El Espanyol vuelve a sonreír. Tras años de incertidumbre, la grada perica ha recuperado la ilusión. Basta con entrar en el RCDE Stadium un domingo cualquiera para comprobarlo: el estadio vuelve a rugir, las bufandas ondean con orgullo y el sentimiento blanquiazul se ha reactivado como hacía tiempo no se veía. No es casualidad. Es el resultado de un proceso de reconstrucción que empezó en el infierno de Segunda y que hoy se traduce en un club más vivo que nunca y que ha llevado a conseguir el récord de socios, superando los 37.000.
El paso por la categoría de plata fue un golpe duro, pero también un punto de inflexión. Aquel descenso sirvió para que la afición se reencontrara con su identidad más profunda, esa que no depende de resultados ni de promesas institucionales. En los desplazamientos, en los cánticos, en las colas bajo la lluvia, el espanyolismo volvió a ser comunidad. De aquella herida nació una unión que hoy se nota en cada partido en el RCDE Stadium. Y las dos últimas derrotas contra Alavés y Villarreal no han acabado con esa ilusión.
El ascenso fue el primer paso, la permanencia el siguiente. Pero lo verdaderamente importante ha sido el cambio de tono. El club puede seguir envuelto en turbulencias institucionales, pero la afición ha decidido no esperar más. Ha tomado las riendas del sentimiento perico y lo ha llevado al terreno que nunca se debió abandonar: el del orgullo y la pertenencia. El Espanyol ya no depende de discursos, depende de su gente.
En ese resurgir, hay un nombre propio que destaca por encima del resto: Manolo González. El técnico catalán se ha convertido en el símbolo perfecto de esta nueva etapa. Cercano, sincero y con un discurso de calle, Manolo representa al espanyolismo de base, al que sufre y disfruta sin artificios. Su conexión con la grada es total. No es solo un entrenador; es el reflejo de un pueblo que necesitaba verse representado. Hace unos días recibió un merecido homenaje en Badalona, a cargo del alcalde – y seguidor perico – Xavier García Albiol, por su conexión con esta ciudad. Y Manolo recibió un buen número de elogios en las redes blanquiazules.
Los jugadores lo notan. La comunión entre plantilla y grada ha cambiado la atmósfera del vestuario. Ya no se escuchan los murmullos de desánimo de hace un par de años; ahora hay aplausos incluso en los tropiezos, porque la gente reconoce el esfuerzo. Cornellà ha pasado de ser un estadio frío a un templo encendido. Se puede volver a hablar de “factor campo” sin rubor.
Mientras tanto, en los despachos, el club vive su propio terremoto. La etapa de Chen Yansheng ha llegado a su fin, y la venta a Alan Pace abre una nueva era. Aún es pronto para saber qué rumbo tomará el Espanyol bajo su mando, pero la sensación en la calle es clara: el club ha resistido gracias a su gente, no gracias a los despachos. Los pericos han sostenido la bandera cuando todo parecía derrumbarse.
Y esa fortaleza social es, hoy, el mayor activo del Espanyol. Las gradas se llenan y el sentimiento blanquiazul vuelve a tener presencia en todos los rincones de Cataluña. Quizás no haya títulos a la vista, ni fichajes galácticos en el horizonte. Pero el verdadero éxito del Espanyol está en su gente. En una afición que ha demostrado que el alma de un club no se compra ni se vende. Que cuando el escudo más lo necesita, los pericos están ahí. Porque más allá de las crisis y los cambios, el Espanyol ha vuelto a latir.
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