este odio, sino por el contrario, la oportunidad de reconciliaciones que debemos, hay que decirlo, a quienes, desde 1944-1945, ellos mismos ensangrentados, desgarrados en su vida personal, el mayor número de veces, tuvieron la audacia de concebir un futuro mejor basado en la reconciliación y la paz”.
Y esto es lo que hicieron esos dolientes dirigentes, rehuyendo los horrores de la guerra, mediante la construcción de la Unión Europea, tan denostada por algunos, pero la clave de bóveda indiscutible para el mantenimiento de la paz y de la prosperidad en nuestro continente, una Europa que ha tenido históricamente una incomprensible querencia hacia la destrucción y la muerte.
“Vosotros mismos, muchos de vosotros mantenéis la enseñanza de vuestros padres, de haber experimentado las heridas de vuestros países, de haber conocido el dolor, el dolor de las separaciones, la presencia de la muerte simplemente por la enemistad entre los hombres de Europa […] No adquirí mi propia convicción así, por casualidad, no la adquirí en los campos alemanes donde estuve prisionero, o en un país que estaba ocupado. Pero recuerdo que en una familia donde practicábamos las virtudes de la humanidad y la benevolencia, de todos modos, cuando hablábamos de los alemanes, hablábamos de ellos con animosidad. […] Lo digo sin querer abrumar a mi país, que no es el más nacionalista ni mucho menos, pero para que entiendan que cada uno veía el mundo desde donde estaba. Y este punto de vista era generalmente distorsionador. Hay que superar estos prejuicios, lo que aquí les pido es casi imposible porque debemos superar nuestra historia y, sin embargo, si no la superamos, debemos saber que se impondrá una regla, señoras y señores: ¡El nacionalismo es la guerra!”.
En efecto, el nacionalismo ha sido, es y será siempre la guerra. Pocas afirmaciones más rotundas y al mismo tiempo sintéticas tienen mayor profundidad y certeza; pocas enseñanzas como ésta regalan frutos más maduros a nuestra conciencia; pocas verdades tan indiscutibles colonizan tan profundamente nuestros sentimientos. Mitterrand, desde su yo más profundo, se convirtió sin quererlo en la voz de una conciencia que Europa ha ido olvidando… hasta ahora. Europa y el mundo occidental han despertado de golpe con los horrores de la guerra, con la violencia, nuevamente, de los nacionalismos, con la reptiliana seducción de la frontera.
Antonio Robles proponía una interesante pregunta-reflexión en un reciente artículo de Libertad Digital: “Putin invade Ucrania. ¿Con este tipejo quería Puigdemont desestabilizar España y lograr la independencia de Cataluña?”. Efectivamente, los lazos del procés con el sátrapa ruso y sus injerencias en la estabilidad y gobernabilidad de una nación soberana como España han quedado más que patentes a lo largo de estos años (los detenidos en la operación Voloh en 2020 afirmaron que Rusia ofreció a Puigdemont 10.000 soldados, pagar la deuda catalana, garantizar la estabilidad financiera de Cataluña y mantener a los políticos fugados con criptomonedas o hacer de Cataluña un país como Suiza); pero también quedó patente con la abstención del golpista fugado Puigdemont en la votación del pasado 1 de marzo en el Parlamento Europeo sobre el envío de ayuda financiera de la UE a Ucrania. Josep Borrell, el alto representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidente de la Comisión Europea, fue rotundo al comparar al presidente Zelenski con Puigdemont, en referencia a las graves consecuencias que, por la invasión rusa, está pagando el pueblo de Ucrania al tiempo que ensalzaba su capacidad de resistencia: “Gracias a Dios, Zelenski no es el tipo de líder que se escapa escondido [en el maletero] del coche”.
El conjunto de los españoles debe saber que IU, Bildu y Anticapitalistas no apoyaron en el pleno del Parlamento Europeo la resolución para conceder a Ucrania el estatus de candidato a la UE, aunque afortunadamente la resolución salió adelante gracias a una abrumadora mayoría de 637 votos a favor, 13 en contra y 36 abstenciones. Putin, como vemos, a parte del héroe del maletero, tiene más socios o admiradores en España, las mal llamadas izquierdas (que conforman la variopinta amalgama podemita), un sector de las cuales forma parte ─por obra y gracia de las veleidades presidenciales de Sánchez─ del gobierno de la Nación y, cómo no, de los nacionalismos que recorren y resquebrajan España desde la periferia hacia el centro. En relación con el drama ucraniano, la bajeza moral de muchos de estos partidos ha quedado retratada ─una vez más─ durante el pleno del Congreso del pasado 2 de marzo en el que el Pedro Sánchez dio cuenta de la posición española en el conflicto de Ucrania.
La portavoz de EH Bildu, Mertxe Aizpurua, espetó que “consideramos un error y no podemos respaldar […] el hacer envíos de armas ofensivas […] No contará con nuestro apoyo para enviar armas letales, ni para censurar medios violando la libertad de expresión y prensa cual régimen autoritario”. Ellos, los filoterroristas, los herederos políticos de ETA, los que defienden y excarcelan (mediante acuerdos con Sánchez) a aquellos que no sólo violaban sino que silenciaban para siempre la libertad de expresión arrebatando las vidas de sus opositores, los que usaban las armas para sus abyectos fines nacionalistas, los miserables del tiro en la nuca, los cobardes de las bombas en los centros comerciales y casas cuarteles de la Guardia Civil. ¡Ellos! Pero enviarles armas a los ciudadanos ucranianos ─con una población y un ejército y una dotación muy inferiores a las de los rusos─ para que puedan defenderse de una cruenta e injustificable invasión, para que puedan defender sus vidas y a la población civil que ha quedado allí atrapada, eso no es procedente. ¡Y lo dicen ellos! Asco supino.
Otro de los socios preferentes de Sánchez, ERC, mediante su Rufián portavoz, se ha negado al envío de armas ofensivas esgrimiendo el argumento del pacifismo, argumento que resbala vergonzosamente de su boca si nos atenemos a que Cataluña ha sido quemada varias veces por las amarillentas SA teledirigidas por el régimen nacionalista, los CDR, y en donde la violencia puede estallar en cualquier momento. Y tampoco podemos olvidarnos, pocos días antes, de la cumbre al más bajo nivel que se produjo entre ERC y EH Bildu, en la que comparecieron juntos Junqueras y Otegui, para decir que “somos la vanguardia de la defensa contra el fascismo”, ¡ellos, un golpista y un terrorista! ─hay que recordar que en España se juzga a la gente por lo que hace, no por lo que piensa, y eso es lo que ambos sujetos han perpetrado en sus vidas─ y para comparar a España con la Rusia de Putin invasora de Ucrania, en una continua e incesante demostración de la bajeza moral más absoluta. Repulsivo.
También otros nacionalistas de medio pelo como el diputado del BNG, Néstor Rego, y Albert Botrán, de la CUP, han rechazado el envío de armamento. Previamente, otro nacionalista, Quim Calatayud, diputado de Junts (la extinta CiU) en el Parlamento regional catalán, tuvo sus 15 minutos de infamia, con una intervención el 24 de febrero en donde comparó la masacre que sufre Ucrania con la consulta ilegal del 1 de octubre: “Con violencia seguramente no arreglarán nada en Ucrania como tampoco con violencia arreglaron nada aquí el 1 de octubre en nuestra tierra”. Nótese la apropiación excluyente del territorio por su parte, “nuestra tierra”, que excluye a quienes no sigan sus dictados, nada diferente a lo que piense o diga un nacionalista en cualquier parte del mundo. Como afirmó David Gerbolés al respecto en este mismo periódico “es indecente comparar la invasión que Vladimir Putin ha ordenado llevar a cabo en Ucrania con una consulta ilegal ante la que tuvieron que actuar las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado por orden judicial”. Estulto.
Los ministros podemitas del (des)gobierno Sánchez, entre ellos Ione Belarra, Irene Montero y Alberto Garzón ─que serían dignos personajes de una fábula de Esopo o de Tomás de Iriarte ─, han mostrado públicamente su clara (y repetida) adhesión a Putin (y con ella su bajeza moral) al no aplaudir y permanecer inmóviles ante el anuncio del envío de armas y material militar a Ucrania de Sánchez, el jefe de su propio Ejecutivo. Insólito.
Sánchez afirmó que “Europa recuerda sus peores pesadillas. […] Hay decisiones irracionales y también injustificadas que ponen en riesgo el valor más preciado, la vida de inocentes. […] El presidente Putin no acepta la consolidación como potencia global de la UE, cuyos principios y valores democráticos son contrarios a su régimen autoritario. Rusia no quiere que la democracia avance”. Estando completamente de acuerdo con estas afirmaciones de Sánchez, me gustaría que invirtiera el argumento y lo trasladara a su propio país, pero el hacerlo sería mirarse en un espejo que le devolvería su narcisista imagen completamente deformada, hasta lo grotesco, cual Dorian Grey peninsular. En España, son más que evidentes los pactos públicos (y claramente deducibles los privados) entre los nacionalismos y el presidente Sánchez, pactos con los que trata de asegurase su permanencia en Moncloa y su supervivencia política, sin querer reconocer que los nacionalismos están colaborando con su gobierno, pero no en aras del bien común sino para desintegrar desde dentro lo que queda de nuestra fragmentada y enconadamente enfrentada nación, sin importarle ni un ápice el resto de los españoles que no sean él.
Lo que Sánchez no quiere ver ─y que la práctica totalidad del resto de los españoles sí vemos─ es que cuando sus socios preferentes nacionalistas obtengan más poder y competencias de las que ya tienen, gracias a su extorsión y chantaje continuos, tomarán ─como cualquier otro nacionalista─ las “decisiones irracionales y también injustificadas que ponen en riesgo el valor más preciado, la vida de inocentes” ya que los “principios y valores democráticos” de España y de la Unión Europea “son contrarios al régimen autoritario” en que se basan ideológicamente, porque dichos nacionalistas, al igual que Putin, “no quiere[n] que la democracia avance” ya que la democracia no tiene cabida en los regímenes nacionalistas que son siempre autoritarios y violentos en su esencia.
Parafraseando a Mitterrand, como sociedad debemos eliminar el odio que supura el nacionalismo al mismo tiempo que debemos transmitir la oportunidad de concebir un futuro mejor basado en la reconciliación y la paz, rehuyendo del punto de vista distorsionador de los que quieren romper España, superando todos esos prejuicios falsamente inducidos por los nacionalismos, en definitiva, debemos superar nuestra propia historia. Por ello, cualquier gobierno democrático que rija los destinos de España y de los españoles debe comprender que hay que acabar con el nacionalismo, de manera urgente, antes de que el nacionalismo destruya nuestro país, nuestro bienestar y nuestra sociedad.
Mitterrand, como colofón a su discurso, nos indicó el camino a seguir: “La guerra no es solamente el pasado, puede ser nuestro futuro. Y somos nosotros, son ustedes, damas y caballeros, quienes ahora son los guardianes de nuestra paz, nuestra seguridad y de este futuro”. Hay que renegar de los nacionalismos y de todos los totalismos y totalitarismos que nos conduzcan a la guerra y al pasado, debemos alzar nuestra mirada hacia la paz y el futuro. Debemos erradicar las semillas del odio colectivo antes de que sus brotes sean la guerra, el odio, el hambre y la muerte. Debemos erradicar los nacionalismos de España y del conjunto de Europa antes de que nos vuelvan a destruir y nos condenen a repetir ese pasado aciago y tenebroso que no debe volver jamás.
Como afirmó Mitterrand, de forma diáfana, está en nuestras manos que ello no acontezca, y por ende el conjunto de los ciudadanos debemos ser celosos garantes de un futuro próspero en la paz y la fraternidad, un futuro libre de nacionalismos y de las guerras y los horrores que estos provocan.
Pau Guix. 3 de marzo de 2022 (foto: Cristina Casanova)
P.D.: No quiero acabar sin mostrar mi mayor repulsa ante la barbarie que ha perpetrado Putin y mi absoluta solidaridad con el pueblo de Ucrania, gente valiente y abnegada que está sufriendo, con una dignidad sorprendente e insólita, los horrores de una guerra, horrores que siempre conllevan la muerte, el hambre, la destrucción, el odio, la miseria… algo que nadie jamás debería volver a sufrir en una Europa democrática y avanzada, cuna de prosperidad, derechos y libertades, en pleno siglo XXI.
¡Gloria a Ucrania! ¡Gloria a los héroes!
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