El sábado, 19 de noviembre, la Sesión del XXI Ciclo de Cine para la Tolerancia y contra el Terrorismo, celebrada en Barcelona, fue memorable. Pedimos disculpas por jugar con las palabras pese a la seriedad de la ocasión pero, además de una película interesante y conmovedora y de un documental que agitaba la conciencia, pudimos escuchar la experiencia de dos personas cuyas vidas quedaron marcadas por el terrorismo vasco y sus secuelas. Sus testimonios son, en este sentido, algo difícil de olvidar y, al mismo tiempo, algo que es necesario recordar y continuar analizando, para que no nos engañen con ejercicios de trilerismo político, destinados a ocultar las bolitas más feas bajo caparazones de edulcoración de la verdad.
Inmaculada Fuentes, madre del teniente de la Guardia Civil que, junto con un compañero y sus respectivas novias, recibieron una paliza en Alsasua, en 2016. Los responsables, jóvenes abertzales y sus familias, pretendieron esquivar la acción de la justicia presentando el asunto como una “pelea de bar”, pero quedó probado que iban a por ellos y que les golpearon, a los cuatro, con una violencia que hacía presumir intenciones asesinas, especialmente, hacia el teniente. Inmaculada Fuentes una vez que pudo recuperarse de la intensidad de las emociones vividas – en la medida en que eso es posible –, se transformó en una especie de “madre coraje”, en una activista contra la violencia terrorista, de la que la paliza de Alsasua fue un apéndice extemporáneo. Vertió su dolor y su memoria en un libro La noche que cambió mi vida, una narración de los hechos probados, acompañada de documentación abundante, y destinada a preservar la Verdad frente a los intentos de manipulación y oscurecimiento de lo ocurrido.
A lo largo de la charla, se traslucía su pasión al narrar los hechos, así como su fortaleza y su determinación. Concluyó leyendo los últimos párrafos del libro, conteniendo a duras penas su emoción. La sala, que ya había aplaudido varias veces sus intervenciones, se mostró conmovida con esas últimas palabras, cargadas de sentimiento, que transcribimos a continuación.
“Creo que nunca se borrará de mi mente aquella fecha, aquella llamada, aquel viaje, aquel primer encuentro en el hospital; aquellos abrazos, aquellos llantos y también algunas risas; las palabras de consuelo, las miradas en silencio…, los dientes apretados y las manos…, las manos entrelazadas con las suyas, las de él y las de los demás, las de mis hijos, las de mi marido. Los hombros que se empaparon de lágrimas, los brazos que sostuvieron mi peso, las piernas que me acompañaron…, las vidas que no nos olvidaron.
Aquella fue…, la noche que cambió mi vida”.
Carlos Fernández de Casadevante es en la actualidad catedrático de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales en la Universidad Rey Juan Carlos, y posee una Cátedra Jean Monnet. Ocupaba un puesto equivalente en la Universidad de San Sebastián, de donde tuvo que marcharse debido a la presión creciente de las amenazas hacia su vida y la de su familia con las que ETA le obsequiaba periódica y constantemente. Es un hombre apasionado y decidido, con un gran sentido del humor y una ironía acerada, para quien no valen tapujos ni medias verdades. Y así lo demostró con profusión en sus intervenciones, en las que fue dejando al descubierto la complicidad del nacionalismo vasco, de la Iglesia (o una buena parte de ella) y de un sinnúmero de “buenos” ciudadanos vascos, todos los cuales, o callaron cobardemente o se solazaron internamente, mientras conciudadanos suyos o compatriotas de otros lugares de España eran amenazados, secuestrados, torturados o asesinados, supuestamente en nombre de unos ideales compartidos con el nacionalismo.
Venía a explicarnos el contenido de su último trabajo, de contenido entre doctrinal y biográfico o experiencial: ETA y el nacionalismo excluyente. Testimonios para una memoria veraz. Su objetivo es mostrar que lo que sucedió no fue fortuito, ni una calamidad inevitable como un fenómeno de la naturaleza, sino que fue el resultado de un proyecto consciente y deliberado de exclusión de una parte de la sociedad vasca a la que se le negaba su derecho a existir. El terrorismo etarra no fue más que una excrecencia surgida en el magma del nacionalismo y su prolongada duración es la prueba de que siempre fue visto condescendencia o amparado por él. Abundó en la necesidad de preservar la memoria veraz de lo ocurrido, para que no sea intencionadamente diluida ante las nuevas generaciones que, no habiendo sido testigos de lo ocurrido, están a merced de lo que la Historia les quiera contar.
Este párrafo del texto citado, al que aludió, les dará una idea de la intensidad y la fuerza de sus palabras.
“A diferencia de Alemania en la posguerra, en el País Vasco el nacionalismo es juez y parte en todo lo acontecido. Por eso Alemania tiene una democracia digna de tal nombre y ciudadanos que conocen lo que supuso el nazismo en la historia de su país, siendo impensable el blanqueamiento de esta ideología en la sociedad alemana. En el País Vasco, por el contrario, la mayoría de los ciudadanos no solo vota a partidos de ideología nacionalista vasca, sino que ha hecho de los elementos que la caracterizan su religión laica: identidad nacional, nación vasca, lengua “propia” (solo la vasca), y su objetivo político: (el Estado vasco, con la república vasca como modelo político ansiado)”.
Esto les dará una idea de cómo transcurrió la sesión y esperamos que les anime a conjurarse con nosotros a preservar la memoria veraz para protegernos como sociedad de los abusos del nacionalismo.
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