Lo mejor de ‘Bajo el silencio’ el magnífico documental de Iñaki Arteta sobre como años después de su teórico abandono de las armas, ETA sigue más viva que nunca en la instituciones y en el corazón de miles de vascos, es que deja hablar a los nacionalistas radicales. Y cuando a un nacionalista radical le dejas hablar, sale a la luz toda su miseria moral y su falta de humanidad. Felipe Larach hace un magnífico trabajo ejerciendo de escuchador de las barbaridades morales que sus interlocutores secesionistas sueltan.
La entrevista con el párroco de Lemona ha sido el que más comentarios ha levantado, y no es de extrañar porque al escucharle minimizar la violencia etarra dan ganas de vomitar, pero abundan los testimonios que intentan justificar, con una pobreza de argumentos mayestática, los crímenes de la banda terrorista. Es un documental que debería proyectarse en todas las escuelas de España, como material de debate entre los alumnos. Porque uno de los momentos más preocupantes es cuando se ve a jóvenes que demuestran que, en el mejor de los casos, no tienen ni idea de lo que fue ETA, y el dolor que causó.
En la recta final del documental hay dos momentos imprescindibles. En el primero el mencionado sacerdote mantiene una conversación con una viuda de un asesinado por ETA en Lemona, años antes que este cura regentara la parroquia. El sacerdote defiende que “los nacionalismos no tienen porque ser opresores o excluyentes. Así nos pintan”. A lo que la viuda contesta que “ustedes no se consideran porque no pueden. Si yo fuera una delincuente, no me consideraría una delincuente, diría que soy una de las buenas del mundo. El problema que ha habido con el nacionalismo es que al que no ha pensado como él o se le ha echado o se ha tenido que ir”. Como sentenció el gran Bernardo Schuster “no hace falta decir nada más”.
El párroco de Lemona es un ejemplo de miseria moral del nacionalismo, y como parte de Iglesia ha sido cómplice en la muerte y el dolor que ETA extendió por toda España. Nada diferente a la actitud de algunos párrocos catalanes que permiten las esteladas y las pancartas de “libertad presos políticos” en las iglesias. Se empieza así y con los años, tras cosificar y deshumanizar al que se considera adversario político se acaba justificando que un grupo de ‘valientes patriotas’ se dediquen a asesinar los “enemigos de la República”. La misma mierda, aunque en diferentes grados. El segundo momento es la entrevista final que Larach mantiene con el director de un ikastola. No se lo pierdan, en serio, resume en unos minutos la cosmovisión del nacionalismo vasco dispuesto a justificar lo injustificable.
Durante todo el documental Arteta muestra que el problema no reside solo en los que justifican la violencia etarra hablando de los “dos bandos”, “el conflicto”, “las torturas” y otros mantras que sirven para intentar tranquilizar sus conciencias sin condenar los viles asesinatos, las extorsiones y la condena a la muerte civil que ETA y su entorno propinó a centenares de miles de vascos. Parafraseando a Antonio Robles, los “equidistantes exquisitos” (magnífico libro que les recomiendo) son los que han permitido que Bildu y su entorno de muerte y horror se estén blanqueando.
Escuchar al alcalde socialista de Irún, antaño azote de ETA, hablar de que aceptó el apoyo de Bildu para los presupuestos municipales porque las cosas “en el mundo local se ven de otra manera” o porque se aprobaron partidas “sociales” es todo un insulto a la sangre de los socialistas asesinados por la banda terrorista. Resumiendo, no se pierdan ‘Bajo el silencio’, porque es uno de esos documentales destinados a marcar una época.
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