Bueno es que se hayan disculpado, pero en el diario SPORT tienen a un colaborador o a un trabajador supremacista que ha tildado de «colonia española» a los ciudadanos españoles que, en su país (Cornellá es Cataluña, y Cataluña es España, es triste, pero hay que recordarlo), han ido a un partido de fútbol de su selección.
Pero el independentismo considera que ser español y catalán no es compatible, por eso nos tachan de «colonos» y «quintacolumnista» si no vamos con la estelada como capa y el lazo amarillo en la solapa. Hace ya demasiados que el secesionismo va repartiendo carnets de catalanidad, e intentado procurar la muerte civil a quién ose discrepar.
El éxito del partido de la selección nacional, que tiñó Cornellá con los colores de la bandera nacional, y consiguió congregar a cerca de 36.000 espectadores para un intrascendente España-Albania, ha levantado ampollas entre el sector más radical del separatismo, que se ha dedicado a insultarnos, sobre todo en las redes sociales, llamándonos «garrulos» y «fascistas». Insisto, simplemente por ir a ver un partido de nuestra selección, en nuestro país y con nuestra bandera.
Santiago Espot, un radical separatista que promovió una de las pitadas al Himno nacional y al Rey en una final de Copa, dijo del partido de España-Albania que fue como un «zoo rojigualdo«. De «colonos» a «animales», porque eso es lo que hay en los parques zoológicos.
En redes sociales un aluvión de secesionistas más bien tronados aseguraban que la selección española no ha vuelto a Cataluña, ya que no consideran que el campo del Espanyol sea territorio catalán, sea geográficamente o simbólicamente. Ya se sabe que para el separatismo el Baix Llobregat, comarca en la que se ubica Cornellà y de mayoría hispanohablante y voto no nacionalista, es como mentar la bicha.
Van a tener que acostumbrarse, cada vez que venga la selección, o el Juan Sebastián Elcano, o lo que sea que represente a nuestro país, España, se volverán a repetir las muestras masivas de adhesión y de cariño. Hemos perdido los complejos y el secesionismo no tendrá más remedio que aceptarlo. Le guste, o no.
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