Teniendo en cuenta el poder de la religión en la sociedad catalana de esta época, las iglesias se convirtieron en los epicentros de la vida cotidiana. No sólo por los actos religiosos y los enterramientos, sino porque muchos edificios se construyeron alrededor de ellas. El devenir diario tenía como centro estos edificios y el estamento eclesiástico convivía con el civil. Si nos centramos en Barcelona, su sociedad participaba diariamente en las misas, rezaban el Rosario, hacían las oraciones de la mañana, de la tarde y de la noche. Aparte estaban las celebraciones de los santos y las fiestas oficiales. Esto significa que todos los días del año había algún acto religioso. Era muy difícil desligarse de ellos. Además estaban las cofradías, que serváin para que las iglesias se pudieran financiar.
La vida religiosa también estaba vinculada a la música. Es más, durante el siglo XVII y XVIII la única música que sonaba era la religiosa. Era, por así decirlo, la música culta. En la Corte era diferente. En las ciudades, la nobleza tenía un cierto interés por ella. Era un hecho diferencial más de las clases privilegiadas. No eran melómanos, quizás ni siquiera aficionados. Aprendían y escuchaban música porque lo marcaban los cánones de la época. No sé quién dijo que, si Dios no existiera, el hombre la hubiera inventado para poderlo alabar a través de la música. Hubo tiempo y medios para hacerlo. Dios estuvo en las capillas musicales catalanas hasta el momento de estallar la guerra civil de 1936.
Una capilla musical, normalmente subordinada a una iglesia o a un convento, estaba constituida por un maestro de música y uno de canto, los instrumentistas o ministriles, el coro y el organista. Esta era la estructura normal. Otros centros religiosos, por motivos económicos, no podían mantener esta estructura. Por ello alquilaban los servicios de otras capillas. Los repertorios eran diferentes, pues cantaban e interpretaban obras escritas expresamente para ellos.
Como es normal, el centro más importante de la vida religiosa y musical era la Catedral. Esta capilla musical tenía el derecho de ir a cantar a todas las demás iglesias y conventos. No ocurría lo mismo con las otras capillas musicales. Éstas sólo podían cantar en sus respectivos centros. Muy de vez en cuando, si la Catedral les daba permiso, se podían desplazar. La Catedral de Barcelona tenía una serie de lugares donde sus músicos iban a tocar. Estos centros no tenían capilla musical, pero sí un repertorio propio. El maestro de capilla de la Catedral tenía la obligación de escribir música expresamente para ellos. Las iglesias que dependían de esta Catedral eran: la Diputación del General (Generalitat), la Lonja de Mar, la Iglesia de Santa Catalina y la Iglesia de Belén.
En una sociedad tan religiosa, cualquier daño o desgracia se tomaba como excusa para sacar una profesión y hacer prerrogativas. Si se detectaba una enfermedad, se salía en profesión para que el cielo les protegiera y eliminara el mal de la sociedad. Si no llovía, también salían en profesión. Se hacían prerrogativas para que una persona importante se curara, para trasladar las reliquias de un santo o santa a otra iglesia, por el nacimiento de un hijo del rey, para que un enfermedad contagiosa no atacara una ciudad, pueblo o villa, para dar gracias por cualquier cosa imaginable e inimaginable… En definitiva, se hacían procesiones por y para todo.
Era muy importante, en una época donde la gente pasaba grandes carencias económicas y nutricionales, recoger limosnas para poderlas reconfortar. Muchos conventos repartían cada día lo que se conocía como la sopa boba, que era un conjunto de guisos mezclados que componían las sobras de la comida de los conventos y que se repartía a los pobres que acudían a sus puertas como caridad.
A parte de alimentar a los pobres y necesitados, el dinero recaudado era distribuido por una junta que era elegida, anualmente, entre los miembros de la parroquia. Con él, se alimentaba a los necesitados, se mantenía la iglesia y se luchaba contra los sarracenos. En aquella época, lo último era una constante. Los sarracenos atacaban a los cristianos y estos se defendían, gracias a las ofrendas, con soldados.
Era la aristocracia y la burguesía la que mantenía estos centros. Los llamados benefactores lo hacían por dos motivos: salvar sus almas y por clase social. Es decir, el status social se contabilizaba por el dinero aportado a la Iglesia. Ahora bien, en los momentos de crisis, estos no aportaban el dinero suficiente para poder mantener el templo. Entonces, ¿qué hacían? La única solución era vender objetos de valor. Con el dinero recogido podían subsistir mientras durara la crisis. Economía de subsistencia, como se diría hoy en día.
Los gremios también ayudaban a las iglesias. Cada uno tenía su patrón que veneraba en una de las iglesias de la ciudad. Los altares de los santos estaban mejor o peor guarnecidos según el dinero de cada gremio, y además se ayudaba económicamente a la iglesia que guardaba el santo. Cuanto más dinero tenía el gremio mejor era el altar y las ayudas. Cada uno de ellos hacía lo que podía.
No sólo había curas en las iglesias y los conventos. Cualquier familia de la nobleza y la alta burguesía, que quisiera aparentar o ser considerada socialmente, tenía cura propio. Vivían en los palacios, pues estos tenían sus propias capillas y oratorios. No hacía falta que salieran de casa para ir a misa. Pero, claro, el lucimiento también formaba parte de la cotidianidad barcelonesa y si uno no se lucía había cotilleos. Recordemos que la familia del marqués de Comillas tenía a Jacint Verdaguer como sacerdote de la familia y que, gracias a esto, pudo escribir sus excelentes obras literarias. No sólo eran negreros -como pretenden acusarlos algunos- también servían a la cultura.
Además de las limosnas y ayudas de las clases nobles, la alta burguesía y los gremios, las iglesias también se mantenían gracias a las herencias. Estas quizás no eran muchas. Ahora bien, cuando sonaba la flauta dejaba las arcas llenas de dinero. Normalmente no les dejaban todas las pertenencias, sólo una parte, pero cuantitativas. Tengamos en cuenta que ceder parte del dinero o bienes a la iglesia daba prestigio a la persona que lo hacía. Todo el mundo acababa sabiendo lo que se había dejado y la familia podía vanagloriarse. Y seamos sinceros, esto se hacía, sobre todo, para salvar el alma. Se puede decir que los grandes pecadores dejaban más que aquellos con la conciencia tranquila. Lo mismo sucede hoy en día. En esto la sociedad ha cambiado muy poco.
Los pobres también formaban parte de la vida cotidiana de las ciudades y pueblos catalanes. Normalmente pedían en las puertas de las iglesias o en lugares transitados. Algunos de ellos eran objeto de burla y marginación. La gente desconfiaba de ellos porque creían que mentían. Es decir, se hacían pasar por pobres cuando, en realidad, vivían mejor que muchos. Algunos de ellos, el día de Todos los Santos, recitaban parte del Rosario para los difuntos.
Podemos concluir que durante todos estos artículos hemos explicado la vida cotidiana en Cataluña después del 1714. La realidad es que no pasó nada extraordinario. Todos aquellos pseudo historiadores del procés que han asegurado la pérdida de libertades mienten. También que la guerra fuera para independizarse de España o para continuar siendo una nación. Cataluña formaba parte de la Corona de Aragón. No luchó por una independencia, sino para que un Borbón no fuera rey de España. Cuando el Borbón fue proclamado rey se habituaron a él y continuaron con su vida, como antes con los Austria.
Cataluña no perdió libertades. Si bien es cierto que cambió la legislación por el Decreto de Nueva Planta y no servían las de la Corona de Aragón; que las tramitaciones se tuvieran que escribir en castellano ya era normal. La gente continuó hablando catalán en las calles y en las comarcas del interior se seguían escribiendo los bandos y las ordenes importantes en catalán. ¿Por qué? Muy sencillo: no entendían el castellano. Que el catalán no se enseñara es una falacia. El nivel de analfabetismo era tan alto que difícilmente a uno le importaba o no estudiar catalán. Saber leer y escribir fue un mal endémico de la sociedad catalana hasta mediados del siglo XIX. Que el catalán no fue prohibido y que era una lengua común nos lo demuestra el Barón de Maldà, al escribir su “Calaix de sastre” en catalán.
Por lo tanto, en los últimos años se han escrito y reproducido grandes mentiras. Cataluña continuó siendo lo que era: una comunidad más de España. Ha quedado demostrado y cualquier otra aportación de los miembros del procés sólo sirve para tergiversar la verdad, para aleccionar a los pastorcillos y para imponer una verdad que nunca han tenido.
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